Entre Tavira y el Dr. Simi
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Enrique Olmos/El Replicante
Luis de Tavira ha sido el brazo escénico del gobierno panista que está por concluir. No significa que con gobiernos anteriores no haya disfrutado de un protagonismo excepcional, sin embargo, en el gobierno de Felipe Calderón ha gozado de mayor proyección — por la ausencia de otros maestros que le hicieran contrapeso estético y político— y por su cercanía a ciertos grupos de poder o de influencia pública. Luis de Tavira es el creador teatral emblema del panismo y el montaje de la obra La expulsión que dirigió con financiamiento de Efiteatro (y que tendrá una extensa gira en 2013) a través de Farmacias Similares, es una muestra más de su cercanía al ideal político-católico (tradición de la que no rehúye) y exaltar al mismo tiempo su omnipresencia en los presupuestos, sistemas de teatros y subvenciones públicas.
Es curioso que un hombre que se presenta como progresista, que públicamente ha expresado ideas políticas propias de una personalidad cercana a cierta izquierda moderada obtenga los presupuestos, los vínculos y el respaldo de un gobierno claramente reaccionario, de figuras públicas (empresarios, por ejemplo) conservadores y paulatinamente enfrente poca resistencia de un gremio teatral que manifiesta sin pudor sus ideas políticas en la plaza pública pero es incapaz de defender, con entereza, los atropellos que ocurren al interior de la comunidad y oponer una mirada crítica.
La siguiente revisión pretende argumentar a favor de la figura de Luis de Tavira como el hábil negociador político que es y situar en la palestra algunos datos de interés sobre su trayectoria reciente, para al mismo tiempo perpetrar una breve semblanza crítica.
Compañía Nacional de Teatro
En 2009 publiqué una reseña crítica sobre la puesta en escena de Ser es ser visto en esta revista Replicante: la Compañía Nacional de Teatro revitalizaba sus esfuerzos por encomienda de Sergio Vela, entonces director de Conaculta. A mi juicio, los resultados escénicos eran deplorables, lo cual resultaba ser un reflejo de lo que sucedía en el interior: artistas de la escena entorpecidos por una gestión oscura y decimonónica, ausente de una selección democrática y para un público concentrado en el casco central de la Ciudad de México.
La duda sobre la obtención de los presupuestos (a qué partida general correspondían) y las cualidades estéticas de la obra en cuestión causaron natural polémica. La CNT se ha convertido en el gran tema de debate de los años recientes en el teatro mexicano. Lentamente la discusión se apagó y, a pesar de algunas voces discrepantes, el presupuesto para la producción creció hasta alcanzar los 19 millones 599 mil 480 pesos en este 2012.
A reserva de conocer el presupuesto para el año siguiente, vale la pena destacar el esfuerzo económico enorme, de casi siete millones de pesos para el pago de honorarios, que el gobierno mexicano destina para mantener a la CNT (es decir, una tercera parte de lo que cuesta la producción anual). Cifras, en todos los sentidos, exultantes.
Luis de Tavira (creador emérito desde 2006 por el Fonca) podría tener todos los méritos artísticos para dirigir durante un sexenio la Compañía Nacional de Teatro. Es un creador honorable y aunque cuestionable su visión de la teatralidad, pertenece a un grupo de artistas del teatro mexicano reconocidos internacionalmente con algunas puestas en escena memorables. Sin embargo, los criterios de elección de las obras, la invitación a ciertos directores, diseñadores y autores, las curiosas entrevistas a los intérpretes que desean hacerse con una beca para ser parte de la Compañía y los exabruptos de sus colaboradores hacen de la CNT un espacio de natural desconfianza. Mientras en buena parte de la república teatral los grupos independientes prácticamente subvencionan al Estado (el atraso de los pagos es proverbial), existe una cúpula intocable donde la feroz administración pública no puede llegar: la CNT.
La hábil gestión de los recursos a través del Fonca les confiere un hálito casi divino, un lugar seguro para la creación de sus puestas en escena (además tienen a su servicio un teatro propio en Coyoacán) y las ventajas de las relaciones públicas (pueden equipararse, como ya lo han hecho, con “otras compañías nacionales” del mundo) han logrado la antipatía de buena parte del sector que intuye que existen dos tipos de teatreros en México, los de la Compañía Nacional de Teatro y los que esperan seis meses (o más) para cobrar lo que el Estado les debe por su trabajo.
Al no existir una ley o reglamento, el INBA y el Conaculta no tienen un parámetro para cuantificar y ponderar el valor del trabajo de un creador al interior del país y lo que sucede en el centro. La disparidad de sueldos es grosera y proyecta un debate ausente del teatro nacional. ¿Cuál debe ser el salario mínimo de un creador escénico pagado por el Estado? ¿Existen frente a las instancias culturales federales dos tipos de artistas, los de primera (CNT) y los de segunda (los que pagan impuestos y entregan un recibo de honorarios o factura)?
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