Sector cultural: discutamos las reformas
Eduardo Cruz Vázquez
Si el 2010 es propicio para “Discutamos México”, también son meses en los que, en la aún incipiente gestión en el Consejo que Carlos Salinas ideó, Consuelo Sáizar, por un lado, y las comunidades culturales en sus diversos frentes, por otro, inserten al sector cultural en la discusión de las reformas que se avecinan.
Lo que se dispute y acuerde en lo político, lo fiscal, lo laboral, de desregulación y competencia, entre otras asignaturas, no debe soslayar a un sector que presenta graves rezagos. Resarcir los numerosos pendientes debería de ser el mayor compromiso de las celebraciones bicentenarias.
Entre 1920 y 1980, el sector cultural vivió un proceso incesante de expansión. Visiblemente, pero sin demérito de otros actores que crearon empresas o empeños con ayudas del gobierno y los grandes capitales privados, fueron tiempos de un dominio del mecenazgo del Estado.
Bajo el control del priismo, las comunidades culturales tuvieron en la figura presidencial un punto de referencia. Sobran las condiciones, hechos y anecdotarios para corroborar que la denominación “los intelectuales y el Estado”, configuró una realidad en la construcción del país.
La economía cultural vio pasar un periodo lleno de desastres en el último tramo de la gestión de López Portillo y en la de De la Madrid. El estancamiento y abandono fue ostensible. Reconocer y transformar el sector, incluyendo al aparato estatal, ni se pensó.
En el nuevo modelo económico, la movilización política y con unas elecciones aún hoy penosas, Carlos Salinas fundamentó en buena medida su acción legitimadora en el redimensionamiento de las instituciones culturales. Su desmedido afán aperturista no puso reservas al sector al tiempo que alentó ciertas empresas e industrias culturales del país.
Tan poderoso el influjo salinista, que pocos podrán borrar a un Octavio Paz como testigo del naciente aparato, como tampoco su solicitud de quitar del Conaculta a Víctor Flores Olea, tras el dramón del Coloquio de Invierno.
Ya desde finales de los años 70, Rafael Tovar se venía fraguando. Primero al frente del INBA y después en el Consejo, regeneró consensos. Con inteligencia y cuantiosos recursos, no sólo sacó a flote los esmeros de Salinas. Bien pudo continuarlos con el beneplácito del Presidente Zedillo. Pero el andamiaje, para el año 2000, evidenciaba su agotamiento.
Historia reciente, el desencuentro del medio cultural con Fox y Bermúdez. Se dio inicio a la ruptura con la figura presidencial como interlocutor para encauzar las adecuaciones que se requerían. El “Sarismo” y su “gabinetazo” fracasaron.
Desde entonces las comunidades culturales perdieron su fuerza contradictora. Dejaron de tener carácter o decidieron hacerse al un lado. La polarización por ello fue evidente en el proceso electoral del 2006.
Sin duda, López Obrador significaba más que Calderón para el medio cultural. Con Vela en el Consejo, se perdió una valiosa oportunidad de cambio.
Pronto cumpliremos una década sin noción clara del presidencialismo panista en el sector cultural. La verdadera discusión consiste en que el pasado abra el diálogo de cara a las reformas que se demandan.