Cómo repensar la Joven Dramaturgia
Dice Guille Deluze, citado por Luiz Orlandi, en el muro de Rubén Ortiz: “…La diferencia, en tanto que diferencia en sí misma, ejerce la función de reunir…”. En el camino de regreso de Querétaro a los Llanos de Apan, antes de leer esta sentencia, me preguntaba cómo conciliar los opuestos manteniendo la postura de ambos polos de pensamiento. Tarea titánica en un país en donde no hay polémica sino descalificación ad hominem del adversario.
Afortunadamente la controversia suscitada por el Premio GMdC no contaminó el Festival de la Joven Dramaturgia, que tuvo su propia impugnación, apenas mencionada en la reunión formal de los participantes pero ampliamente comentada en los corrillos del Festival que el año entrante cumplirá sus 15 años de vida.
La experiencia nos enseña que para modificar un modelo hay que partir del patrón que se quiere transformar. La Muestra Nacional de Joven Dramaturgia imaginada por Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio y Edgar Chías, partió de la orfandad que padecían los noveles escritores de teatro, particularmente en los estados, donde era una hazaña publicar y representar sus invenciones.
Para demostrar su eficacia basta cotejar los nombres de los autores que fueron leídos por primera vez en Querétaro, con los dramaturgos que desde entonces han ganado los premios del ramo y han visto sus obras publicadas y montadas en muy diversos foros. Cuando la reunión anual de Querétaro estaba en su cénit, Alejandra Serrano, quien había tomado la estafeta de Luis Enrique, tomó una decisión insólita en el país del hueso: renunció a él considerando que para mantener la lozanía del encuentro éste debería ser dirigido por una generación anterior a la suya. Patricia Estrada e Imanol Martínez quedaron al frente de la organización a partir del 2015.
El amor, la Revolución y la experimentación artística se marchitan cuando se institucionalizan. Por dos sexenios y lo que va de la presente administración panista del estado anfitrión, los titulares del Instituto Queretano de la Cultura han apoyado y respetado la autonomía del FJD. Manuel Naredo, Laura Corvera y Paulina Aguado han sido aliados de esta iniciativa gremial que ha encontrado eco entre el público queretano. Son pues los jóvenes autores quienes tienen la libertad y la obligación de adecuar esta reunión referencial a los conflictivos tiempos del presente mexicano.
Esa libertad está acotada por el monto y la entrega del presupuesto, por las obras recibidas para su selección, por los tiempos y los grupos disponibles para su lectura dramatizada y otros factores internos y externos. Ya está visto que los Premios llamados nacionales no son ninguna garantía de excelencia dramática. Ya está comprobado que las innovaciones se agotan y que los modelos dramáticos que fueron vanguardia pasan a la retaguardia, como ocurrió con la “narraturgia postcostumbrista” que abundo este año. Lo que obliga a considerar si la noción de dramaturgia debe ampliarse a los formatos performativos, documentales, museísticos y de expansión social.
Para plantear la reinvención del modelo es fundamental considerar la vocación descentralizadora del Festival. El teatro de los estados ha tenido avances considerables en la formación, producción y socialización del hecho teatral, pero la realidad virtual y la globalización de la informática no ha suprimido la realidad palpable ni el aislamiento de buena parte del teatro de las regiones, como queda claro en los talleres y el espacio que hay en el FJD para comentar las lecturas y los montajes. Hay un núcleo minoritario con fundamentos teóricos de avanzada y una visión crítica de la tradición, y una mayoría con estudios de licenciatura que refleja en sus obras y su perspectiva las carencias de las escuelas de las que han egresado. Esta diferencia formativa y cognoscitiva pone el protagonismo en dos o tres voces y deja fuera al resto de la congregación. Hay que atender el reclamo de una nueva crítica para un nuevo teatro considerando esta realidad, de otro modo se corre el riesgo de predicar desde el monte Sinaí.