Desde el Cervantino
Sobre tres obras de teatro del FIC, Cena de Reyes, Sin sangre y Mestizo, leyendas del México antiguo
Fernando de Ita
Llegó octubre, con octubre el Cervantino, con el Cervantino Guanajuato, con Guanajuato el festín de los cuerpos en las calles y la fiesta de las artes en los teatros.
Teatro Juárez. Cena de Reyes, una de las coproducciones estelares del FIC con Nicolás Alvarado de libretista y Aurora Cano de directora. La idea era homenajear a don Alfonso Reyes a partir de su Manual de Cocina y Bodega y de su cuento La cena. Infortunadamente, del plato a la boca se cae la sopa. Lo que en el papel lucía como una celebración del ingenio, el humor, la ocurrencia, el chispazo verbal y el gusto por la mesa del polígrafo regiomontano, resultó un fiasco en el escenario porque provocó todo lo contrario a su intención original: provocó aburrimiento.
El filósofo argentino Jorge Dubatti nos ha recordado que el convivio es uno de los elementos centrales del hecho teatral, de manera que cuando la reunión del público se hace explicita como punto de partida del espectáculo, uno espera un bonito despelote en donde se beba, se coma, se cante, se hunda la mirada en el escote de las damas y la mirada de ellas en la entrepierna de los caballeros. En lugar de propiciar el placer de los sentidos los productores formaron al público en filas rutinarias para recibir unas gotas de jerez en el paladar y degustar un par de minúsculas botanas. Ya en las butacas, algunos espectadores recibieron durante la función una copita de fino, un horrendo champurrado de elote y unas ricas empanaditas de dulce y carne, acaso para compensar lo poco que ofrecía la obra en el escenario.
Es una lástima porque Alvarado escribió una ingeniosa historia paralela al cuento de Reyes que seguramente como texto merece el elogio que le brindó Pedro Ángel Palou en el programa de mano, pero que en el escenario no alcanza a desprenderse de su condición literaria para volverse acción dramática, salvo en el caso del mozo, actuado por Luis Ernesto Verdín. Si consideramos que el protagonista de la historia paralela es Rafael Inclán, un astro del alta, media y baja comedia mexicana, sólo podemos concluir que la joven directora no supo sacarle brillo a esos zapatos.
La comedia, por otra parte, es el coco del teatro culto en México porque rara vez sus practicantes ven la vida con una sonrisa en los labios, de manera que ni el probado talento para la escenografía y el vestuario de Sergio Villegas y Eloise Kazan, ni la costosa producción, ni las docenas de galopines y pinches de cocina, ni el octeto vocal dirigido por Jesús Lujambio, ni la disposición del público para disfrutar una cena de reyes salvó el espectáculo con el que la estupenda actriz y fervorosa promotora de teatro que es Aurora Cano pagó su escasa experiencia como directora de escena.
Cine en vivo
Así describió mi púber compañero de butaca el resultado de Sin sangre, el espectáculo que presentó en el Teatro Principal el grupo chileno Teatrocinema que en el nombre lleva la intención de hacer un teatro cinematográfico. Ojo, no un teatro visual como el que proliferó el siglo pasado en los festivales del mundo sino un drama insertado en la pantalla, con un virtuosismo técnico que asombra, aunque el precio lo pague el teatro con la subordinación a la imagen.
En el siglo del pastiche, de la hibridez de formas, estilos, lenguajes, disciplinas, es un contrasentido juzgar esa promiscuidad con las leyes del purismo. En el presente, un arte fijo en el tiempo y el espacio se convierte en ruina, sobre todo para los nuevos públicos que nacieron con una pantalla en el cerebro. Para ellos es muy atractivo ver una obra de teatro que no es teatro sino “cine en vivo” en el que los actores de la película están físicamente en el screen. Qué importa que el encuadre, el escenario, el decorado, la composición de la imagen sea una copia de Sin City; qué importa que impere la violencia visual a la Tarantino; qué importa que los actores sean figuras y no personajes de la historia; qué importa que el meollo de la novela de Alessandro Baricco sobre el sentido de la venganza se diluya si la imagen está padrísima y me pasé los 100 minutos de la función adivinando cómo se mueven los actores dentro de la imagen fija de la pantalla. Como viejo espectador de teatro primero pensé: bien por Juan Carlos Zagal y su grupo, están conquistando nuevos públicos para el teatro. Más tarde ratifiqué: no, público para el cine en vivo, no para el teatro.
De pena ajena
Gonzalo Valdés Medellín me recordó que éste año el Teatro Cervantes de Guanajuato cumple 30 años y que ni las autoridades locales ni las del FIC hicieron nada para festejarlo. Por el contrario, estas últimas programaron tres funciones de un espectáculo de Mario Iván Martínez, Mestizo, leyendas del México antiguo, indigno no sólo de un Festival Internacional sino de un escenario profesional. No entiendo como un actor con la trayectoria de Mario Iván se presenta con una pieza tan primaria en forma y contenido. No me cabe en la cabeza que un actor, que un músico con su formación, con su prestigio haga en un Cervantino el ridículo por cuenta propia. Si él perdió la proporción de las cosas, alguien en el FIC debió impedir que el público pagara las consecuencias.