Ésta podría ser cualquier obra
El que los jóvenes dramaturgos dejen a un lado la trascendencia y se pongan a escribir divertimentos para ellos y para el público me parece válido y oportuno. El teatro también tiene su lado lúdico y hay que explorarlo. El problema comienza cuando el formato de la trivialidad se convierte en una imitación vacía del molde original. Hace 10 años los autores en ciernes comenzaron a escribir como Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio y en menor medida como Edgar Chías para encontrar su propio registro. Ahora muchos de ellos escriben como Alejandro Ricaño para ganar audiencia, precisamente cuando el autor de, Más pequeños que el Guggenheim, está dejando atrás esa etapa de su adolescencia dramática. Ricaño tuvo la gracia de darle brillo a la grisura cotidiana de sus personajes y el tino de convertir en una aventura los amores y desengaños de su generación. Pero así como sólo hay un Legom sólo hay un Ricaño, de manera que sus imitadores, voluntarios e involuntarios, llegan tarde a la frivolidad como método de trabajo.
Al ver y escuchar los festejos del público a la narración escénica de Carlos Portillo, Éste podría ser cualquier lugar, pensé que he perdido el sentido del humor y ya no puedo disfrutar de una borrachera sin sentido, como todas las briagas. Pero enseguida repensé que estaba en un teatro donde la realidad no debe fotografiarse sino relaborarse para que los disparates de la vida real tengan relevancia. También caí en la cuenta de que el formato narrativo puede ser tan costumbrista como las comedias de situaciones que encantaron a nuestros abuelos, cuando se utiliza el lugar común como estructura dramática.
Lo excepcional en Ricaño es que supo darle a ese lugar común el valor de una fábula, es decir, el de la reinvención de lo habitual, de lo acostumbrado, de donde viene el calificativo de costumbrista, tendencia artística que no analiza los usos que relata sino que los presenta como un mero retrato. A la manera de Portillo, aunque el público los reciba como muy audaces porque utiliza el lenguaje escatológico del presente y muestra los usos y costumbres de las tribus urbanas.
El autor y director de este relato es un hombre instruido y tiene un bagaje intelectual más amplio que el de sus personajes, como se nota en los sofismas que suelta el Charles, de manera que deduzco que su intención era divertirse y divertirnos mostrando un cuadro de costumbres actuales, como hicieron las pasadas generaciones en las comedias chuscas, como una simple caricatura de sus contemporáneos. El público, mayormente de teatreros, salió contento y apenas unos cuantos gruñones comentamos que habría dado lo mismo estar ahí que en cualquier otra parte.