La sombra
Venir 38 años seguidos al Cervantino te convierte en la sombra de ti mismo. Ya no eres tú el que regresa. Es otro. Un señor bañado en años que apenas si te recuerda.
Si pasara junto a ti en el parque Unión se seguiría de largo, aunque tú darías un grito de horror al ver en lo que lo has convertido.
Tantos años de vuelta por la misma ciudad, las mismas calles, los mismos teatros, las mismas cantinas no te regresan el tiempo perdido, te lo quitan, lo vacían de sentido porque aquí ha pasado el tiempo como un huracán invisible que no destruye las casas sino a las personas y sus recuerdos. Treinta y ocho años años después ya no caminas entre los vivos sino entre tantos amigos que ya no regresaron nunca al Cervantino porque se fueron a la muerte.
Es curioso cómo la misma ciudad siendo idéntica es distinta. Se ha chuleado por fuera y sus habitantes se han multiplicado en tal forma que ya no hacen falta los turistas para congestionar sus plazas y sus avenidas principales. Definitivamente se ha diluido su aire provinciano y aunque aún quedan vestigios del pasado como las panaderías la globalización del mundo ha triunfado en los usos y costumbres de las nuevas generaciones. Del Guanajuato del siglo pasado sólo queda la novela de Jorge Ibargüengoitia.
Cuarenta y cuatro años de Cervantino no han permeado la sensibilidad artística de los conglomerados urbanos que alguna vez llamamos pueblo. En los últimos años se han hecho esfuerzos por acercar a la población rural y estudiantil a la “fiesta del espíritu”, pero es como tirar una gota al mar ante la realidad en la que esas multitudes han conformado su imaginario personal y colectivo.
Con una educación básica como zona devastada en la que la educación artística es un mal chiste, con una instrucción media y superior donde se excluye a las humanidades, cómo esperar que los niños y los jóvenes aprecien el espectáculo de la cultura sobre la cultura del espectáculo en la que se han formado.
La vida, sin embargo, está en las calles donde la vitalidad de los cuerpos en movimiento transforma la realidad del instante en una epifanía. Habría que seguir a esas multitudes a sus casas para ver por qué a pesar de todos nuestros pesares somos uno de los pueblos más felices de la tierra. Con cientos de miles de asesinatos y desaparecidos. No lo entiendo. ¿Acaso el arte tiene una respuesta? No. Sólo tiene más enigmas. Y ya es hora de meterme a un teatro. Tal es mi oficio aquí desde hace 38 años. Sentarme en la obscuridad en espera de que se ilumine el mundo. Y a veces pasa.