El postpanfleto
Entre el performance y el mitin político, ricci/forte llegó al Cervantino con un llamado de atención sobre la homofobia que azota al mundo macho, con un espectáculo sacado de un hecho real en el que un adolescente romano se colgó con su bufanda por el bullyng al que era sometido por su tendencia sexual.
La agrupación italiana formada por Gianni Forte y Stefano Ricci en el 2006, logró de inmediato adeptos para su causa por la forma tan física de plantear su denuncia, con un efectismo muy eficaz para su propósito.
Como el teatro italiano actual no ha pasado por México vale comentar que este conjunto artístico es la coda de la vanguardia que personalizaron creadores tan originales como Romeo Castelucci y Ema Dante en los años 80 y 90 del siglo XX. No habló de imitación, ni siquiera de discipulado sino de la estela que deja el talento, la inventiva y el riesgo artístico en el campo de la creación escénica. Gracias a Giorgio Ursini me entero que Ricci y Forte son uno de los colectivos más vigorosos del teatro postdramático italiano. Él recuerda particularmente el espectáculo que hicieron sobre Pasolini como uno de los mejores homenajes que se le han hecho al poeta del cine y de la escena.
Still Life es un espectáculo que recurre el efecto político y al efecto espectacular, al poder de la palabra y al poder del cuerpo, a la tensión social y a la tensión dramática, utilizando la música, la danza, la resistencia física para producir imágenes impactantes, con cierta carga de violencia que desemboca, sin embargo, en la belleza de un montón de plumas volando por el aire, o en la marcación de un cuerpo desnudo vejado por las botas de la intolerancia. En la imagen del actor que sin deberla ni temerla es atacado y marcado en carne viva, se puede resumir la intención artística de ricci/forte: más vale una imagen en acción que mil palabras para que el espectador sienta lo que le quieren decir.
Este recurso performático es reforzado por un texto desigual en su intención lírica pero igualmente eficaz para llegar a la emoción del público. Sobre todo los jóvenes se entregaron de lleno a la propuesta escénica y celebraron que los actores se bajaran a repartir besos entre el público. De ahí que al final del espectáculo, cuando el elenco pide que los espectadores pasan a escribir en una cortina de papel el nombre de alguien que haya sufrido bulling, la participación fue tan nutrida como genuina. Como crítico uno tiene el deber de distinguir los resortes que se ponen en juego para atrapar la atención, la emoción y acaso el intelecto del público, y razonar su grado de honestidad artística, por así decirlo. Por ejemplo, en un momento del espectáculo un actor crítica los apoyos superficiales que mucha gente le da a causas legítimas, como el acoso a las mujeres; usar una cinta en la solapa, protestar en Facebook, firmar un manifiesto. Aunque luego ese mismo actor invite al público a poner su nombre en un mural efímero.
Lo cierto es que gran parte del público salió conmovido, un viejo conocido me comentó que era el mejor espectáculo que había visto en su vida, que luchar tan eficazmente contra la homofobia merece un aplauso y que Anna Gualdo, Liliana Laera, Giuseppe Sartori, Simón Waldvogel y Piersten Leirom, dan todo en el escenario.