FIC: Los tiempos cambian
Estimados colegas como Juan Hernández escribieron que el Festival Internacional Cervantino está en franca decadencia, que ya no es como en sus tiempos dorados. Tienen razón en lo segundo pero su primera apreciación es tan cuestionable como defender lo contrario. Sin duda el Cervantino ha cambiado respecto a los años 80 en que fue verídicamente la ventana del arte escénico del mundo en México. Pero eran tiempos pres digitales, cuando la forma más veloz de compartir una información escrita era el fax. Años preglobales en los que no sabíamos qué pasaba con la danza contemporánea en Bélgica ni que teatro se hacía en Polonia.
El FIC fue un hito para el periodismo cultural porque les dio a los viejos y nuevos periodistas la oportunidad de atestiguar in situ la invención artística de las Compañías, los solistas, los colectivos y los ensambles de más alto rango en el escenario mundial. Los 80 fueron los días en que la mayor parte de los diarios de circulación nacional tuvieron una sección diaria de cultura. Ni siquiera en el Excélsior dirigido por Julio Sherer hubo diarismo cultural. Esa primicia le correspondió al periódico unomásuno dirigido por Manuel Becerra Acosta y Carlos Payán (meses antes apareció la histórica sección cultural de la revista Proceso, pero era hebdomadaria).
En la era Internet quien tenga una computadora y señal en su casa puede mirar la última producción de Jean Fabre, Belgian Rules, una alegoría sobre Bélgica que se acaba de estrenar en el Teatro Central de Sevilla, sin esperar a que venga al FIC tres años después de su debut como ocurrió con la “monodanza” que vimos hace unos días en el Teatro Juárez cuya mayor virtud fueron las nuevas máquinas de hacer humo. Claro, para traer su última producción de gran formato el Cervantino tendría que invertir mínimo un millón de euros.
Aunque no es sólo el dinero lo que determina la calidad de un Festival Internacional. Sin duda el Cervantino debe replantear el tamaño de su programación, que es inmensa. Comenzó como una celebración de las artes escénicas con acento en el teatro; se transformó con Doña Carmen Romano –que era pianista–, en un foro para las grandes orquestas sinfónicas y los solistas excelsos; con Ramiro Osorio el teatro, los espectáculos callejeros y los conciertos para los jóvenes tuvieron preponderancia. Me parece qué él fue quien comenzó la parte académica del Festival. El caso es que ahora el FIC es un pandemónium al que Jorge Volpi le agregó el Cervantino en las escuelas, en poblaciones rurales y en zonas deprimidas, que está funcionando poca madre, complicando más la decisión de reducir su gigantismo.
Recuerdo que ante el reclamo de los periodistas de darle al Cervantino una misión social, Héctor Vasconcelos, el director del FIC en su etapa gloriosa, respondía que él no sabía que más podía hacer fuera de traer a los mejores aristas del mundo. Acaso se debería volver al origen. Seleccionar, como en Aviñón, como en Salzburgo, sólo lo más logrado, provocador, riguroso de la disciplina artística. La realidad es que el FIC depende en gran parte de las embajadas de las potencias culturales. Por eso la idea de Ramiro Osorio de tener un país invitado se ha sostenido en todas las administraciones posteriores.
Lo cierto es que se debe repensar el sentido, los alcances, la vocación del FIC. Ya logró incrementar el turismo en forma superlativa y no precisamente el turismo cultural que compone la minoría de las multitudes que éste año no avasalló las calles como en años anteriores, acaso por los desastres naturales que asolaron parte de la República. Habría que investigar el efecto pedagógico que tiene entre los jóvenes que sí asisten a los teatros. Por lo pronto parece que los periodistas ya no se asombran con su programación, todo lo contrario. Aunque éste año yo vi al menos tres espectáculos excepcionales, de esos que te reconcilian con el mundo del arte y con el mundo a secas, y como están las cosas en mi país, eso es un regalo de los dioses.