El dramaturgo que confundió a su mujer con un sombrero
Oliver Sacks murió hace un año.
Poco menos.
Oliver Sacks era un neurólogo a quien le gustaba escribir.
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
De 1985.
Todos hemos leído ese libro.
Hasta mi sirvienta lo leyó.
No le he preguntado, pero seguramente lo leyó.
Tres de mis perros discutían a cada rato sobre este libro.
La situación era insoportable.
Los perros son un amor, pero cuando se ponen de intelectuales no hay quién los aguante.
A los humanos y humanas (carita feliz), se los soportamos, porque ya los conocemos y las conocemos (carita con lengua de fuera).
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero trata, sin proponérselo, de la esencia de la dramaturgia.
La dramaturgia es una forma compleja de relato.
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero trata, sin proponérselo, de la esencia del relato.
Es el cuento que encabeza este libro.
Es el caso que encabeza este compendio de casos.
Así se llama, como el libro.
El cerebro de un músico pierde la habilidad de construir relatos.
El cerebro de un músico pierde la habilidad visual de analizar el entorno e identificar en él rostros.
Más o menos de eso trata este caso, este cuento.
Lo que el ojo y el cerebro buscan no son rostros en sí.
Lo que el cerebro y el ojo buscan son cosas que puedan ejercer su voluntad, que puedan incidir en el entorno.
El cerebro y el ojo, nada pendejos, saben que lo que tiene dos ojos, tiene más capacidad de incidir en el entorno que una piedra o un cenicero.
Una piedra o un cenicero sin ojos, claro está.
Riesgos y oportunidades.
De eso se trata andar por el mundo con los ojos bien abiertos.
Identificar riesgos y oportunidades.
Vemos cosas en un entorno.
Analizamos la relación de “algo” con su entorno.
Analizamos riesgos y oportunidades.
Esto no es humano.
No es solo humano.
Lo mismo hacen hasta las cucarachas.
Analizan la relación de una cosa focalizada con su entorno y a partir de ahí predicen escenarios.
En esencia, un relato es eso.
En un principio, el relato fue solo un retrato.
Hasta las cucarachas lo hacen.
Los árboles no.
Tampoco los percebes.
Los que se mueven tienen conciencia del movimiento.
Los que se mueven saben de su capacidad para alterar el mundo.
Los que se mueven ven.
Y tienen miedo de lo que ven.
Tienen ojos para moverse, pero también para identificar a otros que se mueven.
El tamaño de nuestra conciencia nunca será mayor que el de nuestra violencia.
Eso es lo que reproduce el relato.
Eso es lo que representa.
Lo que imagina.
Somos animales con imaginación.
Imaginamos situaciones.
Porque somos animales y tenemos imaginación, y tenemos la palabra.
Así de fácil.
Ese es el principio del retrato.
Y el retrato es el principio del relato.
Relatar es describir el movimiento.
Y el movimiento parte de una situación.
Y luego de dos.
Y así y así.
La cucaracha busca relatos con la vista.
El hombre busca relatos con la vista.
Con la palabra.
Con los oídos.
Con el tacto.
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
El cerebro de un músico pierde la habilidad visual de construir relatos.
Pero sigue viviendo.
Sigue viviendo y sigue siendo feliz.
Su vista no construye relatos, pero todo su cuerpo sigue haciéndolo.
Sobre todo la música.
Porque este personaje es un músico que perdió ciertas habilidades de reconocimiento visual.
Pero se sigue moviendo.
Eso les encantaba a mis perros.
Cualquiera que haya jugado con un perro sabe que cada juego es un relato.
Con los perros no usamos las palabras porque las palabras no les interesan mucho.
Por lo menos las nuestras.
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero sí les interesa.
Pero casi ninguna otra.
Proponer un juego a un perro es apelar a su imaginación.
Y es apelar a nuestra capacidad de convocar la imaginación.
Descanse en paz el buen Oliver.
Oliver Sacks.
Quien amaba el hemisferio derecho del cerebro casi tanto como amaba el arte de relatar.