El viento de la memoria
Me pregunto si el ejercicio de la memoria
no es el primer signo de madurez de un individuo,
es decir, de su prematura decadencia.
Epigmenio Mártir, albañil de los llanos de Apan
Literalmente desde mi punto de vista, el teatro narrado es más fácil de apreciar leído que puesto en escena porque su estructura descriptiva le permite al lector imaginar el sentido de las acciones que en el teatro dialógico ocuparían el lugar de las acotaciones. Cuando Imanol Martínez, autor de, Neigborhood, dice, en boca de Theo: “Suena el teléfono”, y Alan añade: “Escuché la voz de Molly hablando bajito”, y luego del diálogo de Molly Theo apunta: “Alan entra a la sala y abre la cortina mientras al fondo suena la cafetera”, y Alan replica: “Era Molly”, el lector ve esa acción de los personajes por primera vez, mientras que el espectador ve una reiteración porque de cuerpo presente ya miró la acción referida.
Lo que quiero explicar con este ejemplo es que anoche me costó trabajo apreciar con claridad los diversos planos de tiempo, espacio y memoria en los que Imanol plantea la fábula de los dos amigos que se reencuentran física, pero sobre todo emocionalmente, gracias al recuerdo de una serie de televisión que grabaron juntos, y donde, inevitablemente, aparece una mujer que son dos, como todas las mujeres: la real y la imaginaria.
Aunque Juan Carlos Franco dispuso, como director de la lectura dramatizada del texto ganador del Premio Manuel Herrera 2016, en el foro del Museo de la Ciudad, un dispositivo escénico en el que se destaca el equipo de producción que se requiere para animar la dramatización del texto, y a pesar de que Fernando Carbajal, Reneé Cota y el mismo Juan Carlos ponen toda la carne en el asador en sus papeles, como espectador no pude apreciar los diversos planos narrativos que menciono ni distinguir con claridad el cruce de las historias que conforman la trama, paradójicamente por lo ilustrativas que resultaban en escena. Ver la ciudad gráficamente iluminada en la pantalla, o mirar la mesa de cantina repleta de cervezas limitaban, en lugar de profundizar y definir el sentido de la acción dramática. En suma: sufrí la representación del texto.
Afortunadamente Imanol me mandó al amanecer la obra y entendí por qué el jurado le dio el Premio, pues a pesar de le que cuesta trabajo finalizar su fábula, enamorado, como debe de ser, de la ficción con la que recupera su primera juventud, hay aquí un autor dramático de una rara simplicidad, porque si bien la estructura narrativa es compleja por el cruce de la realidad con la invención, de la vivencia real con la ficción, del teatro ya no dentro del teatro sino dentro de la televisión y la frivolidad que suele acompañar a éste medio, su texto es terso, claro, sincero, simple en el mejor sentido del término. Pensé al final de la lectura que Imanol es un buen ser humano y que la simplicidad a la que me refiero tiene que ver con esa bondad entendida a la manera griega, no cristina; como una forma de vivir noblemente. De ahí que incluso los dolorosos recuerdos de sus personajes son expuestos con mesura, evitando el escándalo, el golpe dramático. De ahí que su lenguaje sea blanco, limpio, descriptivo más que calificativo. Tan es así que al final, cuando Alan hace el recuento de la aventura con Molly, evita el resentimiento con su amigo para quedarse con la imagen de la mujer real bañada por la ficción del sueño. Aunque como director de la lectura dramatizada, Alan, es decir, Juan Carlos, ejerza la crueldad sobre Fernando Carbajal, al ponerlo a decir uno de sus diálogos haciendo unas lagartijas de costado que lo dejan exhausto, mientras él sólo le montó a su personaje unos pasitos chéveres y le dio el gusto de hacer ese exabrupto de cantina que sacó a buena parte de la audiencia de su somnolencia.
21 julio, 2016 @ 11:07 pm
Antes que nada, recordemos por favor los fundamentos de la teoría dramática. Porque curiosamente estos No fueron aludidos en la justificación que hicieron del premio en el solemne evento de inauguración.
No sé y no entiendo aún los criterios de los jueces ni la reseña del comentarista del artículo al justificar que Imanol «es un buen ser humano» (sic) pues ello no constituye la calidad artistica de la obra. Si estos son los representantes de la futura dramarturgia Mexicana, entonces que se puede esperar cuando en ningún momento y bajo ninguna acción escénica hubo lo que muchos esperan como la gran razón del teatro universal: catarsis, aprendizaje o divertimento. ¿A caso la obra ganadora cumple con esta expectativa? ¡No es fácil detectarlo! No puedo comprenderlo ni aún con el agrio protagonismo de la lectura dramatizada.
Lo digo con respeto desde la decepcionante impresión que me dejo Neighborhood. Y no es todo: quizás la tesis de los críticos de arte teatral (como Eduard Wright) de que consideremos más cosas que el simple texto no se si en estos tiempos «postmodernos» deje de importar. lo que temo es que se esté premiando algo que no transcienda la mera textualidad. Quisiera no perder el optimismo sobre la dramarturgia Mexicana. Gana una obra con pies y cabeza imposible de admirar. Pero creo, que siempre hay joyas escondidas en algunos de los otros participantes.
23 julio, 2016 @ 3:18 pm
Qué tal Yadira, no sé qué entiendas por «fundamentos de la teoría dramática» porque hablas como si existiera una sola y verdadera teoría dramática, lo cual no es cierto, cómo tampoco existe » la gran razón del teatro universal» y siendo estos los referentes quizá lo que convendría es acercarte a una bibliografía más actualizada, preferentemente de este siglo. Y no digo que esto vaya a cambiar tu impresión sobre la obra, pero creo que lo podrás argumentar mejor.