Mandala, 40 años de obsesión teatral
Mandala se presenta en Casa del Lago (UNAM) del 14 de febrero al 16 de marzo
Fernando de Ita
A Federico Campbell, traductor y entrañable amigo del teatro
Hace 40 años se abrió el balcón central de la Casa del Lago para que los actores Juan Allende y Nicolás Núñez salieran al Bosque de Chapultepec a fundar el Taller de Investigación Teatral de la UNAM. Ocho lustros después ese mismo balcón se abre de nueva cuenta para celebrar la obsesión teatral que “la pandilla sagrada” del maestro Núñez ha sostenido contra viento y marea, contra el desdén institucional, gremial e informativo, por 14 mil 600 días con sus noches. Sólo por ello, por esa obstinación o necedad metafísica de hallar en el cosmos la medida del hombre, yo me quito el sombrero.
Lo mismo hizo Octavio Paz en 1975, luego de atestiguar la versión de Allende y Núñez a El Laberinto de la soledad, el único intento de dramatizar la obra del poeta más laureado de México. Gracias a Hugo Gutiérrez Vega, director en ese tiempo de la Casa del Lago en la que Paz fue uno de los fundadores de Poesía en Voz Alta, el poeta permitió la escenificación de uno de los ensayos más polémicos y luminosos sobre la identidad de lo mexicano, y me consta que al salir del montaje comentó: “La tentativa de Nicolás Núñez y su grupo teatral posee un interés que me atrevo a llamar primordial: redescubrir la inspiración de los antiguos rituales”.
De eso se trata la tarea que el maestro Núñez, alumno de Héctor Azar, del Actor’s Studio, discípulo de Grotowski, ha llevado a cabo por cuatro décadas: el teatro ritual. Mandala, el espectáculo que se presenta en la Casa del Lago del 14 de febrero al 16 de marzo, es entonces la suma de dicha experiencia. Literalmente una lección del por qué la actuación es un arte sagrado. En base a las dos cosmovisiones, la tolteca y la tibetana, que el director del TIT de la UNAM ha fundido en la teoría y en la práctica para conformar sus espectáculos, Núñez da su conferencia sobre el origen del rito, del mito, de la épica, del teatro, todo ligado a la energía primigenia del Universo y a la esfumación del ego que predica el Mandala tibetano. Hace 40 años esta ecuación era confinada al pensamiento mágico. Hoy es parte del descubrimiento científico.
El formato
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- Maese Núñez recurre a la convención teatral para plantear su discurso sobre la actuación como arte sagrado. En el hermoso, histórico salón del que para bien y para mal han sacado la butaquería, sólo hay unas cuantas sillas para los reumáticos, así que el resto del público se queda parado o sentado en el piso. Entra maese Núñez con chamarra y sombrero a la India Jones y comienza su alegato, teniendo a una doctora en drama (Karolina Sanbdström), como público. Aunque el conferencista entra y sale de la cuarta pared, convencionalmente se dirige a la investigadora para orientar su disertación, en la que aparecen, de pronto, dos estudiantes de teatro (Melisa Corona e Isabel Domínguez), y un renegado y vuelto al redil de la “pandilla sagrada”: Javier Carlos, el tenochca.
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- Siguiendo la convención establecida por el director de escena es como vemos una de sus fallas. Aunque nos presentan a Karolina como investigadora de teatro y al resto del elenco como estudiantes de actuación, la única que actúa es la doctora en teatro, acción inverosímil si nos atenemos a la realidad de la academia mexicana y universal. Sin una justificación plausible, “el Maestro” le pide a la investigadora que diga en inglés una escena del Hamlet y que enuncie en español la recomendación que le hace Shakespeare a los actores en la misma obra. Es decir, le pide a la académica que actué y deja a sus actores de oyentes. Esta incongruencia aumenta para la gente de teatro en las acciones físicas que el ponente le pide a la investigadora, porque a todas luces es una tarea para los actores que permanecen inmóviles. Lo que vamos descubriendo, entonces, es la fascinación del maestro por su interlocutora, embrujo que se sale del tono didáctico, aleccionador del discurso por la cantidad de guiños amorosos que el señor director le dedica a la bella extranjera. Moctezuma rendido no por Cortés sino por Isabel, la reina de ojos azules. Más que tire la primera piedra el autor, el actor, el director de escena que no haya caído en la trampa del inconsciente.
El rito
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- A partir de su aprendizaje con Jerzy Grotowski en Polonia y otros puntos del planeta, Nicolás Núñez descubrió el “teatro participativo” en el que el público es involucrado en el ejercicio de sentir que la tierra se mueve a una velocidad vertiginosa sin que la criatura humana se percate de ello. Hay una buena carga de ingenuidad y buena fe en esta proposición porque para alcanzar el estado físico y mental que se requiere para esa revelación hay que practicar, como los derviches, la mitad del día, o como los monjes del Himalaya, toda una vida. Pero esta suele ser la parte grata del convivio y la acción que afecta al público profano, tan ajeno a buscar en sí mismo su conexión con el cosmos. La maestría para el canto ritual de Ana Luisa Solís nos ayuda en ésta ocasión a intentar el vuelo, a despegarnos un momento de nosotros mismos, a parar el pensamiento y dejar que el cuerpo encuentre su relación con el espacio y el tiempo de la Nada. La vibración de los tambores, la resonancia marina del caracol, los perfumes de arabia y la danza a ojos cerrados nos colocan, así sea levemente, en otro estado de percepción. Aunque ya le bajaron a la retórica, sigo pensando que no se requiere hablar para que el participante entre en el juego, que no es el de la gimnasia, ni la del yoga que requieren de una guía verbal. Para ser coherentes con su dinámica, hay que dejar que el cuerpo responda a los estímulos ofrecidos, incluso para saber si esas inducciones son las indicadas.
El público
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- Por un momento consideré que esta
Mandala
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- debe ser vista por el gremio teatral porque habla de nuestro oficio como el rito más antiguo del mundo. Pero recordé de inmediato que no hay cofradía más descreída, roñosa y satírica que la de los farsantes. Está en su naturaleza y parte de su carácter nos viene del escepticismo y la maledicencia. Pero los actores de buena fe, si los hay, nada perderían con acercarse a una lección sólidamente construida en la teoría y avalada por la práctica de 40 años de oficio, por cuatro décadas de tesón, por ocho lustros de andar el mismo camino con el anhelo de llegar al corazón del hombre para partir de ahí al origen del cosmos, a la cuna de las constelaciones, al nido del caos, a la resonancia del Big Bang. Entre tantas utopías como el hombre ha perseguido, fallidamente, a lo largo de su historia, ¿por qué descartar, sin conocerla, la del teatro antropocósmico? Tal vez esta pandilla no sea sagrada y su teatro no cumpla del todo con sus premisas. Pero lo están intentando. Con todo en contra, Y llevan 40 años trepando la cuesta con la sonrisa en los labios y el corazón abierto. Por eso y más, brindo por ellos.