Karina, una poderosa máquina de hacer teatro
Tengo la fortuna de haber visto el surgimiento y el desarrollo de Ana Lucía Ramírez como autora y actriz de teatro, de manera que puedo decir que en cada obra está hallando su propio universo dramático, aunque el olor a chicle y la alusión de la comida chatarra me recuerden su punto de partida. Ana Lucía forma parte de un colectivo de bravas mujeres, algunas de y otras radicadas en la ciudad de Xalapa, que en tan solo tres años han logrado su propio espacio escénico y una notable presencia en el teatro de su región y zonas de influencia. Así las cosas, es apenas natural que haya escrito un soliloquio, como le decimos los ancianos a los unipersonales, para Karina Meneses, uno de los relámpagos de agosto del teatro veracruzano.
La cercanía de ambas mujeres me deja pensar que Karina tuvo mucho que ver en la elección del tema y en su estructura dramática, llena de obstáculos puestos para que la actriz se luciera saltándolos. El tema es duro y literalmente castrante: un niño emasculado por la ciencia médica, si así se le puede llamar a los errores del cirujano, y el abuso del psiquiatra que le torcieron la vida a esa criatura que nació varón y fue convertido en hembra por los prejuicios sociales.
El primer acierto del montaje está en la elección de un auto de marca Hikari como escenario de la tragicomedia, si me permiten el atrevimiento de llamar así a esa mezcla de comedia y drama que sí, también inventaron los griegos. Desconozco si fue una elección del director, Ricardo Rodríguez, de la autora o de la actriz. El caso es que funciona como el primer gancho para atrapar al público, aunque haya sido el motivo de cambiar el escenario original, que era el teatro del Museo de la Ciudad, por el anfiteatro del Centro Regional de las Artes, porque el auto no cupo en la boca escena del espacio cerrado.
El espectador virgen, al menos en lo que a la experiencia teatral se refiere, puede meterse a ojos cerrados en un espectáculo como éste, sin percibir que cada vuelta de tuerca está calculada para perforar el pozo de su corazón. A esto se le llama oficio o truco dramático y lo han practicado los autores y actores de todos los tiempos porque es un recurso legítimo para atrapar la atención del espectador. Oficio porque sólo con la pericia se cubren las huellas del dramaturgo. Truco porque está hecho para provocar la sorpresa y la admiración del espectador. Se nota que estas niñas ya están en el business de vivir del teatro, lo que implica no solo talento sino conocimiento de causa.
Luego está Karina, una auténtica máquina de hacer teatro, con un registro dramático tan amplio que, como vimos, se puede desdoblar o triplicar como personaje sin moverse, sin disfrazarse, con el arduo dominio de la expresión vocal y corporal, con la intuición de las grandes actrices, con el olfato animal de quien huele su presa a larga de distancia y se apresta, como la araña, a envolverla en su red emocional. Insisto que no basta el don natural del histrionismo para atrapar al público. Hay que trabajar a fondo con los detalles, ser precisos en los movimientos y el manejo de los objetos y a simple vista Karina no tuvo un solo tropiezo en las acciones físicas, creando un contínuum, un crescendo dramático que culmina con el público aplaudiendo de pie, envuelto en la telaraña que tejieron la autora, el director y la actriz.
Aunque tengo un fuerte reproche para esa tríada. Así como reconozco que el oficio y los trucos son parte de la profesión, lo que no se vale es vender ilusiones falsas. Para ello ya tenemos a Peña Nieto. Por todo lo que se plantea en el texto, por el inmenso dolor que el médico canadiense le provocó al personaje, Nicolás tenía la obligación moral de perforarle el cráneo a ese hijo de puta. Perdonarlo frente al mar porque su hermano gemelo tenía ese sentimiento en la mirada, es horse shit, mierda sentimental, melodrama mexicano.
24 julio, 2016 @ 7:37 pm
El auto es de Karina Meneses, es como su compañero de aventuras o, al menos, yo así veo que lo trata.