Diplomacia, economía y UNESCO
Eduardo Cruz Vázquez
Cuando se valora la política exterior, quisiéramos que algunos muertos hablaran. En el “reacomodo administrativo” de la Representación de la UNESCO, en especial Jaime Torres Bodet.
De lo mucho que debemos al escritor, dos veces secretario de Educación Pública y Canciller, está el haber colocado al país como piedra de toque en la fundación de la UNESCO. Tan vital su empeño, que a la fecha es el único mexicano que la ha presidido.
Concibió la Casa de México en París. Al lado de Samuel Ramos y José Gorostiza, propuso ante la ONU la creación de fundaciones de Cooperación Educativa y Cultural, modelo que fue imitado por otras naciones e incluso inspiró el nacimiento de diversos mecanismos de cooperación.
Como pocos, supo configurar el ejercicio de una diplomacia pública, puso cuidado a las tareas de los agregados culturales y al andamiaje a efecto de consolidar una imagen (marca-país) de la nación.
Su tiempo fue el de presidentes que entendían la política exterior y la diplomacia cultural como instrumento fundamental del quehacer de Estado. Destacan, sin par en nuestra historia, Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos, con quien Torres Bodet, al frente de Educación Pública, instaló la Subsecretaría de Cultura. Años, los sesentas, en que la cancillería ve nacer la Dirección General de Asuntos Culturales bajo el mando de Leopoldo Zea.
Echeverría, López Portillo, De la Madrid, apuntalaron gracias a diplomáticos de notable inteligencia, entre ellos Bernardo Sepúlveda y Jorge Alberto Lozoya, el brazo de la cooperación, el activismo en la agenda internacional y el peso de México en el orbe. Aunque respinguen, Salinas de Gortari empleó, como pocos, el “poder suave”.
Gurría, Green y Castañeda, abrevaron de una tradición hasta entonces auténtica de la política exterior mexicana. El quiebre, al punto de la irracionalidad, llegó con Luis Ernesto Derbez.
A Patricia Espinosa y sus diplomáticos, les tocó un escenario a la vez propicio para el reencauce que conflictivo para operar. Debido a la inconsistencia del presidencialismo, se han desdibujado. El rosario tiene sus cuentas, siendo la más reciente, el que por carencia de dinero se anule al Representante para atender como dicta el Protocolo, a la UNESCO (Aridjis o quien fuera).
En el engranaje del gasto público, la política exterior es una forma de economía. Tiene un componente de inversión tan central como el que se destina al aparato productivo. La disputa por el presupuesto, sumado al desdén de quienes lo perfilan, sancionan y aceptan, han puesto a la SRE en la peor situación de toda su historia: sin rumbo y sin los recursos que bien requiere.
Es muy grave reducir la diplomacia pública y cultural a pesos y dólares. El prescindir del sitial específico de cara a la UNESCO (o en cualquier otro organismo), es una decisión que deshace de lo poco que queda de la otrora aguerrida cooperación internacional. Por mandato y por respeto a lo que bien se forjó décadas atrás, el Senado debe impedir tal desfiguro.