Hay muertes que dejan mudo
La de Mili Bermejo es una de ellas. Se fue del mundo al que le cantó por tantos años en lo que dura un scat; súbitamente. Se fue una amiga entrañable, una parte de mi familia afectiva a la que vi crecer, sufrir, triunfar, conquistar el maldito sueño americano. A los 20 años era una hoguera ardiente echando chispas por todos lados, loca de amor, de juventud, de proyectos, de talento musical. De los cuatro hermanos Bermejo fue la más dotada para la composición y la enseñanza, para no mencionar su inolvidable voz y sus alcances melódicos.
En los años 80 y 90 escribí muchas veces la genealogía de la familia Bermejo, una dinastía musical del México real del siglo XX que tuvo su cénit en los años 30 y 40 cuando la canción bravía, la canción campirana era un hit lo mismo en Nueva York que en Buenos Aires, ciudad, por cierto, en la que el padre de Mili, Guillermo Bermejo, conoció a Luz Suárez, una mujer y una cantante natural fuera de serie.
Entre los recuerdos imborrables de mi vida están los asados domingueros en casa de los Bermejo, auténticos agasajos de vino, carne, amistad, y música en los que nunca faltaban los conflictos emocionales, el llanto y la risa, invariablemente disueltos en la guitarra de Guillermo y su hijo, Miguel Bermejo, y en las singulares voces de las cinco cantantes de la casa: Luz, Margie, Mili, Tiki y Gladis Bermejo.
Aquellas comilonas terminaban en veladas de las que salíamos trastornados porque eran horas de escuchar la vida cantada, la melopea de la existencia en diversos registros, tesituras, timbres formas y sentimientos melódicos de la voz humana. Cada Bermejo tenía su sello musical y los hermanos juntos hicieron uno de los grupos más completos de la canción popular de los años 70, que por su misma ambición y calidad musical nunca fue apoyado por la industria. Estaban en otro registro, muy alto para los lugares comunes que propagaba la radio. Lo supe entonces y lo sé ahora: fue un privilegio comer, beber, amar y sufrir compartiendo la capacidad musical de la familia Bermejo-Suárez.
Desde muy joven Mili hizo música para teatro, compuso canciones e hizo arreglos para espectáculos propios y ajenos. Recuerdo particularmente una canción para una película de Héctor Ortega en la que yo hice la letra y ella la música, porque es una melodía que aún conserva su encanto. Otra experiencia inolvidable fue tener a Margie y sus hermanos como socios musicales de La Peña del Nahual, uno de los sitios emblemáticos de la canción latina y el canto contestatario que nosotros convertimos en una de las avanzadas del canto nuevo y la canción satírica. Era un agasajo tener a los Bermejo trovando en la alta noche coyoacanense, y a Mili fumando como chacuaco, enamorándose siempre del hombre equivocado y cantando como diosa.
No tengo en la memoria la causa exacta por la que se fue a Boston, no recuerdo si comenzó estudiando en el Berklee Colege of Music, pero ciertamente tuvo ahí una carrera fulgurante que culminó como una de las decanas de la escuela, con un prestigio enorme como maestra y cantante. Las notas luctuosas de sus alumnos de varias partes del mundo dan cuenta de su maestría como pedagoga. Aunque Mili fue sobre todo un músico capaz, imaginativo, inspirado, propositivo, y una cantante extraordinaria que precisamente después de tantos años de brega comenzaba a tener la atención que se merecía en el mundo jazzístico de los Estados Unidos.
Mili siempre conservo sus raíces mexicanas y argentinas y hasta su último CD exploró la simbiosis del jazz y la música latina, en compañía de Dan Greenspan, un bajista y un compañero de vida extraordinario, que estuvo siempre a su lado en el escenario y en la vida. Ahora que juntos habían conquistado la tranquilidad del campo, construyendo su propia casa, sembrando su hortaliza, horneando su pan, Mili expiró su último aliento. Nos quedó pendiente su presentación en el Festival Internacional Cervantino. Precisamente hace unas semanas vi con el subsecretario de animación cultural, Saúl Juárez, la posibilidad de que regresara éste año a difundir su última grabación, por fin celebrada públicamente en México por melómanos como Xavier Velasco.
Mili se fue de México porque no halló aquí los estímulos y los apoyos necesarios para acrecentar su indiscutible talento musical. Como tantos compatriotas, pasó las de caís para ganarse un lugar en un terreno tan competido como el jazz, en la tierra del jazz. Pero lo hizo. Fue una de las mujeres nativas de otra cultura que aprovecharon la oferta de la cultura del país vecino para enriquecerla, para expandirla, para unificarla con la propia. En la plenitud de su canto, en el esplendor de su vida, Mili Bermejo supo de pronto que sus días estaban contados por el cáncer y apenas si tuvo tiempo de conmocionarse por su destino. Tu muerte me duele, Mili, como propia. Algo de mí se fue contigo. Algo de ti se quedó conmigo. Así que cantemos, Mili, alrededor de los huesos, cantemos, por los vivos y por los muertos cantemos por ti, cantemos contigo.
Cora Cardona
25 febrero, 2017 @ 4:00 pm
Fernando de Ita,
¡Qué manera de expresar tus impresiones de lo vivido con Mili y los Bermejo! Gracias, tu resumen es lo que en este momento nos acerca a ella -hermana maravillosa-
Su voz y canto son celebración a la vida que empapa de amor a todos aquellos que la escuchan, y aún más a todos los que la conocimos.
Se te quiere,
Cora Cardona