Teatro privado y teatro público
Algún revuelo se armó en las redes sociales con la aparición de la Academia Metropolitana de Teatro, una sociedad civil hecha para lanzar un Premio de 250 mil pesos que pagará la misma gente de teatro que le entre al juego.
Como en la cartelera teatral de la ciudad de México todo se mezcla, perdemos de vista que el teatro público se hace con fondos institucionales y el privado con capital propio, es decir, que el primero es de interés general y el segundo, particular. Que Ángel Ancona, Coordinador del Sistema de Teatros de la CDM, y Lorena Maza, directora del área teatral de la UNAM estén en el comité técnico, mezcla ambos ámbitos y permite indagar cuál es la injerencia del sector público en este acto privado. Supongo que no hay dinero institucional porque ni la Secretaría de Cultura chilanga ni la Coordinación de Teatro de la UNAM tienen un peso de sobra pues su compromiso presupuestal es con el teatro público donde la demanda está muy por encima de la oferta.
Conjeturo, entonces, que están ahí como reflejo de ese variopinto conglomerado de personas que hacen teatro con dinero del erario, algunas de las cuales denunciaron en la red las inconsecuencias del Premio METRO. Pero lo hicieron desde la visión del teatro público, sin considerar que se trata de una estrategia de mercado en la que el producto llamado teatro quiere vender más entradas y agasajar a los estrellas del espectáculo —que no del teatro aunque algunas de ellas se suban al escenario—, para que el teatro privado tenga también ése momento peripatético que son las alfombras rojas, zona cuatro.
Hace unas semanas discutíamos la validez de los premios de las agrupaciones de periodistas del espectáculo de la CDMX, argumentando que es inconsecuente crear premios de la crítica cuando esa acción de la inteligencia se ha extinguido en los medios de comunicación convencionales. Claro que los colegas tienen derecho a organizar su fiesta y los premiados a postear su reconocimiento, siempre y cuando todos tengan claro que se trata de la farándula, la diversión, la frivolidad del medio, no de una fundamentada y trascendente valoración del trabajo artístico.
Si los productores privados quieren pagar 3 mil pesos por sacar ficha para la kermes, si algunas notables figuras del show business prestan su nombre para publicitar la iniciativa, nadie sale herido por no estar ahí. Claro que sería más provechoso apoyar la formación de una crítica instruida, veraz, independiente, que no tenga el papel de palero ni de pontífice sino que cumpla con investigar las nuevas tipologías para los nuevos formatos de una invención que está cambiando radicalmente, como es la de las artes escénicas.
Aunque esto es precisamente lo que no le interesa al teatro privado que se sustenta sobre la convención del teatro de sala, el renombre de sus elencos y la publicidad masiva. El teatro como negocio es una cosa, el teatro como forma de vida otra muy distinta. Alejandro Ricaño cuenta cómo se puede producir una obra millonaria en el ámbito privado sin tener un peso en la cartera: Se le habla a un dramaturgo de moda y se consigue la participación de una estrella del espectáculo. Con tan sólo el título del producto y el compromiso de la Figura, se toca la puerta de alguna gran empresa y se le ofrece el producto. Con la publicidad asegurada se habla con los empresarios de espectáculos masivos en los estados, quien al saber de la publicidad millonaria cierra el trato para la gira de la obra que aún no existe, dando un adelanto. Con este anticipo se produce el espectáculo y a cobrar se ha dicho porque no importa que la obra sea mala y que la figura esté del nabo. Lo que vale es vender bien el producto. Esto es algo de lo que premiará la Academia Metropolitana de Teatro, con el aval de Ancona y de Maza.