AmorAmor, o quién es Bárbara Perrín Rivemar
Dorte Jansen
La luz de la sala queda prendida y entran los 14 actores del cuarto año de la Casa del Teatro; más bien asaltan la escena. El público se divide como en otros montajes de Hugo Arrevillaga en los que se usa toda la longitud del escenario. Con esta obra AmorAmor se despide la generación 2011-2016 y a la vez se saluda a una nueva gran dramaturga.
¿Quién es Bárbara Perrín Rivemar? Gracias a la antología Dramaturgia mexicana contemporánea, que imprimó Paso de Gato este año, acabo de leer la obra Todavía tengo mierda en la cabeza. En ella se anuncia su enorme talento: su voz es fresca y desenfrenada, sin tapujos toca temas por los que pasan los adolescentes de hoy.
AmorAmor comprueba el crecimiento de su dramaturgia que se ha vuelto más compleja y segura. Cada uno de los 14 actores tendrá en algún momento la posibilidad de lucirse, no hay protagónicos, todos son importantes (y eso es lo que hace fuerte a una generación). El juego alrededor del tema del amor es ideal para que los alumnos puedan mostrar una amplia gama de emociones, lo aprendido a lo largo de cuatro años.
El maestro Hugo Arrevillaga sabe potencializar el texto de Bárbara que está dando muchas pistas para ser explorado. Uno de los juegos más interesantes es el cómo la identidad del actor parece fundirse con el papel del personaje. El vestuario diseñado por Fernanda García es aparentemente “neutral”: las chicas llevan vestidos con un corte similar y tonos diferentes; los chicos traen un suéter de color gris o azul. La obra empieza con un texto coral, es en grupo que pintan los primeros cuadros en los dos extremos de las paredes. Sobre esta masa de actores se van perfilando poco a poco los personajes. Aparecen muchos datos y nombres que en vez de ayudar a entender la historia la vuelven más confusa. No obstante, en algún momento el espectador se da cuenta de que estas anécdotas comparten un lazo más profundo.
Una escena entre un abuelo y su nieto me reveló que la palabra y la buena actuación son suficientes para adentrarnos en la ficción. La dirección de Arrevillaga resalta la teatralidad del texto, en ningún momento de la puesta se olvida o se niega que esto lo que están haciendo es teatro: los actores conversan uno con el otro sin mirarse, ayudan a sostener las lámparas para sus compañeros en acción, algunos parlamentos se dirigen directamente al público, el latir del corazón y otros ritmos se interpretan con las manos y los pies, con la tapa de un vaso de café se imita el teclear en la computadora… para nombrar sólo unos cuantos ejemplos o efectos.
AmorAmor termina un poco así como inicia, en conjunto. Es decir, todos los actores o personajes están entrelazados. La dramaturga nacida en Tijuana supo ligar las escenas hábilmente con un hilo rojo; este hilo rojo es además la gran metáfora de la escritura y de la escenificación. Los que aman la dramaturgia de Alejandro Ricaño y obras como Idiotas contemplando la nieve amarán también el trabajo de Bárbara Perrín Rivemar. Me parece que esta palabra que le gusta tanto -Mierda- se convertirá en el presagio de sus obras: cada vez tendrá un público más abundante y cada vez será más difícil no pisarla (ignorarla).
Puedes encontrar la obra Todavía tengo mierda en la cabeza en la antología de Joven dramaturgia Vol.1. Es de descarga gratuita: http://libros.malaletra.com/drama00/joven-dramaturgia-vol-1/