A ti maestro, que alguna vez hiciste teatro
Alejandro León
Te respeté, creí en ti. Mis primeras percepciones respecto al teatro vinieron motivadas por tu influencia. Contigo tuve los primeros diálogos abiertos sobre lo que era el teatro y lo que podía (o debía) ser el teatro. Me maravillaron tus ideas, y tus referentes me abrieron el panorama a un mundo que desconocía. Contigo pasaba más de la mitad del tiempo que tenía libre. Sólo por escucharte.
Y luego, de pronto, dejé de creer en ti. Si me preguntaras cuándo fue no te podría contestar. No sé la fecha exacta. Pero creo saber cuándo deje de creer en ti.
Dejé de creer cuando comencé a ver teatro profesional por mi propia cuenta. Y fui por mi propia cuenta porque tú no quisiste acompañarme. Yo quería ir al teatro todos los fines de semana, pero tú tenías años sin ir al teatro. Decías que ya no ibas porque ya sabías lo que hacían. Y claro, decías que el teatro de los demás no servía. Yo reí con la obra. Y luego otra me hizo llorar. Tú me dijiste que estaba mal. Y me confundí. Tú ni siquiera habías estado ahí, en la sala, en esa función. No en esa obra. Nunca la habías visto. Pero ya habías visto otras cosas de esos artistas escénicos. Yo creí en ti. Y pensé como tú. Aunque la obra me había hecho reír y llorar, pensé que la obra estaba mal.
Lo que comenzaba a ocurrir es que yo cada vez veía más teatro y me daba cuenta lo mucho que disfrutaba de él. Y lo sufrible que comenzaba a ser para mí escucharte decir que tal o cual obra estaba mal cuándo ni siquiera la habías visto. Y así, sin darme cuenta, un día, de pronto, dejé de creer en tí.
En ese momento no lo supe explicar y pensé que me distanciaba porque no concordaba con tu estética, tu metodología, tus gustos. Y que no pasaba nada, que era normal.
Hoy sé que no es así. ME DISTANCIÓ TU ANTIGÜEDAD. Tú falta de actualización. Y no me refiero a condiciones artísticas, a lo que ocurre con el espectáculo en sí. Me refiero a una falta de actualización aún más profunda, una que tiene que ver con el modo de ver el teatro, con el modo de percibir el mundo.
Tu punto álgido en el teatro fue en un momento bravo. Al menos eso me dijeron. Me han contado que en esa época hacer teatro era prácticamente imposible que tenías que luchar contra mil cosas, uno siempre lucha contra mil cosas para hacer teatro, pero que en ese tiempo, esas mil cosas eran peores. Y que entonces tenías que defender lo que era tuyo a capa y espada. Los espacios, los textos, los festivales, los actores, y por supuesto: los alumnos.
Me distanció tu antigüedad porque yo iba al teatro y todos se hablaban, nadie peleaba con nadie, se saludaban amigablemente. ¿Discutían? Sí. Pero luego se estrechaban las manos. Yo veía a un actor trabajar con un grupo un fin de semana, y luego el martes lo veía actuar con otro. El mundo de hoy era así.. Pero tú pensabas (y sigues pensando) que el teatro era cómo en tu tiempo. Y por eso querías que pensara justo como tú. Porque yo era parte de tu grupo. Por eso te daba miedo que yo pensará distinto. Que la obra de otro artista me gustara. Tenías miedo a que me fuera con él y me olvidará de ti.
Y me fui.
No me fui con él. No me fui con otro, no me fui con nadie. Porque hoy el teatro no es así. Al menos no el que me rodea. Hoy todos trabajamos con todos. Hoy tengo un grupo de teatro, pero ninguna de las obras que he dirigido con ese grupo (en serio, ninguna) ha sido hecha totalmente por sólo integrantes del grupo, siempre tenemos colaboración de alguien que no pertenece al grupo, porque eso nos hace crecer.
Me fui de tu lado porque hoy no hay lados. Porque el mundo ha cambiado, pero hace tiempo que tu no sales a respirar aire fresco. Me fui de tu lado porque tú querías formar bandos y en el mundo de hoy hay tantos caminos y teatros, como artistas escénicos existen en el mundo. Porque el teatro es así. Porque el mundo es así. Porque la globalización y el pensamiento posmoderno borraron los límites y todos somos uno.
Me fui de tu lado y hoy me atacas (no tú, claro está, los que haces que me ataquen) porque supongo que no entiendes mi proceder. Y entiendo que no lo puedas comprender. “¿Por qué alguien quisiera hacer comunidad?” Te preguntarás una y otra vez en tu casa. Pero no puedes encontrar la respuesta. En el mundo que tú conociste lo que yo hago sería sospechoso. Sería la planificación de un golpe brutal. Y entonces supones: “Quiere adueñarse de todo el teatro”. Cómo si alguien pudiera adueñarse de lo efímero. Te lo diré una vez, pero sé que no lo creerás, no importa, te lo diré de cualquier modo: NO TENGO NINGÚN PROPÓSITO OCULTO EN NADA DE LO QUE HAGO.
De cualquier modo te estoy agradecido y siempre lo estaré. Por eso quiero desearte algo, lo mejor que puedo desearte:
Te deseo que regreses de tu destierro. De tu AUTODESTIERRO del teatro.
Te deseo que vengas al teatro. Que te vea en las filas para comprar un boleto, que ansíes el estreno de una obra, que vayas a conseguir boletos para la muestra estatal, que tomes un taller con un maestro que te interese (uno más joven que tú y que lo llames maestro), te deseo que encuentres un texto nuevo, uno contemporáneo de esos “raros” sin personajes y que te haga vibrar, que digas: «quiero montarlo aunque no sé cómo». Te deseo que te reencuentres con los que alguna vez fueron tus compañeros de clase y que ellos siguen haciendo teatro, que los reencuentres y que hagas teatro con ellos. Riendo en medio del ensayo como supongo alguna vez lo hicieron.
En serio, deseo que te actualices respecto al mundo del teatro, respecto al mundo en general, y escucharte algún día decirle a un alumno: «no estoy de acuerdo contigo, pero bueno, tú fórmate tu propia opinión».
Deseo de todo corazón escucharte alguna vez decir al salir de una obra local: «El teatro es amor. Qué bonito es el teatro»
Cuando eso pase, yo, con una sonrisa en el rostro, seré el alumno más feliz y te señalaré mientras le digo orgulloso a todo el mundo: «ESE ES MI MAESTRO».