¿El pasado puede ser el futuro?
Fernando de Ita/ EL FINANCIERO
Finalmente ganó el puntero y Rafael Tovar y de Teresa ocupará de nueva cuenta la Casa de Arenal que él escogió como sede del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Además, su fiel escudera, María Cristina García Cepeda, despachará en esa vetusta, gastada, maltrecha pero histórica estructura sindical y burocrática que es el Instituto Nacional de Bellas Artes. En pleno uso de su justificado escepticismo, Víctor Roura escribió la semana pasada en estas páginas que el regreso de los viejos funcionarios del sistema cultural mexicano sólo puede presagiar más atole con el mismo dedo. Yo veo el retorno de Rafael y María Cristina con algo más de optimismo, no sólo por ellos sino porque del mismo modo que el PRI regresa a la presidencia de la República con un país por completo distinto, el presidente del Conaculta y la directora del INBA hallarán una situación cultural mucho más compleja que en los años fundacionales, con mayores exigencias en todos los campos de la producción de bienes y servicios culturales y con retos inéditos como son los nuevos medios de información y expresión artística, las industrias culturales, la globalización del conocimiento, por un lado, y la salvaguarda de las culturas particulares de las etnias de México que forman una población mayor a la de muchos países del mundo; y estos temas son apenas la puntita del glande.
Al mencionar por nombre propio a Tovar y García Cepeda, no quiero presumir una intimidad que estoy lejos de tener con ambos funcionarios, aunque a los largo de tantos años en la misma zanja de la cultura, ellos arriba y yo en las márgenes del periodismo, sé de su disposición personal por hacer las cosas lo mejor posible, de su afán por escuchar no sólo la voz del solista sino la del coro, de su voluntad de conciliación, de su genuina pasión por la cultura, sin olvidar, claro está, que la Voz que determina todo su quehacer es la del Altísimo. Aquí cabe relatar que siendo el de la pluma un bisoño reportero de la cultura, le trasmití a Monsiváis mi entusiasmo por la inteligencia, la cultura y el trato de Juan José Bremer, entonces director del INBA. A Carlos (él sí era Carlos para mi, sobre todo en mis años mozos), le caía muy bien Juan José y reconocía sus talentos personales y su trato de funcionario, “pero los políticos, Fernando, por cultos que sean, son políticos, esto es; sólo tienen un faro, y no es de Alejandría sino el de los Pinos”.
Acaso la declarada lejanía con el asunto cultural del presidente Peña Nieto le permita a Tovar y de Teresa instrumentar a sus anchas las políticas públicas que requiere el país para ordenar y dirigir los grandes, medianos, pequeños y dispersos esfuerzos que la Federación y algunos estados hacen en el campo de la cultura. Pero ¿qué es una política pública? término que se utiliza a destajo junto a lo de, “rehacer el tejido social”, para ahorrarse las explicaciones del caso. Si una política pública es el proceso de consulta, estudio, instrumentación, puesta en marcha y seguimiento de una acción para el bien común, ¿cuáles son las políticas públicas que requiere el país para formar la Arcadia de la cultura? En teoría, hay un puñado de académicos que pueden diseñar la política ideal para aspirar a esta meta. Pero hay un problema: la realidad.
¿Cómo se puede instrumentar desde el INBA una política pública para la formación y profesionalización de los estudiantes de las bellas artes con el limitado presupuesto y la estructura sindical y administrativa que impide que sus escuelas sean de excelencia? ¿Cómo se puede fomentar la producción artística del país con los dineros que tiene el Instituto que apenas alcanzan para apoyar algunos estrenos en la ciudad de México? ¿Cómo se puede hablar de descentralización cultural cuando las 22 instancias culturales de la Federación que dependen del Conaculta están en la ciudad de México? ¿Cómo se logra una difusión masiva de los programas culturales del Estado si no tiene acceso a los medios electrónicos privados de alcance nacional e internacional, y mantiene en la inercia y la mera subsistencia técnica y presupuestal a los medios oficiales? ¿Cómo se forman públicos para el arte si la educación artística en la primaria y secundaria es una zona de desastre? ¿Cómo responden a su categoría de instituciones nacionales si las casas de la cultura y los institutos que sembró el INBA en diferentes estados son puras ruinas del pasado?
Sin una refundación de las estructuras sindicales, administrativas, programáticas, presupuestales del Aparato Cultural, Roura tendrá razón; será diferente atole con el mismo dedo, porque nada se puede hacer realmente con la espuma del chocolate, hay que llegar al fondo de la taza para que esa espuma tenga forma y contenido, dos cosas que le faltan al sistema federal, estatal, municipal de cultura en México.
Por lo pronto, así como la exigencia para el presidente Peña Nieto fue que nombrara a gente capaz en la campo de la cultura, el reclamo para Rafael y María Cristina es que su equipo de trabajo sea competente, honesto, comprometido y de probada trayectoria y eficacia. Hay que respetar el trabajo bien realizado (el FIC y la coordinación de teatro del INBA, por ejemplo) y hay que ser coherentes nombrando en la dirección de Vinculación Cultural con los Estados (se dice que es la caja chica del CNCA), a uno de los gestores culturales que han demostrado con creces en sus regiones su capacidad para el puesto. Yo tengo dos nombres: Lourdes Parga, de Hidalgo, y Manuel Naredo, de Querétaro. Dos funcionarios ejemplares. Que los nombramientos que hagan Tovar y García Cepeda nos haga decir lo mismo de ellos y los nombrados. De otro modo, comienza la batalla.