La oración de Sergio (Magaña)
Luego de perder la sobriedad pero antes de adquirir la borrachera, el dramaturgo Sergio Magaña tenía un lado cómico, en el sentido cásico de la palabra: sus bromas eran sentencias aleccionadoras. Decía, por ejemplo:
—El verdadero homosexual busca en el hombre lo que éste tiene de mujer, pero no lo sabe.
Por eso, deduzco, a él le disgustaban los maricas, los afeminados, los hombres que habían cambiado su hombría por un vestido de lentejuelas. Quería y respetaba a su maestro Salvador Novo, pero en el estado de ánimo que menciono ironizaba que las pelucas y los anillos con los que el escritor satírico desafiaba a la sociedad y el buen gusto, eran las de una madrota de la cultura.
Con el poeta lírico de Los signos del Zodiaco hice la marcha que emprendían Novo, Villaurrutia, Owen, Rodríguez Lozano, Ortiz de Montellano, Juio Castellanos, por la ruta de los teatros del centro histórico de la ciudad de México en 1924. Como sus mejores momentos eran aquellos en los que Sergio contenía la borrachera dosificando la bebida, resultaba un Virgilio brillante, ameno, ingenioso y sarcástico. Admiraba a los Contemporáneos y entre ellos a los chamacos que fundaron el Teatro de Ulises.
—¡Tenían 16, 17 años y ya publicaban poemas y traducían obras de teatro! ¡Y se tiraban de tres a cuatro soldados rasos por día!
Como Emilio Carballido, Hugo Arguelles y tantos otros autores dramáticos de las provincias, Magaña llegó en los años 40 a una Ciudad de México en plena trasformación. Las vecindades, como aquella en la que se fundó el Teatro de Ulises en 1928, aún existían pero ya eran sustituidas por los edificios de departamentos en cuyas azoteas vivían los dramaturgos que nos dieron patria dramática. De ahí, comentaba Sergio, que los objetos del deseo del futuro autor de Moctezuma II, ya no fueran hombres a ras de tierra sino los cargadores del gas que llegaban a las alturas a instalar el tanque de la empresa y a vaciar el propio.
Para mí era un misterio como aquellos mocetones tan machos, algunos padres de familia, otros galanes de barrio o matones de esquina, accedían tan espontáneamente al acto homosexual en sus diversos géneros. La explicación de Sergio era ésta:
—Es el síndrome griego: Ellos nos enseñaron que un hombre es realmente un hombre cuando paseé o es poseído por su semejante, no por su contrario.
En cuanto a la frase de Sergio que dio motivo a esta viñeta de la memoria, él decía, con la primera copa de tequila blanco en la mano:
—Dioses, si existen; sálvenme de mí mismo.