La pelota de polvo
José Manuel Velasco
Pocos fenómenos tan arraigados a la cultura mexicana como el fútbol. Sin distingos el balón rueda en las canchas de los polideportivos más exclusivos, en las calles zigzagueantes de los barrios, en infinitos patios de vecindad, en cárceles y escuelas, en canchas improvisadas debajo de los puentes y los estacionamientos y —difícil olvidarlo— en el llano. Y es tal vez en este último espacio en donde el juego alcanza una de sus formas más depuradas de expresión. Libre de las taras corporativas, del nacionalismo simplista y ajeno a la pretensión de las mafias telecomunicadoras, el fútbol llanero es prueba de que la voluntad y la imaginación bastan para echar a andar una mitología. Este popular espectáculo genera sus propias leyendas, héroes, supersticiones y tragedias; funciona como un drama de un solo escenario, una comedia de enredos en la cual la vida orbita alrededor de la pelota. Es precisamente esta teatralidad del fútbol el punto de partida de Llanero, montaje producido por el colectivo poblano Sincronía Teatral y presentado durante tres noches consecutivas en el ciclo Teatro de una Noche de Verano 2018, en la ciudad de Querétaro.
Dos actores (Francisco Vidal y Daniel H. Santa María) se pasan la bola (en todas sus acepciones) e intentan tender puentes entre el teatro y el fútbol llanero. La liga del barrio de San Jerónimo Caleras, en Puebla, es el terreno de investigación de sus prácticas de campo. El equipo local, el Chelsea, acoge a los dos nuevos actores-jugadores y enmarca una investigación que abarca desde las prácticas más cotidianas de los domingos llaneros (las caguamas, la porra, las botanas, etc.) hasta la poética más abstracta derivada de los elementos que componen al fútbol. Así nos enteramos de Doña Irma, la señora que prepara las memelas y fríe chipotles en su comal; y de los lugares que “no se habitan” una vez comenzado el partido. Esta polaridad entre lo cotidiano y lo poético acaba por ser el centro de la investigación documental. El video, la fotografía, los testimonios, los sonidos y la recreación física de los ritmos de juego se conjugan para generar la atmósfera de la cáscara pambolera. Este es quizá el mérito principal de Llanero: la recreación multisensorial de un territorio que palpita en el imaginario de una buena parte de los mexicanos.
Al centro de un escenario ocupado por dos banquitos minúsculos, los actores trazan una cancha de cal y replican un partido en miniatura; los rivales sufren, gritan y se ilusionan en el encuentro. El fútbol y el teatro aparecen como plataformas idóneas para revivir la emoción infantil. Son —parece querer decirnos este Colectivo— bastiones y terruños de libertad. Hasta aquí el discurso del montaje es afortunado; sin embargo, una vez que la pelota empieza a rodar en la cancha, poco a poco se va perdiendo el sentido del drama. La investigación pierde fuerza y se diluye en una cadena de afirmaciones e hipótesis maquilladas de metáfora. El espectador escucha —una y otra vez— el relato sentimental del deporte, pero los actores apenas lo padecen. Ninguna anécdota los implica realmente y los protagonistas terminan olvidándose del juego de equipo: cada uno le habla de frente al público esforzándose por convencerlo de un supuesto milagro, que al final termina revelándose como una romantización trivial del universo del fútbol llanero.
Tal parece que la dramaturgia de Daniel Hilario Camacho y de Rafael Pérez de la Cruz (quien también dirige) es un esqueleto que aún no define la función de cada una de sus partes. La crónica no acaba de ser crónica a falta de vuelcos y de ritmos narrativos; el documental se decanta por la postal (abandona la investigación rigurosa y elige la estampa y el folclor); y el teatro —lamentablemente— existe únicamente en el corazón de los actores, a quienes vemos sufrir enfrentados al bostezo y a la indiferencia de los espectadores. Llanero es parte de un teatro híbrido y multidisciplinar que ha revitalizado la escena del teatro mexicano (pienso, por ejemplo, en dos montajes destacados: Durango 66 de Teatro Línea de Sombra, o El rumor del incendio de Lagartijas Tiradas al Sol); sin embargo aún le hace falta esclarecer sus propósitos. Vemos el terreno de juego, el llano, la pelota que cruza la media cancha y al árbitro que pita un penalti. El jugador acomoda la bola y se alista para chutar. Corre, corre, corre, tira y…
Una nube de polvo y la pelota que vuela triste hacia el punto más remoto de la tribuna.