Cuando el futuro es teatro
Con perdón de ustedes, el chistorete es inevitable: “sigue viendo las obras de la joven dramaturgia y vas a quedar catatónico”. Como el expectante de SPEK, el thriller de ciencia ficción que trajeron al FNJD dos colectivos de la ciudad de Monterrey, uno de cine y otro de teatro. El tema, muy recurrente en el cuento, la novela, la televisión y el cine ha sido muy poco tratado en el teatro, aunque tiene un referente superlativo como son las dos obras que ha montado Peter Brook sobre la investigación del neurólogo Oliver Stack.
En lo personal me es muy grato que sea Cristina Alanis uno de los motores de este proyecto porque he tenido la suerte de trabajar con ella y conocer de cerca su talento y dedicación. Y es precisamente su formación y la de su socio de aventura, Manuel Anguiano, lo que explica en parte que su espectáculo se salga de la raya que contiene las temáticas de nuestro teatro. Ambos son egresados de la maestría de comunicación del ITESM y ambos tienen formación teatral. De ahí que el binomio ciencia y arte sea la plataforma desde la que lanzan su ya no improbable suposición del fin no sólo del mundo sino del universo.
Resulta que un hombre (Gerardo Dávila), fue hallado catatónico en la butaca de un teatro y luego de seis meses sigue sin movilidad y sin memoria. El espectador inmóvil es secuestrado por un neurobiólogo que desea investigar por qué llegó y permanece en tal estado. Para lograrlo contrata a una directora de teatro en razón de que su objeto de estudio fue hallado en una butaca mirando un espectáculo. Comienzan las explicaciones científicas, las proyecciones de las neuronas cerebrales, la ligazón de ciencia y arte, la controversia del neurólogo y la teatrera, y vamos viendo que el espectáculo se levanta sobre una pista de hielo en la que puede desbarrar en cualquier momento.
Desde mi punto de enfoque la parte más sólida del relato es el planteamiento, tratado con realismo interpretativo en un escenario minimalista muy bien diseñado para provocar con la luz y un solo objeto la atmósfera de un laboratorio. En medio de la teoría del científico y las objeciones de la directora la historia va dando giros para ajustarse al forzado desenlace de la fantasía futurista en la que luego de la destrucción del universo, la conciencia del paso del hombre por las constelaciones queda flotando en la nada.
Se agradece, por supuesto, que el teatro pobre de recursos económicos se atreva a tocar temas aparentemente sólo posibles para las grandes producciones, utilizando la investigación, la imaginación, el riesgo. Acaso por todo esto las actuaciones son muy rígidas, sobre todo la de Cristina que está en una crispación constante que termina por fatigar al espectador por su dureza. Emanuel está más relajado y Gerardo Dávila, una de las figuras históricas del teatro regiomontano, nos convence de que el teatro nos puede paralizar el cerebro. Feliz intento el de ésta empresa por unir al teatro con la ciencia.