Antes
Ayer fue un día particular en esta reunión queretana de jóvenes, maduros y viejos autores de teatro. Comenzó el día con un texto netamente regional donde se expuso la realidad cultural, en el sentido amplio de la palabra, del pueblo yucateco. Siguió una obra enigmática que nos dejó con cara de ¿what?, y terminó el día con un thriller de ciencia ficción poco común en el teatro mexicano. A mí me toca descifrar las dos últimas propuestas dramáticas.
Antes, es la obra de una joven escritora que ya nos había sorprendido en este convivio con dos obras singulares, sobre todo aquella en la que Jimena Eme Vázquez exponía el caso de unas siamesas que van desarrollando personalidades distintas que las colocan en un conflicto existencial fuera de serie. Por el tema y su manera de construirlo supimos que Jimena es una chava dotada para la ficcionar la realidad. Para probarlo llega por tercera vez a este Festival como ganadora del Primer Premio de Dramaturgia Joven Vicente Leñero en el que participaron varios de los autores de ambos sexos aquí presentes.
Como en la película, Irreversible, de Gaspar Noé, la acción, si así se le puede llamar al deambular de Mónica el personaje central de Antes, ocurre de adelante para atrás, del mes de junio al mes de febrero del mismo año. Puesto que en la narración se pone énfasis en el calendario, lo primero que puedo decir es que se trata del diario de una estudiante que anda en busca de una beca para una maestría. El 26 de junio aparece en el escenario hablando sola en un departamento vacío y en su soliloquio le cuenta a su interlocutor invisible que se va a Mérida con un fotógrafo que conoció en una marcha. Tienen que pasar 126 días de viaje hacia el pasado para vislumbrar la historia completa.
Al igual que la mayoría de los espectadores salí de la lectura dramatizada preguntándome qué había visto y qué sentido tenía contar la historia de una desaparecida por la violencia de tal manera, en una elipsis en donde la cruenta realidad del país pasa con la misma trivialidad que los amores de Mónica, acaso una hija modélica de esa clase tan particular que forma la élite académica en México y el mundo.
En la película que menciono como referente del feed back de la narración de Jimena, los recursos del cine le permiten al espectador seguir más puntualmente la tragedia de la protagonista. En el presente perpetuo del teatro es más complicado caminar hacia atrás porque no queda, como en el cine, registro visual de ese rebobinado del tiempo. Primero pensé que era una limitación de la lectura en donde apenas se apuntan las posibilidades del montaje, pero dos camaradas que vieron la puesta en escena en la Ciudad de México me dijeron no, que para ambos resultó más clara la lectura que la escenificación.
Afortunadamente Imanol me mandó el texto y sólo leyéndolo pude tener la visión completa de la pieza. En la lectura percibí las sutilezas del tejido dramático y el cuidado que tuvo que tener la autora para que las acciones de la protagonista embonaran con el juego del tiempo. Lo que no descubrí fue por qué le dieron a esta narración el Vicente Leñero y sólo pude especular que era un jurado retro, amante de la nouveau roman y del cine francés de los años 60 en donde el tedio era motivo suficiente para filmar un largometraje. Si lo que premiaron fue el retrato de una joven cuyo conflicto mayor es el pleito con su madre, para señalar que en medio de la preguerra civil que vive el país cierta clase social sólo se percata de ella cuando una amiga de la carrera desaparece para siempre, fueron muy rebuscados.
Como soy un lector y un espectador cansado de los dramones que se han escrito y representado para denunciar la violencia de todo tipo que asola nuestra cotidianidad, no me quejo por la elipsis sino la vacuidad de la elisión que encuentro en la obra de esta joven autora. Pero como ayer aprendí, por boca de Alejandra Serrano, que no decir nada es decir mucho. Le cedo la palabra.