Pantone. El color que nos define
Renata Rendón
Cuando tenía alrededor de 12 años fui de visita al hogar de mi madre, en ese momento tenía como compañera de casa a una brasileña de evidente belleza hegemónica llamada Eliette. Entre los múltiples y obligados elogios que recibí a mi llegada —¡Qué grande!, ¡qué guapa!, qué bonito cabello!— hubo uno que me resonó: ¡Qué lindo color de piel! Ese último comentario me hizo sentir profundamente incómoda, no en el típico sentido de la incomodidad adolescente, no era el elogio en sí mismo lo que causaba esa sensación, era que se hablara de mi color de piel.
Por años crecí escuchando y creyendo en el discurso de que “en México no existe el racismo, lo que existe es clasismo”, sin embargo, iba yo por la vida pensando que sería una persona más cómoda conmigo misma si tuviera un color de piel más claro… Entonces ¿eso es una cuestión de racismo o de clasismo? Esta pregunta es la que da inicio al primero de cinco bloques que componen Pantone: El color que nos define, obra dirigida por Mario Espinosa con el trabajo dramaturgístico de Ana Lucía Ramírez.
Presentada en la ciudad de Xalapa, en Área 51 Foro Teatral —que dicho sea de paso celebró recientemente su décimo aniversario—, la obra se desarrolla a partir de una serie de audios y entrevistas realizadas a distintas personas, en las que se les pregunta acerca del racismo. Dentro de estos testimonios se encuentran relatadas experiencias de abundante diversidad, desde las narraciones más coloquiales que se dan a partir de una conversación, hasta aquellas narraciones poéticas que describen la diversidad racial de una familia brasileña a partir del color de los alimentos, como si se tratara de una receta de cocina.
Los testimoniales son llevados a escena por dos elencos alternantes integrados por Ana Lucía Ramírez, Austin Morgan, Eglantina González, Karina Eguía, Karina Meneses, Maritza Soriano, Patricia Estrada y Tayde Pedraza, quienes mediante Teatro Verbatim dan cuerpo a las declaraciones personales. La peculiaridad de esta técnica radica en que la interpretación se da a partir de la reproducción de un audio, que las actrices (y un actor) escuchan a través de unos audífonos, al tiempo que repiten palabra a palabra y agregan gestualidad a lo dicho. Si bien los textos se trabajan con anterioridad, la primera regla es que las personas que los interpreten no se deberán aprender sus líneas.
Considero interesante que se haya elegido esta técnica de interpretación, parecería que es la manera de decirle al espectador “esto no me lo estoy inventando, no es ficción”. Al presentar sobre el escenario “lo que es”, palabra a palabra, se pone en evidencia una realidad y se desmenuza un discurso que, desde mi punto de vista, llevamos arrastrando y normalizando ya por varios siglos. De manera colectiva nos confronta con nuestras propias vivencias y opiniones, pero también da la impresión de invitarnos a pensar acerca de nuestros privilegios, qué tanto abusamos de ellos y si en algún momento estaremos dispuestos a dejarlos ir.