Arturito y Consuelito
Luis Enrique Gutiérrez O.M.
Hay tres formas de gritar “se hunde el barco”. Hay una, maliciosa, lanzada por los marineros con el único afán de sembrar el pánico para amotinarse, es decir, tumbar al capitán. La hay otra, a todas luces legítima, que grita cualquiera cuando siente que el agua ya quiere cubrir los aparejos, no pretende salvar la nave, a todas luces insalvable, mas si las vidas que se pueda. La tercera es ilegible, resignada, y adornada con tantas burbujitas que ya ni vale la pena escucharla. Es más un réquiem que un grito de ayuda.
Este año hemos estado gritando varios inconformes desde diferentes medios que se hunde el barco, donde el barco es la parte pública del sector cultural, y los ahogados, extrañamente no son los funcionarios, sino nosotros. Así muchos pensaron que este llamado obedecía al primer orden de aviso, al mero intento de motín. Los que lo gritamos creímos que lo hacíamos desde la segunda circunstancia, la que pretende salvar lo que se pueda. La nota sobre los excesos y raterías de Consuelo Sáizar y Arturo Saucedo que publicó ayer El Financiero, con todos los pelos de la burra en la mano, nos viene a demostrar que ni uno ni otro, ya estamos en la etapa de platicárselo a los tiburones. Ante esta noticia, las denuncias de maltrato de Bárbara Colio, las quejas de Enrique Olmos sobre la Compañía Nacional, o la terrible queja de los teatreros que van para el año que no pueden cobrar ni la nómina, retraso que incluye que a estas fechas aún no se pague a los grupos participantes en la MNT, y tantas notas más que como nunca han circulado por los medios, todas estas noticias terminan perfectamente explicadas.
Dígame usted, improbable lector, cómo riatas es posibles, en qué cabeza cabe, que la amazona de Acaponeta ponga en la nómina impunemente a dos paisanos sin experiencia. ¿Conoce usted Acaponeta?, la que antes fuera noble tierra de gente como Alí Chumacero y ahora, gracias a la grácil damita que gobierna y desarma CONACULTA no podemos imaginarnos sino como un pueblo de traileras. Bueno, de ahí se trajo los indispensables refuerzos la susodicha para terminar de partirle la madre al CONACULTA. Y como quiera, esto es lo de menos, sirve para contar chistes de mujeres jugando a las vencidas y ya. Es lo de menos porque el bebé Arturo Saucedo, quien opera los principales recursos de la fallida institución, por no operar los billetes durante cinco meses perdió millones de pesos que no eran de él, sino de nosotros. La lana que perdió ya se perdió, ya no está, ya no la tendremos, y no contento con esto, el simpático balbuceante se dio el lujo de autopagarse a santo de sepa qué chingados, quinientos mil pesotes, y de repartir lo poquito que quedó de lana entre una gavilla de perredistas y cuates de la anterior legislatura. No voy a decir “si México fuera un país de leyes…”, porque de leyes sí es, mejor digo, si nuestros gobernantes conservaran un poquito de decencia, si no fueran unos cinicazos de siete suelas, ante tales noticias ya hubieran salido por la tablita la guapa Consuelo Sáizar y esta especie de Einstein mexicano que para no pasar por malinchosos llamamos Arturo Saucedo.
Sé que mi decir ahora me hace pasar por histérico, sé que esta nota tiene demasiados tintes de encabronamiento. Lo que no entiendo es por qué no estamos todos enojados, terriblemente enojados. Cuando menos.