Un Hikari en cualquier lugar
En esta ocasión el Festival de la Joven Dramaturgia presenta cada día tres obras, como se hizo alguna vez antes se mencionan como ciclo emergente, divergente y convergente, pero sin más explicación o separación. Lo único claro es que el convergente (las obras programadas a las 20:30 horas) son puestas en escena, en tanto que el emergente y divergente son lecturas, pero sin distinción —por lo menos aparente— entre ambas.
El primer día de la programación se presentaron Campo de pruebas, Nevada, Éste podría ser cualquier lugar y el montaje de Hikari: una poderosa máquina de velocidad dirigido por Ricardo Rodríguez.
La virtud de Campo de pruebas, Nevada de Bernardo Barrientos es que busca hacer un thriller de ciencia ficción en el teatro. Se apoya en la narración para hacerlo y en la referencia a la serie de televisión noventera Expedientes secretos X. La obra tiene un final circular donde no es muy claro si todo lo anterior no pasó o está por pasar de nuevo, el problema es que no hay incertidumbre al salir de la sala, no se construye el suspenso porque los personajes están muy superficialmente desarrollados y las imágenes narradas poco claras.
La segunda obra del día, Éste podría ser cualquier lugar de Carlos Portillo es una mirada al vacío, pero llena de esperanza. Incluso en el lugar más jodido habrá otros con quien acompañarse. Una obra sin rumbo y sin sentido sobre una noche sin rumbo y sin sentido. Se conjugan diálogos en el presente con narraciones en primera y tercera persona que son comentadas por los otros personajes. Este recurso dio agilidad, hilaridad y punto de vista sobre el personaje. Otro efecto que se lograba con la narración comentada era acentuar el cómo construimos nuestro relato, la idea de nosotros mismos y con ello se acentuaba el vacío. Una obra ágil, divertida, que los actores del equipo de la lectura y el director, Jean Paul Carstens, supieron transmitir al espectador. La debilidad que encuentro en el texto de Portillo es que los personajes mencionan demasiado que están vacíos, qué buscan algo y justo ahí la obra se vuelve superficial, al nombrarlo, el vacío desaparece.
Hikari: una poderosa máquina de velocidad es un texto de Ana Lucía Ramírez, amiga y cómplice mía, por lo que me es difícil hablar de esa obra y no por miedo a los halagos gratuitos, sino al contrario por ser injusta con su trabajo. Esta es la segunda vez que veo la puesta en escena, dirigida por Ricardo Rodríguez e interpretada por Karina Meneses. La primera vez me conmovió mucho, pero en esta segunda visita no me develó nada nuevo el personaje y por el contrario encontré inconsistencias entre la dirección y el texto. Lo que pasa es que la obra es tan disfrutable, el personaje tan entrañable y la actriz tan potente que esas inconsistencias pasan desapercibidas y el espectador se deja llevar. La obra fue muy bien recibida por el público del Festival, incluso a pesar del frío ya que fue en un espacio abierto. Lamentablemente el director no estuvo en el Festival y algunas discusiones que se quedaron en el tintero.