Reflexión en torno a la CNT
Luis Rábago
En este primer año, los que formamos parte de la nueva Compañía Nacional de Teatro, además de homologar perfiles y métodos de trabajo, plantear las opciones para resolver divergencias y maneras de entender técnicas de actuación, de acordar el lenguaje que tendremos que llegar a hacer común en la convivencia escénica, de tomar más de diez talleres de entrenamiento físico, vocal y de análisis teórico, y de ensayar, montar y estrenar cuatro puestas en escena, hemos desarrollado la costumbre de enterarnos periódicamente de las inconformidades externas que se manifiestan contrarias a la adjudicación de recursos destinados al sector teatral y que -a su parecer-, nos privilegian en perjuicio de otros.
En este ambiente, seguimos trabajando.
Los resultados escénicos logrados, nos permiten saber con mayor puntualidad cuáles fueron nuestros hallazgos, cuáles nuestros yerros y cuales deberán ser las opciones para optimizar lo que de bueno ha resultado y lo que deberá corregirse en lo inmediato.
Pienso que es necesario en lo sucesivo, además de nuestro intenso funcionamiento interno, una labor permanente de extensión dirigida a la comunidad de creadores escénicos para conectarlos con este proyecto, y establecer amplio diálogo en cuestiones fundamentales, no sólo en relación a sus preocupaciones por los recursos económicos, sino sobre todo en la colaboración de objetivos artísticos.
Es clarísimo que todos los síntomas hacen evidente una profundísima descomposición social. Nos rodea la barbarie y una atmósfera de cotidiana criminalidad. Algo muy profundo y radical debemos hacer los creadores para revertir una debacle de desmoralización generalizada.
Lo primero, –se me ocurre–, es establecer entre nosotros, acuerdos y concordias. Son pocas las tablas que quedan para asirnos ante la inminencia de un naufragio.
Mucho he dicho a quienes insisten en vernos como un grupo a quienes se favorece en detrimento de los demás.
Sólo habré de recordar nuevamente, que ese grupo de beneficiarios al que se alude, somos toda la comunidad teatral, en cuanto que a la CNT la caracteriza una estructura rotativa que consiste en abrir las expectativas de ingreso a todos aquellos que en su oportunidad lo soliciten y en su caso sean aceptados por méritos profesionales.
Implica también que solo la actitud ante el trabaja y la probada evolución artística en ella, permitirá a un elemento ya integrado, su permanencia temporal.
En el caso de las adjudicaciones a la dirección artística y administrativa, estas cumplen con los condicionamientos reglamentarios que imponen CONACULTA, el FONCA y el INBA y hacen imposible la permanencia indefinida en tales cargos.
Todo ello debería desvanecer el temor de perpetuar a “un grupo” específico de artistas.
La gran excepción –muy justa a mi parecer–, es la de los Actores Eméritos. No sólo porque implica el reconocimiento a estos Creadores que han dedicado toda su vida a desarrollar un trabajo artístico brillante, sino porque desde su fundación, el FONCA había olvidado que en el Sistema Nacional de Creadores hacían falta ellos.
Este olvidó, afortunadamente ya se corrigió en la actual administración y me parece que todos los que formamos parte de la comunidad teatral deberíamos festejar tal logro, ya que definitivamente nos involucra y representa a todos.
Ellos son, por otra parte, la única garantía de que la CNT sea preservada por las instituciones culturales.
Paso a la interrogante que ahora más me importa en esta reflexión:
¿Qué sentido tiene crear una Compañía Nacional de Teatro?
El primer propósito evidente es el de reafirmar un sólido movimiento teatral a nivel nacional.
¿Que la capacidad de la CNT debería ser más amplia? Sí, por supuesto. Lo idóneo sería que otras estructuras similares tuvieran sedes en diferentes puntos de la república, y que llegara el momento en que cada entidad contara con una de ellas, hasta conformar una federación que tuviese la indiscutible personalidad de Compañía Nacional. Eso es lo deseable y tendría que ser la pretensión de todos los creadores teatrales.
Estamos dando un primer paso y daremos el segundo si neutralizamos las zancadillas y descubrimos como convencer de que un esfuerzo así es indispensable para la evolución de un movimiento estético común.
Y aquí es necesario enfatizar que no se trata en esta comunión de lenguajes teatrales, de fundar leyes estéticas estandarizadas, pues con esa hipótesis estaríamos negando y contradiciendo de raíz, la pluralidad y riqueza que definen los procesos de creación. De hecho, todas las propuestas escénicas de la CNT están y estarán expuestas a gustar mucho, pasar inadvertidas o no gustar para nada, como lo experimentan las propuestas de cualquier grupo de teatro, independiente o subsidiado. Coincidir con el gusto teatral de TODOS es simplemente imposible. Ninguna compañía puede pretender ser representante del gusto teatral de todas las demás. Eso sólo lo podría pretender alguien absolutamente desquiciado. Como desquiciado sería exigírselo a cualquier agrupación teatral. Lo único que no podemos permitirnos como compañía profesional, es el descuido y la ausencia de calidad.
Participar de un movimiento teatral común significa compartir experiencias que hagan posible entendernos y crecer a través de la apropiación de técnicas y procesos de trabajo. Intercambiar herramientas útiles para ser aplicadas en la concreción de una idea estética personal. Esta Compañía Nacional debería ser el punto de encuentro idóneo para discutir procesos conocidos y enterarse de otros emergentes.
No seríamos, por supuesto, los que dictáramos cátedras. Seríamos en el mejor de los casos, quienes invitáramos y propiciáramos un intercambio de opiniones relacionadas con el teatro.
¡Nada más lejano que ocurrírseme algo que sonara a cursos de perfeccionamiento actoral y de dirección escénica!
Pienso en estar reunidos con todos los que seamos capaces de convocar, como lo estamos haciendo ya con la Embajada Francesa en los “Caberets Literarios”, de los que ya se han realizado hasta ahora cuatro eventos.
Me queda claro que lo que un creador sugiere a otro creador no puede de ninguna manera parecerse a “cursos intensivos de arte”. Cada artista está determinado por leyes absolutamente propias, que no siempre tienen valor para otro artista. Ambos deberían sentir que este intercambio va cargado de generosidad exenta de actitudes demostrativas.
En ese sentido, el actor experimentado sí está obligado a compartir con el novel el camino que ya anduvo para que este –el que continuará la ruta–, se apropie solamente de lo que considere útil. La mejor virtud entre creadores es la gentileza al ofrecer y la apertura al recibir. En el primero no habría prepotencia y en el segundo habría gratitud.
Una compañía teatral con estas características equivale a la casa familiar, el centro de reunión de amigos al que acudimos, para sentirnos correspondidos. El lugar dónde mejor recepción tienen nuestras opiniones y dudas.
La convivencia cotidiana con actores que han andado camino y otros que empiezan a hacerlo, –como sucede en nuestra experiencia actual–, alimenta a ambos. Los primeros tal vez conocerán cosas que nunca aplicaron, y recordarán aquellas, elementales, que ya no ponen en juego. Los segundos descubrirán caminos que siguen siendo inobjetables y otros cuyos procedimientos les parecerán que es mejor guardar en el baúl.
La gran importancia de una compañía de repertorio con un elenco estable y otro rotativo, es que se consolidan y perfeccionan alcances estéticos en el corto y en largo plazo.
Es una lástima y una demostración evidente de nuestro salvajismo cultural, que los anteriores esfuerzos por fundar una Compañía Nacional de Teatro hayan quedado reducidos a desastres burocráticos. Ahora tendríamos un largo trayecto recorrido.
Pero las diferencias vertidas no van solamente contra el “concepto” Compañía Nacional. El malestar actual obliga a muchos a preguntarse, eventualmente: ¿Qué sentido tiene en este país de recursos insuficientes, gobernado por políticos incapaces y deshonestos, controlado por poderosos criminales que de hecho han secuestrado nuestra vida cotidiana, —qué sentido tiene, digo—, empeñarnos en seguir construyendo realidades alternativas e insistir en profundizar hacía una poética teatral? ¿Qué sentido tiene ya el arte? ¿A quién le hace falta? A cualquiera de nosotros, afectan estas cuestiones.
Un poeta dijo que los poetas crean la armonía partiendo del caos. Habrá quién esté de acuerdo en que el objetivo de cualquier arte en está época precisa, consistiría en acercarnos a la reflexión del sentido de vivir en medio de este caos.
De cualquier forma, si decidimos seguir vivos, más nos vale hacerlo contentos. Sin miedos ni angustia. Evitar caer en depresiones conducentes a la soledad, al rencor, a la envidia y a la convicción de que nadie nos acepta ni nos quiere.