A mis amigas: de violencias laborales y machistas en las artes escénicas. El caso de Arte Sin Frontera
«Con cada vez mayor o total injerencia Angel Patricio Rubio se fue identificado como fundador y director de Sin Frontera, a costa del trabajo de las colaboradoras, y se ha perpetuado como director de una compañía al mero esquema tradicional, incurriendo en una serie de abusos, contradicciones y faltas que han afectado a mujeres con las cuales ha trabajado de manera cercana»
¿Cómo procuramos el cuidado quienes lo pregonamos, quienes lo escribimos, quienes gritamos y nos pronunciamos por una sociedad del cuidado? ¿De qué hablamos cuando hablamos de cuidado en las artes?
De acuerdo con Fischer y Tronto, el cuidado es “una actividad de especie que incluye todo aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro ‘mundo’ de tal forma que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestros seres y nuestro entorno, todo lo cual buscamos para entretejerlo en una red compleja que sustenta la vida” (Fischer y Tronto, 2005, citadas en Valdivia, 2018). Es decir, poner a la vida en el centro, procurarla y preservarla.
Pero ¿cómo podemos procurar el cuidado quienes estamos totalmente descuidadas y descuidados? De acuerdo a datos presentados en el primer “Encuentro Nacional Hacia el Acuerdo a favor del Artista en México” en 2021, la mitad de los trabajadores del sector cultural percibían aproximadamente siete mil cuarenta pesos o menos, mientras que el 61 por ciento de las personas que laboran en las industrias culturales y las artes escénicas trabajan en el sector informal, se autoemplean y generan sus propias fuentes de financiamiento (Cámara de diputados, 22 de febrero de 2021), realizan actividades de freelanceo y se organizan en redes y grupos para afrontar lo que se ha llamado “precarización laboral” (Jaramillo, 2022, p. 244). Este fenómeno, enfermedad que afecta a casi todos nuestros cuerpos que sobreviven de las actividades culturales es un “proceso multidimensional e interdependiente que afecta la existencia de los individuos, profesional y personalmente” (Jaramillo, 2022, p. 248).
Según el INEGI (2022), 7.9 millones de mujeres han vivido violencia en su trabajo, que representan al 20% de la fuerza laboral. De este total, 4.8 millones de mujeres trabajadoras mexicanas reconocen haber vivido violencia psicológica en sus empleos. A eso se suman las terribles condiciones de inestabilidad, incertidumbre, falta de seguridad social, de guarderías, de acceso a servicios de salud mental, etc.
¿Qué tanto nos cuidamos entre nosotros, nosotras, nosotres? ¿Tenemos acuerdos claros que nos permitan saber cuáles son los límites de las, los, les demás? ¿Cuántas veces hemos transgredido nuestra confianza y hemos dejado de cuidar a la otra por no registrar nuestro acuerdo? ¿Cuándo nos hemos descuidado por no transparentar funciones, presupuestos, tiempos? ¿Cuántas veces he hablado por las otras? ¿Cuándo he asumido que mi punto de reunión, mi horario, mi mensaje de whatsapp es oportuno sin considerar a las otras? Porque aquí todas, todos, todes estamos en el mismo barco precarizado de la cultura; pero no tenemos las mismas condiciones.
Siempre hablamos de los grupos encumbrados, de los grandes presupuestos cobijados por los nombres de las y los artistas dentro de un sistema de reconocimiento tradicional, meritocrático y anquilosado. También ponemos en entredicho el sistema de privilegios basados en el apellido y la clase. Pero ¿qué pasa cuando entre nosotras mismas, alternativas y progresistas que también nos hacemos daño al reproducir las mismas prácticas que criticamos? Una de las condiciones que, sabemos bien, agrava la precarización es la condición de género.
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Según el INEGI (2022), 7.9 millones de mujeres han vivido violencia en su trabajo, que representan al 20% de la fuerza laboral. De este total, 4.8 millones de mujeres trabajadoras mexicanas reconocen haber vivido violencia psicológica en sus empleos. A eso se suman las terribles condiciones de inestabilidad, incertidumbre, falta de seguridad social, de guarderías, de acceso a servicios de salud mental, etc.
De acuerdo con Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en su artículo 10°, la violencia en el ámbito laboral y docente: “Se ejerce por las personas que tienen un vínculo laboral, docente o análogo con la víctima, independientemente de la relación jerárquica” y esto tiene consecuencias en la vida diaria de las mujeres, pues “daña la autoestima, salud, integridad, libertad y seguridad de la víctima, e impide su desarrollo y atenta contra la igualdad” (Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia) .
Según la ONU, existen cinco tipos de violencia hacia las mujeres y las niñas: económica, psicológica, emocional, física y sexual. Otra forma de categorizar la violencia, particularmente la violencia de género, son el del triángulo de la violencia y el del Iceberg de la violencia de género. Johan Galtung (1969 en 2016) desarrolló esta teoría e identificó tres formas de violencia: la directa, la cultural y la estructural. La forma más conocida de este esquema es la representación gráfica del “iceberg de la violencia”, en donde la violencia directa o física es aquella que vemos y que se encuentra en la superficie, mientras que las violencias de tipo cultural y estructural las podemos encontrar en la parte cubierta por el agua, es decir, como aquellas formas de violencia que no se suelen ver. Estas violencias que no vemos son también muy comunes para las mujeres en los espacios de trabajo.
Entre la violencia cultural se encuentran las formas de machismos cotidianos como el mansplainin, gaslighting, bropiating y manterrupting, tan comunes en espacios de prestigio como lo son los del ámbito cultural.
Así que también vale la pena preguntarnos ¿Cuándo no le hemos creído a la actriz, iluminadora, productora que está siendo violentada, por un funcionario, un técnico, un compañero de la misma supuesta trinchera de los márgenes escénicos y discursivos? ¿Cuántas veces hemos caído en el chovinismo y la misoginia y pensar que está exagerando “porque es mujer”?
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El «colectivo» Arte Sin Frontera (en adelante “colectivo” o Sin Frontera) se fundó en el año 2012, con la idea de cuestionar el poder a partir de acciones escénicas que permitieran representar las crisis sociales y políticas de nuestro país atravesadas por la violencia. Hasta la fecha se han realizado performances, puestas en escena, talleres y proyectos editoriales.
En la fundación de la que en un inicio fungió como compañía, participaron por lo menos seis personas; no es gratuito que de ellas sólo quede una. Posteriormente se transitó al discurso de funcionar como un «colectivo» de artes escénicas, donde las piezas serían de creación colectiva, y supuestamente se fundamentaron en la pedagogía popular, las artes vivas, etc. Tras una serie de prácticas que se han repetido y fortalecido a lo largo de casi diez años, se demuestra que esto nunca ha sido así. Con cada vez mayor o total injerencia Angel Patricio Rubio se fue identificado como fundador y director de Sin Frontera, a costa del trabajo de las colaboradoras, y se ha perpetuado como director de una compañía con un esquema tradicional, incurriendo en una serie de abusos, contradicciones y faltas que han afectado a mujeres con las cuales ha trabajado de manera cercana.
En los inicios del “colectivo”, Sin Frontera ya contaba con una puesta en escena, en la cual Angel Patricio Rubio había fungido como el director. Dicha obra se ocupó como parte del primer “repertorio” del “colectivo”, aunque parte de la producción y de los actores no se mantuvieron en las siguientes temporadas. Esto es relevante, porque a partir de esta puesta en escena Rubio comenzó a plantear y desarrollar sus propias inquietudes políticas para generar nuevos performances y ejercicios escénicos, mismos que tiempo después sostuvo como su labor activista, a la cual comprometió a todo el “colectivo”.
En el tiempo de vida de Sin Frontera, una de las prácticas recurrentes de esta persona ha sido la de aprovecharse del trabajo de sus compañeras, atraer sus competencias y saberes para su proyecto, a la vez que con el capital cultural, académico e intelectual de ellas se valida y legitima en discursos como “la creación de comunidad”, “crítica al sistema capitalista y colonial”, “la pedagogía occidental tradicional”, desde “los cuidados y los afectos”, todo en su propio beneficio.
¿Cuándo se ha sabido de las colaboradoras de Sin Frontera? Las autorías se sepultan bajo el nombre de Angel o de la “creación colectiva”, cuando en ocasiones las ideas tienen nombre y apellido. Ángel se presenta a sí mismo como su fundador y principal voz, aunque siempre establece que trabajan de manera “colectiva”. Porque poco a poco él fue construyendo una práctica hegemónica de la toma de decisiones con quien colabora, en donde él decide sobre lo que se trabaja y lo que no.
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«Mientras tanto, en esa condición de amistad es que el abuso laboral estaba encubierto, e incluso se solidificó en esas bases. A continuación describimos y analizamos, a grandes rasgos, las formas que hemos identificado en que se nos utilizó y violentó, con patrones similares y con el mismo desenlace»
Este pronunciamiento lo escribimos ex colaboradoras de Sin Frontera, todas mujeres, y no por coincidencia, que trabajamos en proyectos entre 2012 y 2023 en diferentes periodos. Todas con una formación en escuelas públicas, cuyas vidas se han desarrollado en las periferias del arte y la vida urbana, quienes en algún momento fuimos muy cercanas a Ángel. Él conoció nuestras casas y a nuestras familias, nosotras la suya; compartimos alimentos, fuimos a fiestas, celebramos su cumpleaños y él los nuestros, estábamos al pendiente cuando nos enfermábamos, nos cantamos las mañanitas, nos reímos juntas y nos hicimos favores: nos prestó ropa, dinero y nosotras a él, nos dio aventón y nos mudó de casa; él con cada una de nosotras era un amigo cercano.
Mientras tanto, en esa condición de amistad es que el abuso laboral estaba encubierto, e incluso se solidificó en esas bases. A continuación describimos y analizamos, a grandes rasgos, las formas que hemos identificado en que se nos utilizó y violentó, con patrones similares y con el mismo desenlace.
Ángel primero nos invita a colaborar con la confianza de la amistad, desde lo que considera que podemos hacer: performers, académicas, editoras, productoras, etc., y bajo el discurso de la horizontalidad y el trabajo colaborativo. Cuando el proyecto camina, simula una apertura en la organización de los encuentros, sin embargo él fija los horarios de manera arbitraria, para que le favorezcan en su vida cotidiana. Al hacerlo no suele considerar lo lejos que esté la sede del encuentro (casi siempre su casa o su lugar de trabajo), lo complicado que sea desplazarse, la hora misma del encuentro, nuevamente sin tomar en cuenta lo vulnerables que pueden ser sus compañeras a altas horas de la noche, en ciertas zonas de la ciudad. Si no se llega a un acuerdo para la reunión presencial o virtual, suele recriminar y cuestionar la disposición y compromiso.
Cuando llega la hora de hacer ajustes en el presupuesto—que sabemos que siempre pasa, porque todas y todos hemos exprimido los centavos—sin consultar a las y los integrantes del proyecto él hace dichos ajustes, no sólo sobre los gastos o costos de producción, sino también sobre los sueldos de las personas involucradas. En muchas ocasiones recorta el pago que se había acordado para poder pagar costos de producción o a personas que no figuraban en el proyecto inicial. Esto lleva haciéndolo desde sus años en la Facultad de Filosofía y Letras, pues así procedió cuando el equipo de la puesta en escena “La Misa del gallo”, ganó el Premio Lech Hellwig-Górzynski a la creación escénica teatral en el año 2012, en donde él decidió cómo se gastó el dinero del premio e invisibilizó a colaboradoras de dicha producción. Usualmente aceptábamos–y aceptamos– estas condiciones de pago porque “lo de menos es el dinero, lo importante es el proyecto”. Pero la realidad es que nunca, ninguno, fue nuestro proyecto.
Es verdad que Ángel ha venido desarrollando el tema de las artes en los espacios de privación de la libertad, por lo menos desde 2015. Antes de dicho año, los temas fueron “la imposición presidencial”, “las elecciones federales”, “la guerra contra el narco”, “la clase política”, etc. Siempre sin consultar a las y los integrantes del que llama “colectivo”, porque si bien eran temas en los que todos y todas nos interesábamos, nunca hubo un acuerdo en el enfoque y tratamiento de los mismos. Es decir, siempre fueron sus temas de interés en los que nos colocaba en una posición de subordinación, pero nos otorgaba un papel de colaboradoras, sin tareas específicas y, muchas veces, sin pagas equiparables al trabajo realizado, todo bajo el compromiso que se tenía con el “colectivo” y por ser parte del mismo.
En varias ocasiones, como él no podía figurar como titular de proyectos por ser parte de los organismos de cultura, nos pedía que nosotras lo hiciéramos, que firmáramos, que entregáramos nuestra información bancaria y que diéramos la cara por el proyecto ante las instituciones, mientras él dirigía, coordinaba y supervisaba. Aún así, él siempre obtuvo el reconocimiento, no sólo económico, sino mediático en entrevistas, conferencias de prensa, y los proyectos figuran como parte de la trayectoria del «colectivo». Al final de estos procesos nosotras podíamos quedar ahogadas en papeleo, facturas, con problemas fiscales, etc., cuestiones que siempre tuvimos que gestionar y atender en solitario.
Otra de sus prácticas habituales era pedirnos cosas de un día para otro, bajo el pretexto de que “los tiempos estuvieron apretados”, lo que impedía que una como colaboradora pudiera llevar a cabo el trabajo en los tiempos establecidos. Esto implicaba horas de trabajo de madrugada, en día domingo, mensajes y llamadas a muy altas horas de la noche y mucha presión para realizar las tareas acordadas. Cuando se invitaba a alguien externa o externo a colaborar casi siempre él decidía a quién se le extendía la invitación.
Como se ha mencionado, en los últimos años el “colectivo” publicó dos libros y una serie de fanzines en colaboración con las personas privadas de su libertad que asistían a los talleres que Sin Frontera impartía en los centros penitenciarios. En los proyectos editoriales sucedió lo mismo: aunque hubiera una convocatoria de por medio y ésta estuviera ya cerrada, sin preguntar al resto del equipo, podían llegar nuevos textos, lo que implicaba un desajuste en el proyecto editorial y en el presupuesto de la impresión. Además, Ángel solía escribir más de un texto, sin tomar en cuenta a sus demás colaboradoras y sin someterlo a discusión.
A estos procesos se sumó como editora Lorena Jáuregui, su pareja de varios años, quien pasó de ser una colaboradora del proyecto, a ser una de las cabezas del “colectivo”, en contradicción nuevamente de la postura horizontal con la cual se proclaman. Algunas de nosotras hicimos extensiva la amistad con todos sus términos hacia ella. En ese sentido, la línea entre la amistad y lo laboral se tensionaba cuando Ángel nos recriminaba cosas referentes al trabajo como participaciones no acordadas, o cuando nosotras le hacíamos comentarios para mejorar las dinámicas o los proyectos, mismos que él no aceptaba. Siempre que cuestionábamos a Ángel, Lorena salía en su defensa y en busca de su validación, aunque los comentarios fueran constructivos o no hubiera de qué defenderlo. Así terminábamos siendo intimidadas por ambos. Esta dinámica se repite, por lo menos, desde 2019 hasta el día de hoy, lo que deja a las demás colaboradoras al margen de la toma de decisiones.
Cuando había presupuesto y éste se destinaba para el fortalecimiento del “colectivo”-como lo estipulaban algunos programas de los que se benefició Sin Frontera–por medio de la compra de equipo, él y Lorena decidían en qué se gastaba ese recurso económico. El equipo y lo adquirido, se lo quedaban ellos a resguardo del “colectivo”. Nunca se esclareció el paradero de dicho material. Se decía que era para futuras producciones aunque a nosotras como colaboradoras ya no se nos contemplara en otros proyectos.
En el año de 2021 salió beneficiado el «colectivo» Sin Frontera dentro de la convocatoria de MEGA (antes México en Escena), en donde el principal eje de trabajo fue la actividad con personas privadas de su libertad en reclusorios del país, a partir de talleres de artes, literatura y apoyo a la reinserción social. Para los primeros años se hizo una colaboración con el Centro Cultural Helénico y se organizó la primera publicación del «colectivo», el Primer encuentro de Artes en privación de la libertad, así como una serie de talleres en el Reclusorio Norte.
Posteriormente la sede física del «colectivo» se encontraba en el Rule, de la Secretaría de Cultura de Ciudad de México, en donde Ángel coordinaba el programa denominado “Grietas y derivas”. Como parte de éste se formularon una serie de talleres para personas privadas de su libertad en centros penitenciarios y para la prevención de reincidencia delictiva en jóvenes de la ciudad de México. Cabe destacar que para los mencionados talleres no se capacitó de forma adecuada a las nuevas talleristas, con apego a los supuestos principios pedagógicos del “colectivo”. A las personas que se integraron al programa para atender la demanda de las actividades planteadas, se les incorporó a los programas a pesar de que algunas de ellas no habían trabajado con población privada de su libertad y otras ni siquiera habían entrado a un centro penitenciario previamente. Así, como a todas y todos, también a las prestadoras de servicio social se les exigía cumplieran con horarios y actividades, cuando los programas de servicio social suelen tener un límite de horas semanales; aún así había reproches y constante hostigamiento ante las ausencias a quienes sólo eran prestadoras de servicio social.
Para el año 2022 el colectivo ya anunciaba una metodología de trabajo con estos públicos específicos, tanto con personas privadas de la libertad, como jóvenes del programa “Reconecta con la paz”. Dicha metodología, de la que siempre se hablaba en foros al respecto, Ángel la resumió en unos videos que mandó a las nuevas integrantes, dando cuenta de su falta de profesionalismo, ética y cuidado para el enfoque pedagógico que tanto enarbola en sus prácticas.
Cuando se llevaron obras teatrales a los centros penitenciarios no sólo no se capacitaba, sino que también se precarizaba a quiénes participaban de éstas. Ángel no daba horarios concretos de salida y se limitaba a decir que se tenía que estar ahí todo el día. Un día de jornada laboral que no se pagaba como tal, sino que se remuneraba como si fuera únicamente una función de teatro. Las condiciones de muchas y muchos talleristas que trabajan en los centros penitenciarios implican no sólo no tener pagas justas sino que no hay retribución económica alguna y sí mucho papeleo. Pero en este caso había un recurso económico de un programa de cultura federal para poder realizar las actividades. A esto se sumaba que cuando había traslados de por medio y había que salir de la ciudad, no se pagaban viáticos ni se garantizaban condiciones de movilidad (peajes, boletos de autobús, avión, alimentos) o seguridad durante el viaje, siendo negligente con todo el equipo.
Para acceder a los reclusorios, Ángel decidía quién entraba y cómo, quién era contratada o no por la Secretaría de Cultura de Ciudad de México dentro del programa mencionado. También, él le pidió en varias ocasiones a mujeres ex colaboradoras que siguieran cobrando el presupuesto dado por las instituciones, a manera de prestanombres y para su beneficio fiscal, cuando ellas se negaron porque ya no eran parte de los proyectos. Ante ello Angel compartió su molestia con el resto del “colectivo”. Aunado a esto, era común que siempre solicitara se le pagara en efectivo, pues así ya no tendría que responsabilizarse frente al sistema fiscal.
Muchas veces, y como es común en las artes, acabamos poniendo de nuestro dinero, nuestros recursos materiales a disposición de los proyectos, así como del «colectivo» y de Angel. Pero a diferencia de otras veces en que gustosas hemos puesto los mismos recursos a disposición de una producción o un trabajo, aquí se abusaba de nuestras aportaciones, precisamente por la amistad y cercanía que teníamos. Así, nuestros autos estuvieron en función de llevar personas y material, sin gastos de gasolina, ni mantenimiento; nuestras casas funcionaron como hospedaje para no gastar en hoteles y cualquier cuarto de las mismas como bodegas sin un pago; nuestras cocinas y despensas como buffets, y nosotras incluso fungimos como cuidadoras. Esto que en otros momentos lo hicimos por camaradería, por la amistad, se tornó sumamente abusivo cuando –enfatizamos– había presupuesto de programas públicos de cultura, que según Ángel iban a permitirnos realizar dignamente el trabajo con poblaciones en situación de vulnerabilidad. Condiciones laborales dignas que Ángel pregona, pero que no está dispuesto a ofrecer.
Sobre la propiedad intelectual de las obras también sacaba ventaja para él y para el “colectivo”. Por ejemplo, en una obra estrenada hace un par de años, cuya idea original fue de dos de las colaboradoras, cuando terminó el proceso de creación, Angel decidió que todas las demás personas del “colectivo” también debían de tener el reconocimiento sobre la autoría de la pieza–incluido él–, negando así la idea original a las dos integrantes antes mencionadas. Esto a pesar de que las autoras intelectuales habían impulsado la producción y la dramaturgia del texto, a partir de sus anécdotas, de sus afectos y los recuerdos de su infancia. Al finalizar una breve temporada de la obra, él decidió que una de las autoras ya no siguiera en el proyecto y él junto con Lorena orquestaron un hostigamiento y aislamiento hacia ella por parte de quienes seguían en el «colectivo».
El final de nuestra relación laboral con Ángel también se cruzó en todos los casos con el término de nuestra relación de amistad, que se aceleró gracias a una serie de prácticas y actitudes hostiles hacia nosotras que, por autocuidado, nos hacían no querer regresar a trabajar con Sin Frontera. Al final de nuestra colaboración solía reclamarnos no aparecer en juntas a las que no fuimos convocadas y se nos señalaba no estar completamente comprometidas con el proyecto, situación que Ángel y Lorena socializaban con el resto de las y los colaboradores del “colectivo”, para aislarnos y construir un discurso de poca empatía hacia todas las personas que hemos salido del mismo. A eso se sumaban comportamientos pasivo-agresivos de Ángel y Lorena, donde ejercían violencia simbólica hacia cada una de nosotras en forma de “chistes” sobre nuestras vidas privadas o menospreciando nuestras necesidades y prioridades como encontrar otro trabajo o tener otras actividades. También descalificaron y denostaron nuestras formas de vida, asumiendo que nosotras elegíamos desde “el privilegio” no ser parte de los proyectos, cuando todas nosotras enfrentamos una suma de opresiones sistémicas, que Ángel no es capaz de reconocer. Por lo mismo, no es capaz de ofrecer relaciones equitativas para trabajar de una manera horizontal como siempre declara en el medio escénico.
Como ex colaboradoras organizadas de Sin Frontera nos preocupa que justamente un grupo con un liderazgo tan jerarquizado, que moviliza una serie de discursos urgentes para nuestra sociedad como lo “comunitario”, lo “horizontal” lo “incluyente” e incluso el feminismo, se monte sobre ellos, se legitime y a su paso violente y deje sin reconocimiento a muchas mujeres. Que además se haga desde una posición de poder cruzada por el género, a partir de machismos cotidianos y formas de la violencia simbólica, en donde se apropiaba de nuestra creatividad, trabajo, preparación, conocimientos técnicos, académicos, artísticos; pero sobre todo, de nuestros afectos, pues sabía que nosotras, las mujeres a su servicio, solíamos poner los afectos en el centro. Sin darnos cuenta dejamos que tomara el protagonismo, mientras nosotras hacíamos el trabajo subterráneo, el trabajo de maquila; él, el escenario; nosotras, las bambalinas. Cuando el acuerdo y la ilusión inicial era la horizontalidad.
Poco a poco, todas hemos ido abandonando el barco y reencontrándonos en otros espacios laborales y personales. Muchas con crisis emocionales y secuelas del tiempo en el cual fuimos utilizadas para los fines de alguien más. A veces, incluso sin poder reconocer que eso que atravesamos fue abuso, y que puesto en perspectiva y en diálogo entre pares, se hace visible e irrefutable. Este texto escrito a una sola voz contiene el sentir y la preocupación de todas nosotras, atendiendo al compromiso ético de visibilizar esta situación para que no vuelva a sucederle a otras mujeres trabajadoras del arte y la cultura. Que si no lo hicimos antes, fue porque no éramos conscientes y porque es muy doloroso reconocer que a quien se le quiere, que en quien se confía, pueda ejercer violencia sobre nosotras.
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«Esta es una invitación a revisarnos, revisitarnos, a crear acuerdos, no necesariamente contractuales –aunque también deberían existir, para fortalecer la confianza y la amistad, y no al revés–, también para crear protocolos de prevención, de detección de violencias y de acción en nuestros colectivos»
¿Qué pasa cuando se enuncian discursos tan potentes, tan necesarios, desde la boca de personas que han ejercido violencia? ¿Qué tanto estamos dispuestas y dispuestos a hacernos cargo de la violencia en las artes? La violencia del capital y la violencia de género siguen siendo violencias. ¿Estamos dispuestas y dispuestos a decir que una es más importante que otra? Tendríamos que reconocer que nuestras condiciones laborales, incluso en la cultura, también están atravesadas por el género. Y las mujeres llevamos las de perder.
En días pasados, entre el 7 y el 9 de junio del 2023, tuvo lugar el coloquio “Justicia(s) poética(s): acompañar, cuidar, restituir”, a donde en principio fue invitado Sin Frontera y que posteriormente ya no figuró en el cartel de grupos asistentes al evento. Un espacio para hablar de cuidado, pero ¿Cómo nos cuidamos sin un contrato más que el de la confianza en el otro? ¿Cómo hablar de cuidado cuando se usa a una lista de mujeres en función de un proyecto, aunque entreguemos parte de nuestra vida y nuestros afectos? ¿Por qué no hablamos de que, en las artes escénicas, quienes hablamos de cuidado, no necesariamente lo procuramos de manera equitativa? Que no cuidamos a las mujeres en nuestros grupos de trabajo.
Esta es una invitación a revisarnos, revisitarnos, a crear acuerdos, no necesariamente contractuales –aunque también deberían existir, para fortalecer la confianza y la amistad, y no al revés–, también para crear protocolos de prevención, de detección de violencias y de acción en nuestros colectivos.
En el caso particular de Sin Frontera, debería ofrecerles garantías a sus colaboradoras, mientras que Ángel Rubio debería hacerse cargo de él y lo que eso signifique, por medio de un proceso de sensibilización en perspectiva de género–que dice tener pero nunca se ha capacitado– junto con la deconstrucción de la masculinidad no hegemónica en las prácticas y no sólo en los discursos.
Este escrito es una invitación a cuidarnos, que en última instancia, no es otra cosa que hacernos cargo de nosotras, nosotres, nosotros, como nuestro mejor experimento de sociedad posible.
Sabemos que ciertas instituciones y personas de renombre del medio artístico y académico lo respaldarán a él. Lo preocupante es que personas que ejercen este tipo de violencias sigan recibiendo presupuestos del Estado para accionar, calificar y crear desde un pacto patriarcal con Angel Rubio. Y que quienes escribimos asumimos que probablemente vamos a ser cuestionadas en nuestro actuar, juzgadas y tildadas de muchas maneras, como siempre somos desacreditadas las mujeres que nos atrevemos a levantar la voz, pero:
“NUNCA MÁS TENDRÁN LA COMODIDAD DE NUESTRO SILENCIO”.
Mujeres de las artes escénicas contra la violencia laboral y de género
Ex colaboradoras de Sin Frontera
México a 9 de junio de 2023
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Bibliografía
Cámara de Diputados. (2017). Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia: Importancia, evolución y dificultades. 9, 1–11.
De la Garza, C. y Derbéz, E. (2020). Machismos cotidianos. México: Penguin Random House.
Galtung, J. (2016). La violencia cultural, estructural y directa. Cuadernos de estrategia, 183, 147–168.
INEGI (2022). Violencia contra las mujeres en México. Encuesta Nacional sobre la dinámica de las relaciones en los hogares. ENDIREH 2021. México: INEGI.
Jaramillo-Vázquez, A. (2022). Precariedad laboral en el sector cultural: Consecuencias en las vidas personales de las y los jóvenes artistas de la Ciudad de México. Sociológica México, 105, 241–275.
ONU Mujeres (S/f). Preguntas frecuentes: Tipos de violencia contra las mujeres y las niñas. https://www.unwomen.org/es/what-we-do/ending-violence-against-women/faqs/types-of-violence Recuperado el 07 de junio de 2023. Valdivia, B. (2018). Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora. Hábitat Y Sociedad, (11). https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2018.i11.05