Apropiarse de Shakespeare
Sin duda la apropiación shakespeariana más ambiciosa en México ha sido Códice Ténoch de Luis Mario Moncada. Como parte de las Olimpiadas Culturales en Londres 2012, se organizó el World Shakespeare Festival y en coproducción con la Royal Shakespeare Company, la Compañía Nacional de Teatro y el Festival Cervantino se llevó a escena esta épica de Moncada que abarca 30 años de guerra prehispánica entre los reinos de Texcoco, Azcapotzalco y Mexica. En ella se pueden reconocer El Rey Juan y Enrique IV, pero «no se ha tratado de una trasposición, sino de tomar aquello y sólo aquello que ayudase a detonar la naturaleza propia de los personajes», dice Moncada en el Prólogo a Códice Ténoch (CONACULTA 2015)
El festejo shakesperiano coincidió con el incremento de la violencia en México, la crueldad cínica de los cárteles, y el regreso del PRI a la presidencia (2012). Era natural que Shakespeare apareciera en nuestros escenarios (también incontables Antígonas), especialmente Macbeth en muy diversas adaptaciones. Las adaptaciones con mayor impacto fueron La tragedia de Macbeth y Mendoza, ambas estrenadas en 2013.
Con esto en mente, revisé varios textos y distingo varias formas de apropiación. La escénica es la apropiación más difícil de transmitir en un libro, en el caso de La tragedia de Macbeth, la cual tenía pocas adecuaciones al texto, era principalmente una apropiación escénica para dos intérpretes, Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, que son monstruos escénicos y conseguían una experiencia abrumadora.
Otro ejemplo es Lady Hamlet, adaptación de Aurora Cano donde los personajes masculinos eran convertidos en mujeres y viceversa. Así, en lugar de una Ofelia hay un Fidelio y el mando es de la Reina Claudia. Un interesante cambio de roles que necesita forzosamente de la presencia de los cuerpos y los matices de los actores para producir el resultado esperado.
También encontramos obras que se ubican en un momento temporal o dentro de una situación de la obra original y que construyen una parte no contada como El cuerpo de Mercutio de Juan Cabello y Otelo (El deseo y los celos) de Luis Santillán. En El cuerpo de Mercutio, Romeo acude a una bruja para intentar revivir a su amigo muerto a manos de Teobaldo. Es un paréntesis en la obra, un spin-off que no afecta la trama de Romeo y Julieta. En cambio, la obra de Santillán se desarrolla entre espacios oscuros y paréntesis de Otello pero, a diferencia de El cuerpo de Mercutio, aquí sí se afecta la percepción de Otello, aunque el final es el mismo el camino es otro.
Algo de un tal Shakespeare de Adrián Vázquez y Sopa de puercos viscerales de Martín López Brie son ejemplos de una forma de acercamiento didáctico y lúdico a las obras del dramaturgo inglés, la primera centrada en compartir las anécdotas y la segunda, aunque también comparte las anécdotas, se centra más en los personajes. Ambas con un fin lúdico y mucho humor.
Mendoza de Antonio Zúñiga y Juan Carrillo conserva la estructura original de Macbeth pero con una reescritura completa que acerca el lenguaje y el imaginario a la literatura mexicana posrevolucionaria. Efímero como es el teatro, al leer la obra se pierde gran parte de la aportación de Juan Carrillo, de quien es la idea original. La propuesta escénica es dinámica y vigorosa, la multiplicidad de lecturas se estimula por cada elemento que está jugando constantemente en diferentes niveles de ficción. Desde el vestuario hasta la forma de involucrar al espectador se crea un complejo tejido que dice a la vez “esto no pasó en la Revolución, esto es Macbeth” y “esto no es Macbeth, esto está alrededor nuestro». Por otro lado, leerla es otra dimensión, permite al lector construir las atmósferas y los personajes más clara e íntimamente. Desentrañar los diálogos, en especial los monólogos que son textos hermosos, resultado de la más noble promiscuidad con Shakespeare.
Algunas apropiaciones son más radicales como es el caso de Merienda de negros de Édgar Chías o Ricardo III ¡Guiño! de David Gaitán. Merienda de negros es un diálogo con Otello o quizá debiera decir una discusión. Una fusión esquizofrénica de horizontes, no sucede dentro de su universo, sino «cinco minutos» antes de iniciar una función, en un espacio que nunca existió. Desde la dramaturgia, Chías propone una actoralidad vertiginosa que elude la construcción de personajes.
Ricardo III ¡Guiño! más que un texto es un testigo, no puede replicarse, hacer un casting y montarlo de nuevo. Se trata del registro de una teatralidad, de la apropiación de Ricardo III por un grupo de personas. Los diálogos contienen fragmentos de esas personas y esta teatralidad así lo exige. No es Ricardo III, es lo que ellos pensaron de la obra, vemos una parte de su proceso. Hay pocas escenas que remiten a la obra y se construye a base de juegos escénicos que se pierden en la lectura, pero tratamos de explicarlos a modo de registrarlos para tener una idea clara de la propuesta, por lo que se hizo una especie de puesta en libro.
Mónica Perea cuenta un Hamlet sin protagonistas, exclusivamente mujeres en escena quienes comentan los sucesos “de la corte”. Entre comillas porque siempre es clara la intertextualidad, es decir, siempre es claro que estamos en una pieza literaria de alguien más e incluso, si no se tienen los referentes muy claros, hay muchas ideas que se pierden. En varios casos sólo sugiere las anécdotas y por ello esta es la obra más dependiente de la original. Aparecen Gertrudis y Ofelia, el resto de los personajes es indefinido. Voces femeninas que pueden ser una o un coro. Nuevamente una propuesta de teatralidad desde el texto.
Por último tenemos la apropiación directa, como lo hace Ana Lucía Ramírez con La muerte de Julio César. Una obra “independiente” de la original, sin referencias directas ni adaptaciones de la estructura, se puede no conocer Julio César y entenderla sin problemas. La apropiación es previa a la escritura, un canibalismo literario. Como en el Hamlet de Perea, no hay identificación de personajes, son sólo voces.
Shakespeare no estuvo aquí
Mendoza de Antonio Zúñiga y Juan Carrillo; Hamlet de Mónica Perea; Merienda de negros de Édgar Chías, La muerte de Julio César de Ana Lucía Ramírez y Ricardo III. Un guiño de David Gaitán componen la antología Shakespeare no estuvo aquí que acaba de publicar la editorial digital Libros Malaletra. Son apenas una muestra de las muchas reescrituras que habitan la dramaturgia mexicana, pero una muestra contundente y diversa en cuanto a formas de escritura, teatralidades y generaciones de autores. Todas han sido estrenadas y se construyen a partir de diferentes apropiaciones de la obra shakespiriana que van desde la reescritura hasta el desmembramiento.
A pesar de las diferencias descritas, todos los textos de la antología comparten el cuestionamiento a la relación actor/personaje, en el caso de Mendoza esto no se encuentra en el texto, pero sí en la escenificación. Ninguno de ellos es realista, ni en su planteamiento escénico ni en la actoralidad que proponen. Además, en el caleidoscopio de las teatralidades mexicanas contemporáneas podemos señalar estas características como tendencias.
Puedes encontrar la antología aquí: http://libros.malaletra.com/
9 julio, 2016 @ 4:46 am
Bueno y más