Sobre la lluvia
Conchi León
Hay obras que persigues por mucho tiempo, una corazonada, un mensaje de quien acompaña el proceso, te da la certeza que debes verla, que hay algo en ella que quedará en ti mucho tiempo. Eso me sucedió con Conferencia sobre la lluvia de Juan Villoro. Cuando al fin me senté en aquella butaca en la sede de la Compañía Nacional de Teatro, sentí todas mis expectativas puestas sobre un solo actor: Diego Jáuregui, perfectamente armado con el texto de Juan Villoro.
Diego es un actor con una trayectoria que se confirma en la escena. Sin prisa, como un caracol que se abre, vive la historia tomando sus pausas, sus verdades, sus sorbos de agua para estar ahí y convocarnos a estar con él. Pocas veces he estado ante un texto perfecto, de esos que llevan palabras imprescindibles, como si la pluma del autor estuviera presente en vivo y fuera dibujando muy adentro de uno cada personaje y sus momentos. Uno se pregunta ¿Cómo lo hace? ¿Cómo sabe tomar las palabras precisas y ponerlas ahí? Si no puedo saberlo, quiero estar frente a muchos textos así. No en vano Juan Villoro es uno de los escritores más importantes de nuestro país. No sé si ha escrito mucho teatro, pero no tengo la menor duda de que este texto está escrito con la precisión de un poeta. La dirección de Sandra Félix pone al personaje frente a una mesa y sus libros de fondo. Una metáfora de lo que él lleva consigo; son precisamente sus libros quienes le hacen, sus imprescindibles, intocables maestros y su gran compañía en la vida. ¿Se colarán hilos biográficos en la obra? Empiezan las preguntas a instalarse en el diálogo doble de quien mira y piensa. Intento aprenderme las frases que detonan los pensamientos “¿Para que queremos una relación normal si tenemos una relación mágica?” a los diez minutos me doy por vencida, maldigo a mi memoria por no ser lo suficientemente ancha y lista para aprenderse la obra entera. La dirección de Sandra es sencilla, sin parafernalias ni trazos exhaustivos, sin esquizofrenia ni excesos,-de esos de los que abusan los directores cuando dirigen un monólogo pues les aterroriza el silencio y la “ausencia” de acción- sólo la palabra y el teatro, acompañados de la iluminación de Philippe Amand. La historia del bibliotecario que debe dictar una conferencia, va transformándose en la historia de amor de un hombre apabullado por una mujer inasible; la aparición de ella, con el cabello negro, empapado bajo la lluvia, la vuelve irresistible ante los ojos del hombre que por fortuna aún conserva antiguos modales: como entregar el pañuelo a la dama para secarse de la lluvia, sin imaginar que en ese intercambio es él quien va a inundarse en ella, mojarse plenamente en un motel de paso, para comenzar su historia de amor. Para los que no gustan de leer teatro, les recomiendo buscar el libro publicado por editorial Almadia. Vale la pena tomar lupa y tiempo para diseccionarlo a fondo, releer su magia en la soledad de un café.
Al final, el personaje y su gato maúllan bajo la lluvia de la ausencia, muy adentro del corazón de los espectadores también llueve, porque las palabras del poeta son nubes mágicas que nos conmueven de nostalgia por aquellos amores que nos inundaron y ya no están. Todos debemos llover algunos días, si es difícil hacerlo solos, podemos hacerlo en compañía de Diego Jáuregui o Juan Villoro, o el bibliotecario que en la magia perfecta del buen teatro, consiguen ser uno, único e indivisible.