Al teatro rojo mejor no publicitarlo
Xiomara Alvgar
A esa conclusión llegué después de pensar y pensar ¿cómo era posible que asistiéramos al teatro alrededor de cincuenta personas cuando el “Fernando Soler” tiene espacio para más de mil.
El sábado 10 de abril fui al Teatro de la Ciudad, en Saltillo, a vivir el arte del maestro Gerardo Moscoso. Lo digo así porque cada vez que veo algún trabajo de este hombre tan intenso siento una sacudida en los censores del cuerpo y de la conciencia, y eso claramente es una señal de que sigo viva.
Gerardo Moscoso es un artista comprometido con la sed libertaria y con las viejas ámpulas sociales hechas callo; habla de ellas en voz alta y lo que es peor, las expone en escena. En esta ocasión lo hizo a través de “El viaje de los cantores” de Hugo Salcedo, que ha ganado ya tres premios desde su participación en el concurso Punto de Partida de la UNAM en 1989. Esta obra que me parece a mi muy buena por el tratamiento del tema de los migrantes (indocumentados mexicanos, pero igual se podría decir guatemaltecos o como ustedes gusten) se me mostró enorme por la identificación que alcancé con ella gracias al trabajo del taller de teatro de Icocult Laguna que dirige Moscoso.
En realidad no son los mejores actores, por ahora, pero sí es el mejor aprovechamiento de material humano que he presenciado en mucho tiempo. No sé que terapia les habrá dado el señor director a sus treinta y tantos alumnos-actores para contagiarlos de compromiso con la causa de la conciencia, pero además con el trabajo colectivo; que se ve en escena, en la precisión de la puesta, en la entrega de actor a actor, en que no hay un solo pretencioso individualista, sino que hay un grupo de gente jalando hacia una meta común y de verdad que lo consiguen. Felicitaciones por eso.
El montaje sigue una de las opciones que da el autor en la didascalia y entonces vemos en la cámara negra la propuesta. Espacio vacío aprovechado al máximo con los trazos, algunos elementos de utilería muy básicos, vestuario, imágenes auditivas (que curiosamente no solo se oyeron, también materializaron lugares), algo de trabajo corporal dosificado, la iluminación en un solo tono pero con los matices perfectos para cada momento, bueno en fin… es una muy sabrosa puesta en escena; que además de representar con la mayor fidelidad posible la esencia de obra de Salcedo, introduce al final a modo de la manifestación mencionada en el texto, un canto coral de “pueblo unido” que detona la identificación total de lo ocurrido con el espectador.
Y cuando cae el telón me pongo de pié no ante maravillosos actores como dije, sino ante el riesgo y ante quien me mostró como se transforma la realidad en texto dramático. Aplaudo fuerte, fuerte a quien me regaló una clase magistral de dirección escénica. Me sofoco y la emoción me inunda porque obviamente recibí una dosis pesada de “piensa y actúa”… y al cabo de un buen rato me digo: con razón habíamos tan pocos en el teatro.
Así es. El teatro rojo puede ser provocativo… mejor no publicitarlo.