Oda a la humildad del Pequeño Teatro de Medellín
Por: Un Tal joel sánchez
En Medellín-Colombia desde hace más de cuatro décadas existe un teatro con actores y toda la parafernalia que puede significar ser un teatro independiente.
Lo curioso de Pequeño Teatro es que desde hace quince años sus actores viven todos los días de estar, únicamente, sobre la propia escena. Sin faltar un día del año, hacen presentaciones, más de quinientas en sus dos salas propias y en su caserón Patrimonio Cultural de la ciudad de Medellín.
Es una casa, el Pequeño Teatro, también mansión pero no oscura, ésta sí de puertas abiertas y con arquitectura de la Medellín postcolonial XIX con más de
2000 metros de arte, dos salas escénicas, una bien llamada Teatro de Cámara y la otra la Rodrigo Saldarriaga (en homenaje al Director fundador, que se nos adelantó, desde hace casi dos años este junio 22), ésta, de casi seiscientos espectadores y escenario de 14x8m. “Pequeño Teatro” con más de sesenta espectáculos diferentes al año (y más de 500 funciones). Con dos obras (como mínimo) todas las noches de martes a sábado de todas las semanas desde enero hasta diciembre… TODO, PEQUEÑO TEATRO ES TODO EN TEATRO… hasta escuela de formación de actores con trabajos de investigación, biblioteca temática y galería, tiene; de teatro TODO.
Moliére en Pequeño
Ver Moliére, en cualquiera de los tres montajes de Pequeño Teatro de Medellín (lo de “pequeño” es un sofisma de distracción, diría el caribeño Reinaldo Ruiz) es ver literatura cómica del siglo XVII nítida, viva, todavía con olor a tinta de pluma regalada por papá tapicero del Rey.
De la trilogía Tartufo-El avaro-Escuela de mujeres estos pequeños actores y su “viajero director” solo arriesgaron un poquito en El avaro y eso porque partieron de una ligera evocación a una diégesis de Commedia dell’Arte, pero el resultado final de la mise en scène sigue siendo humor limpio, tú-yo (expectador) lees Moliére letra a letra, coma a coma, cedilla a diéresis, todo sin hojear libro, sin visitar bibliotecas; Moliére viene a ti empacado en forma de caja negra, candilejas, vestuarios de la época y cuarta pared (que por no violentar el texto rara vez los “Pequeños” rompen la cuarta pared).
Entiéndaseme (porque cuando escribo emocionado no me doy a entendeser): el encanto de los tres Moliere de Pequeño Teatro de Medellín, es que Moliére para estos montaje se representa sencillo, cercano, del barrio (que por un par de horas es una oscura mansión de pueblo perdido en las calles y geografías de la lontananza cortesana francesa, casa a que se refiere, vivía Arnolfo y allí encerraba a su adolescente amada) pero, con vestuarios y acentos de personajes asiduos a la amistad del Rey Sol.
La Comedia como género teatral, debe verse desde la platea cual propuesta limpia, tranquila (no como un ataque de histeria de sus actores). El espectador tiene que leer la seguridad del elenco al representar, no al actor exprimirse por ver reír el público. La risa, debe saberlo el actor, es el añadido a la situación cómica. La Comedia debe, ante todo, ser cómodamente LEGIBLE. Lo experimental y lo cómico —hablo de Alta Comedia— no son muy compatibles. Llenar una obra cómica, bien escrita, de atavíos, módulos practicables tipo Inset, complicado vestuario, helimórfico diseño de luces y efectos escénicos… no va, no cristaliza; se ensuciaría la esencia de la Alta Comedia, que es simplemente situación, enredo, vicio, Actores humildes, escenario semirealista, abierto, invitador de espectadores a estar en la historia.
En los actores de Pequeño “Gran” Teatro, cuando están en escena Molierizando, hay una humildad infinita (y esto como hombre de Comedia me enternece), no caen en la trampa del comediante de oficio de intentar lucir actuación por encima del bien escrito origi-siglinal texto.
De los tres Molieres que montaron los “Pequeños”, El avaro lo dirigió el inquietísimo actor Ruderico Salazar, mientras Tartufo y Escuela de mujeres, estuvieron a cargo de Rodrigo Saldarriaga, fundador del Pequeño, que hoy anda Saldarriagando por los limbos mas ateos del cielo, o las tabernas de los suburbios del infierno buscando tomar vino con Aristófanes en tiempo de komos-vid, o discutiéndole a Swift que le faltó Gulliver en el país de los colombianos, o reclamándole por una posición mas de izquierda al Luigi Pirandello… Este Director que les enseñó a sus actores que ante la grandeza de un Moliere, el sarcasmo de un Saramago, incluso de un provinciano costumbrista de la talla de Tomás Carrasquilla, antes sus letras, toca esconder lo hiperhistriónico, lo “jet-set” o figurones y quedarse quedos detrás de la tremenda signatura de estos poetas cómicos (la primacía es del texto y su autor, es lo menester y merecer para con el poeta).
Los actores se saben, se leen y se portan-pautan HUMILDES, no tartufean, no hommes ni femmes Savantes, no arriesgan más allá del claro y quieto diseño de luces de ambiente blanco que les marcó el director, sencillamente; hacen un M-o-l-i-e-r-e. (Me cuenta el propio Ruderico que el Maestro Saldarriaga decía “las luces son para que se vean los actores”, es teatro, no concierto de Shakira).
El comediante de cancha y también el actor versátil de nombre, capa y cartelera cuando se suben a la Comedia, cae-mos en la trampa (a veces feliz) de aprovechar las situaciones coyunturales, (políticas o socio-geográficas), o el error técnico de la obra (que siempre lo va a haber), o la risa curiosa de la señora de la segunda fila y con esto alargar, exprimir las situaciones de humor.
Los “Pequeños” no caen en la trampa. En un montaje de dos hilarantes horas escénicas clásicas, harán dos o tres gags que versen en lo coyuntural o en referentes de la ciudad de Medellín, lo cual dice mucho acerca de la universalidad y seriedad (vuelve la paradoja del humor en serio) de su propuesta.
En Escuela de Mujeres, siempre habrá dos o tres actores en cada escena (excepto al cierre que como Comedia bien escrita el Nuevo Orden requiere que estén muchos personajes cual remate de fin de Comedia), estos dos o tres personajes, para el montaje de Pequeño Teatro, estarán acompañados siempre de una línea de sillas a modo de telón de fondo, sillas que solo sugieren muebles del periodo Luis XIV y en cada silla permanece sentado el personaje que no esté en centro proscenio de la mise, pero estos personajes-actores del fondo “no roban escena”, “no figuran”, no desvían la atención del espectador, ellos juegan a focalizar la atención del público para la escena en cuestión. Saben desde la humildad de esta vez (y de todas las veces que los veas) que van a mimetizarse cual telón de fondo, perfecto telón evocador y colofón de la época (con sus pelucas, sus botines y pocos atuendos).
Andrés Moure, el protagonista, asume su Arnolfo en la dosis exacta de caricatura-ritmo-realidadsigloXVII, no exagera un jadeo, va en el perfecto crescendo que sugiere el original… hasta el final feliz, como es ley aristotélica para la Comedia, donde “los buenos” (Inés y Horacio) deben llegar a las esperadas nupcias, por aclaración de enredos, pero… para esta vez, para este montaje, es tan exacto , certero, medido y medular-humilde Andrés Arnolfo, que se escucha entre las voces del público cada noche el deseo expreso de que se case Arnolfo (El personaje negativo) con Inés. Caso curioso cuando veas un Moliére y pasa acá en El pequeño Gran Teatro de Medellín.
La Comedia, la Alta Comedia, se da en El Vicio, el Avaro amaba el dinero por encima de sus hijos, El Tartufo, adulaba-engañaba por encima de la gratitud a quien le alimentaba, El Arnolfo celaba sin llegar a matar cual Otelo, pero la Alta Comedia se regodea en la grandeza de El Vicio…
¡Cuanto Vicio nos dejaste Rodrigo Saldarriaga; Vicio de buen teatro, de Humildad, de teatro de puertas abiertas (el de más PUERTAS ABIERTAS de América) y por si fuera poco; nos encimas tres Moliere en repertorio, Moliere vivo y riendo en tu teatro; como tú cada noche, hoy!