Calavera cultural
Fernando de Ita/ EL FINANCIERO
En el marco del Festival Internacional Cervantino, repetí para la televisión cultural una de las anécdotas más socorridas de doña Carmen Romano Nolk (1926-2000), entonces de López Portillo. Aquella hablilla sostenía que la primera dama de la nación y presidenta del FIC, mandó tirar un muro del hotel Real de Minas para que cupiera su piano de cola. La familia de la señora se enfadó, con razón, de mi comentario porque nadie ha presentado pruebas de que eso haya sucedido. Al respecto, sólo quiero agregar que no hubo mala fe en mi glosa, hecha para ilustrar el ocaso de presidencialismo imperial, del que sí hay pruebas contundentes.
Mis inicios como hombre de tinta coincidieron con la presidencia de José López Portillo, quien no impidió la aparición de la revista Proceso y el diario unomásuno, publicaciones que a mi entender dan pie al nuevo periodismo mexicano. Como reportero de aquel periódico, que desde su cabezal marcaba la diferencia con la prensa escrita de los años setenta, sentía la obligación de buscar la paja en el ojo ajeno, sobre todo si era del gobierno, en restitución a tantos años de servilismo mediático. Con tal impulso le amargué levemente algunos desayunos a doña Carmen en Guanajuato, porque, supongo que bajo la influencia de Héctor Vasconcelos, uno de los diarios que tenía en su mesa matinal era el unomásuno. Por la misma causa no reconocí como periodista el admirable trabajo que hizo doña Carmen en favor de la niñez, labor que culminó con la fundación del Sistema Nacional de Desarrollo Integral de la Familia. Tampoco alabé la aparición del Fondo Nacional para las Artes (FONAPAS), que fue el antecedente del FONCA y otras iniciativas de apoyo a la formación, profesionalización y difusión de las bellas artes. En lugar de unirme al coro de alabanzas por la formación de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, bajo la batuta del maestro Fernando Lozano, me dediqué a señalar sus desafinaciones burocráticas.
En su último año de gobierno, López Portillo se entrevistó en la ciudad de Tijuana con el presidente Carter de los Estados Unidos. Cuenta vox populi que fue doña Carmen quién le dijo al presidente:
—Oye José, y dónde vamos a recibir a Jimy (Carter), en Tijuana. ¿En un hotel?
El caso es que en un tiempo record, el gobierno federal levantó la primera planta de lo que ahora se conoce como el Centro Cultural Tijuana (CECUT). En aquel momento (1982), era un cascarón más semejante a un tianguis turístico que a un centro cultural, y así lo escribí en el unomásuno. Elefante blanco, le puse a la construcción, porque entonces no se paraban ahí ni las moscas. Dos o tres años antes de su deceso, vi a doña Carmen caminando por el CECUT con una discreta asistente, y me atrevía a saludarla porque ya no era la reina de la última presidencia imperial de México sino una dama en paz consigo misma.
—Doña Carmen. Me da gusto saludarla. Mi nombre es Fernando de Ita, Soy periodista.
Doña Carmen me miró extrañada, primero con un gesto de autodefensa, como cubriéndose un flanco, más enseguida sonrió plácidamente para decirme:
—Así que un elefante blanco…
El CECUT se convirtió con el paso de los años en el centro cultural más importante del Noroeste y la frontera norte, y ahí tomé un té con doña Carmen sin necesidad de explicarle que mi ansiedad de reportero me llevó a desconocer su loable labor a favor de la niñez y la cultura. Hubo más silencios que palabras en aquel cuarto de hora, pero al despedirnos le besé la mano y ella me dedicó una honesta sonrisa. Mientras se alejaba, le di gracias a los dioses de la concordia por no haber cedido al síndrome Julio Sherer, que me tuvo a diez segundos de inquirirle:
—Doña Carmen, ¿Por qué permitió usted que corrieran a Juan José Bremer de la dirección del INBA?