The happiest place on earth, una puesta en escena devastadora
Alejandro García
Los días 6 y 7 de mayo de 2023 se presentó la obra The happiest place on earth en el teatro La caja de la ORTEUV, con dramaturgia de Ana Lucia Ramírez y mirada externa de Pere Mas. Este puesta en escena fue creada por el colectivo artístico Lenguas perturbadas, que está integrado por alumnos y egresados de la Licenciatura en Arte Dramático de la UV. La obra nace como parte de la experiencia formativa que tuvieron los actores, donde compartieron las aulas y el teatro con Pere Mas. Después de una temporada en 2022, que se realizó como parte de los requisitos escolares, llega esta obra a un teatro profesional de la ciudad de Xalapa para seguir el camino hacia la profesionalización.
La puesta en escena resuelve la convención de espacio de una manera inteligente y sensible. Gracias a marcos de metal se enfocan las escenas, se delimita la acción dramática y la acción tiene su lugar en una extraña Ciudad de México que ha quedado paralizada en 2017, aquel año donde las posturas de Guy Debord fueron demostradas una vez más y se exhibió de manera vergonzosa el tejido de la Sociedad del Espectáculo. Y así como en aquella sociedad que nos precede, en The happiest place on earth la imagen lo es todo. Simulacro y apariencias, hipocresía y aspiracionismo, deseo y crimen, voluntad y poder, destino y libre albedrío son algunos de los binomios dramáticos que se pueden apreciar en esta obra desalentadora donde todo lo establecido por el sistema se tambalea de manera múltiple.
El espectador entra a la sala y la bienvenida se detona en música con batería y bajo eléctrico. Una explosión de energía que coloca a los asistentes en el aquí y ahora para descubrir qué más existe en ese mundo: al fondo, una pantalla donde se proyectan imágenes de un pasado infantil, donde todo era más sencillo; a la derecha está el círculo de luz y un tripié que sostiene un teléfono inteligente que transmite la vida privada de las personas 24 horas al día; un costal de box se suspende, a la espera de los golpes; también se descubre una mesa muy baja que podría no estar, pero la presencia de las sillas pequeñas invitan a pensar en un espacio de infancia, frágil, inocente. Así surge otro binomio: violencia y fragilidad. Los marcos de metal, que se desplazan con ruedas, completan los elementos que habitan la escena y que tienen el poder de convocar diversos mundos.
Las escenas comienzan a suceder de manera breve y contundente. Son pequeñas situaciones escritas con maestría, ya que en poco tiempo se conocen los personajes con sus características esenciales, el espacio en el que se encuentra, sus antecedentes, sus objetivos y el conflicto ante el que se encuentran. Los diálogos son poderosos y las acciones no sobran ni estorban al discurso de cada personaje, sino que amplifican su estado de ánimo y las relaciones antagónicas que se establecen.
La voz casi fantasmal de una gitana va uniendo las historias, como si fuera un hilo de sangre que conduce a la catástrofe. Es una voz de origen y destino, una voz que describe el presente y al mismo tiempo tiene el don de profetizar lo que vendrá. Los hilos se tensan a medida que avanza la obra y los personajes se asfixian en un contexto turbio que ya tenía un origen lleno de veneno. La gitana que está en todas partes y puede acceder a las historias y sus contextos también deambula por el espacio con la libertad del que puede transitar el tiempo y jala instantes, sólo los valiosos, para que el espectador sea testigo de la ruina en que se ha transformado la sociedad.
La historia se ramifica con espinas y sabia tóxica. Quizá, para hablar un poco de la trama y mostrar como una de las ramas de la obra se vuelve dúctil, podría traer a la página al personaje del sacerdote. Él representa el modelo de ser humano que tiene la labor de conducir a la comunidad hacia el bien y el calor de la religión. Es, hasta cierto punto, un personaje arquetípico, pero en esta ficción ha confundido los caminos y ya no sabe quién es ante sus deseos, ante sí mismo frente a una sexualidad que seguramente le ha sido negada. El personaje ya no está en busca del amor (ya sea en dios o en una persona), sino que responde a la sociedad fragmentada donde la satisfacción es inmediata y superficial. No le importan las relacionas profundas; no le interesa el compromiso; no tiene una búsqueda por la familia o la comunidad. Este sacerdote se encuentra alienado por el placer efímero, inmediato y lleno de adrenalina de relaciones sexuales no consensuadas en un espacio sacro. El hombre religioso se rebaja al crear situaciones desacralizadas que promueven el crimen, el trauma y, en sus términos, el pecado. Él está incumpliendo las leyes creadas por el Estado, las leyes establecidas por la sociedad y las leyes divinas: es difícil encontrar peor crimen que el de un sacerdote que abusa sexualmente de un niño en la iglesia.
En una escena que produce un choque anímico al espectador, el clérigo es sorprendido por su hermana mientras se masturba al observar imágenes de personas desnudas. Desde la distancia de las butacas no se alcanza a distinguir con precisión qué tipo de imágenes son la que ve el cura, pero se intuye la perversión que podría rondar las acciones. Se intuye y luego se deshecha la idea, porque supone una falta ética que compromete cualquier moralidad y que abre la situación hacia instancias donde no es posible ninguna negociación. Al avanzar la obra se verifican las primeras intuiciones y no puede haber más que repulsión y furia hacia este personaje.
La vida del sacerdote se complica aún más cuando al confesionario llega el que fuera un niño abusado por él. El ahora adulto pide dinero a cambio de que él no divulgue lo que le hizo. Un chantaje que parece venganza, porque, quizá, el objetivo de este niño-adulto sea hacerle la vida difícil al cura hasta que considere la deuda saldada. ¿Por qué no acude a autoridades? Porque no hay justicia en este país y cada día, con mayor frecuencia, son las víctimas las que se tienen que hacer cargo de las investigaciones, de las búsquedas. Así, el niño-adulto pide dinero y deja al sacerdote no expuesto ante la sociedad, sino expuesto ante él mismo, que ahora tiene que enfrentar sus pecados y sus crímenes.
El niño-adulto ya ha perdido la inocencia y su modelo emocional se encuentra trastocado. En su fragilidad busca el amor en una gallina con la que sostiene relaciones sexuales. A diferencia del sacerdote que no ama y que sólo busca placer, el niño-adulto sí entabla una relación de amor, pero como le es imposible sostener este tipo de relaciones con seres humanos, su ser amado es la gallina. Él se ha deshumanizado al renunciar a las personas. Se ha convertido en un monstruo, con su pasado traumático, porque en el siglo XXI los monstruos están justificados: los villanos ya no nacen, la sociedad los crea.
En un giro tragicómico (cómico en el sentido grotesco de la acepción, que produce risa y repulsión al mismo tiempo, que liga muerte y vida en una misma imagen), la madre del niño-adulto cocina a la gallina y se la da de comer a su hijo que no imagina que está devorando al ser que más ama en la vida. De manera paralela, una mujer busca el máximo acto de amor y se ofrece para ser canibalizada por un extraño. ¿El amor hacia quién? ¿Hacia sí misma? ¿Hacia un desconocido? ¿Hacia la humanidad que ha perdido el camino?
Con paralelismos y conexiones inusitadas todas las historias se van conectado para formar el tejido social que está desangrado. La obra, en menos de dos horas, intercala vidas y muestra situaciones que no permiten la indiferencia en nadie. La sensación que deja esta puesta en escena es parecida a un desasosiego amargo, una nostalgia por un mundo que quizá sólo habitó las fantasías infantiles y que ahora sólo es parte de un deseo colectivo por salir de este instante donde no hay unidad, sino fragmento; donde no hay amor, sino sexualidad; donde no hay sensación de comunidad, sino que prevalece el individuo; donde las relaciones más intensas son a través de las redes sociales y no en el contacto directo, en la mirada a los ojos; donde no hay profundidad, sino inmediatez; donde el lugar más feliz sobre la tierra se encuentra en el ensimismamiento, en la oscuridad, en la soledad y el brillo de una pantalla que muestra las veces que un video le gustó a una persona desconocida que quizá vive a mil kilómetros de distancia o quizá es el vecino de enfrente, pero ya no importa.
The happiest place on earth exige del espectador resistir la incomodidad de ver una versión amplificada y recortada de la realidad. Es ficción que incide en el presente, es ficción que toma pedazos del mundo, porque esta puesta en escena es consciente de lo que sucede afuera y se hace cargo. A partir de la fuerza del discurso la obra se sostiene hasta el final. Destacan, por supuesto, algunas actuaciones, el trabajo corporal y la inclusión de modelos interdisciplinarios de creación. Se agradece la energía, la entrega y el despliegue de intuición escénica para crear un mundo devastador.
Ojalá que el Colectivo Lenguas Perturbadas siga ofreciendo trabajos que sean valiosos para la reflexión del presente. Ojalá que la dramaturga Ana Lucía Ramírez siga entregando textos que juegan, textos para la escena que ofrecen gran diversidad de opciones creativas, textos inteligentes que tienen sentido con el momento que vive la sociedad del siglo XXI y que se hacen cargo de las problemáticas que enfrentan las personas que intentamos sobrevivir el cotidiano. Y ojalá que Pere Mas continúe ofreciendo su experiencia escénica para que nuevos grupos creen con libertad, respeto y emoción por la puesta en escena. Pienso que la renovación de las miradas y las prácticas en el teatro son vitales para que el diálogo entre generaciones sea sano y productivo. En el teatro se deben tratar los temas más complejos y difíciles, pero sólo se logrará trabajarlos en un ambiente propicio, y es responsabilidad, en gran parte, del facilitador, del ojo externo, del guía, generar ese ambiente. Por el resultado, estoy convencido de que Pere Mas logró ese trabajo de contención y creación al mismo tiempo.