El asombro de estar vivo: 40 años de Cervantino
En estos días mexicanos este título no es una figura de lenguaje. Hoy hago un recuento de mis 40 años seguidos de cubrir el Festival Cervantino, en el salón fumador del Teatro Juárez, y ya estoy viendo al montón de amigos que estuvieron conmigo en las primeras fechas y no podrán escucharme porque están muertos. En cambio, estarán a mi vera mi hijo y mi nieto y eso me alienta a tomar a palabra.
MATELUNA
Hay un hecho: Jorge Mateluna, militante chileno del Frente Patriótico Manuel Rodríguez fue preso y condenado a prisión por la dictadura. Al regreso de la democracia es indultado. Hay un acontecimiento: en el 2013 se da en Santiago el asalto a un banco y Mateluna es levantado por los carabineros a 20 cuadras del robo. Se le acusa de ser uno de los asaltantes. Él lo niega. Su pasado lo condena. Luego de un juicio pleno de irregularidades, de falsos testimonios y errores imperdonables, lo sentencian a 19 años de cárcel que la bondad del Estado rebaja a 16 vueltas del calendario.
Con tal hecho, con tal acontecimiento, el guionista, dramaturgo y director chileno, Guillermo Calderón, armó un dispositivo escénico para dar testimonio de tamaña injusticia y poner en tela de juicio la actitud del colectivo de teatro ante la prisión de Mateluna, porque él había compartido con ellos parte de su historia como revolucionario para una obra que el grupo presentó con el título de: Escuela.
De entrada el montaje se sitúa en el teatro documental donde se renuncia a la ficción para mostrar los hechos. Por ello, hay un traductor de lenguaje de señas que va contando la historia a los posibles sordos de la audiencia. Aunque los actores aparecen enmascarados a la manera árabe no están en personaje sino como un grupo de actores que se cuestionan el sentido de la invención artística ante un hecho tan real como la prisión de Mateluna. Salvo la Kufiyya o pañuelo palestino su actitud es natural, cotidiana, desdramatizada. Pero no en balde uno de los productores del documento es el grupo alemán Hau Hebbel Am Ufer Berlin (Teatro de Artes Escénicas en Berlín), de manera que esa naturalidad es una invisible conquista dramática que les permite a los actores actuar como si no estuvieran actuando.
Para reforzar esa actitud documental presentan un video auténtico de la falsa identificación de acusado y una filmación que reconstruye la huida en los asaltantes del banco por las calles de Santiago. También pasan el audio y el texto donde queda de manifiesto que el juez conoció la falsedad en la que incurrió el oficial encargado del caso para incriminar a Mateluna y pesar de ello, lo condena.
La disposición del espacio escénico y la iluminación también ayuda a ocultar la ficción que hay en el documento porque en el tablado sólo hay una mesa con vasos y botellas rodeada de sillas y la luz es plana. Sólo cuando el grupo reconstruye los intentos que han hecho para explicarse el sentido de la violencia y de la paz en Mateluna, la ficción se asoma al escenario de manera violenta, escatológica, con Mateluna explicando cómo se hace una bomba de clavos en un bote lleno de mierda para que la caca infecte a los heridos, y en clave irónica cuando se imaginan ayudando a Brecht a escribir una obra de teatro en Suecia mientras el dramaturgo espera su visa para ir a Hollywood.
En lugar del panfleto de puño en alto para ganar adeptos para su causa, Calderón y su colectivo documentan un hecho real mediante la ficción, interviniendo los hechos a favor de Mateluna como hizo la policía para culparlo. El resultado es muy brechtiano porque atrapa al espectador poniéndolo en cuestión sobre la validez de la violencia revolucionaria y exponiendo la injusticia del caso Mateluna como un hecho tan claro como la falacia de su condena. Para cerrar el círculo de la ficción real y la realidad ficticia, al terminar la función el director me mostró en su celular la carta que Mateluna le escribió ayer a su mujer desde la prisión felicitando al grupo por su presentación en el Cervantino. Me uno a ese festejo porque Mateluna hace del teatro un acto público en donde el artificio artístico cumple una función real: pedir justicia.
Aparte
Luego de la postura que tomó Gunnary Pardo en la red sobre el reclamo de Julieta Egurrola por un ruido involuntario en una función de teatro, no supe cómo reaccionar ante el timbre de dos celulares y el balbuceo intermitente de un bebé durante la función referida. ¿Es el teatro un recinto sagrado o un espacio público? ¿Tiene derecho el artista a exigir el respeto del público o debe ganarlo sólo con su trabajo? Salí del Teatro Cervantes con la duda, pero al comenzar la función del Teatro Juárez, lleno de esa clase de público que va a los festivales, al primer reclamo de respeto al apagarse las luces, supe que Pardo tiene razón: somos cuerpos vivos, no embalsamados por el arte.