Que le duela al mundo el respiro
Carlos Sánchez
Picar piedra es una frase que ilustra el tesón. Persistir. No hay otra fórmula, dicen los cánones, si de escribir se trata. Escribir es también un acto de desolación, de aislarse del mundo, para poder construir mundos.
Fernando Muñoz es el dramaturgo, el director de teatro, el escritor. Después de muchas lecturas, de analizar y ejercitar la dramaturgia, el sol se asoma a su ventana. Y sale con brío. De pronto un premio en el Concurso del Libro Sonorense, luego otro más. Luego una puesta en escena, posteriormente el atino de un trabajo de investigación sobre Alfonso Ortiz Tirado y dramatizarlo, montarlo en el FAOT 2016.
Fernando es observador. Suele a menudo permanecer en un rincón con las manos en los bolsillos, analizando el entorno. Luego habla y dice lo que le incomoda; o propone a manera de construcción. Las jornadas de Teatro Breve, por ejemplo.
Hoy la vida le ha dado un vuelco. Su nombre empieza a ser referencia de teatro. Ama lo que hace. Se le nota en la mirada, en la manera de hablar cuando salta el tema que lleva a los escenarios.
El telón de este ensayo como diálogo se abre ahora. Pásele, apreciable lector.
—¿Por qué escribir? Y, ¿por qué escribir dramaturgia?
—Cuando tenía 16 años o poco menos escribía canciones y se asemejaban a las escritas por los compositores de la época, los populares o comerciales; con dos notas musicales y con muchas ganas hablaba de cosas que ni me interesaban ni me importaban, hablaba de amor y de sufrimiento, cosas que ni tenía ni sentía; ¿era falso? no, no lo era, estaba ensimismado en el acontecer diario, en ese que nos guía para bien o para mal, estaba y creía en un mundo en el que con dos notas mal ejecutadas pensaba arreglar el mundo. Mi guitarra era la más barata en el mercado y mis ideas eran las que el noventainueve por ciento de la gente pensaba, con todo esto te digo: imagínate mis canciones.
Empecé a hacer teatro porque había un hueco en algo que ni siquiera sabía que existía, aunque no sé si existe: el alma; la quise alimentar y descubrí que esas cosas etéreas nomás de pendejo no se pasa; me voy a tu pregunta directa, porque si no aquí nos quedamos vagando y vacilando las necesidades de expresar lo que no le interesa a nadie. Escribo porque soy infeliz, si fuera feliz haría canciones con dos notas. Hago dramaturgia porque hago teatro, es lo que he hecho en los últimos veinticinco años: teatro.
—Los temas de tus obras son violentos, urbanos, incluso crueles, ¿por qué?
—Nací en un barrio jodido donde pude ver de todo, vivo en un mundo donde el humanismo es tirado por la borda a cada segundo, cómo no escribir del dolor, de la crueldad, es lo único que existe hoy en día. Pero tienes razón al decir que mis temas son generalmente culeros; pero bueno, dale una vuelta a la cabeza y verás que todo es ignominia, todo es posesión, todo es pertenencia. Es de humanos chingar, ya no hay espacio para saborear los detalles, por eso ya no existe el amor, ahora el cuerpo es el que manda.
—Suele ocurrir que a los dramaturgos no los consideran escritores, ¿cuál es tu opinión al respecto?
—Revisa los Premio Nobel de Literatura, encontrarás una buena cantidad de dramaturgos, si no es que muchos; ahora otra cosa, ¿quién no conoce a Shakespeare? Con esto te digo casi todo. La cosa de la dramaturgia es que está infectada de síntesis, por eso, los “escritores” que llenan de verdura sus ensayos consideran a la dramaturgia un género menor. Si Shakespeare es escritor, entonces los dramaturgos lo son.
—¿Cuál es el dramaturgo que más admiras y por qué?
—No admiro a nadie en particular y sí a muchos. Tal vez Molière, por irónico, por vasallo y por hijo de la chingada. Pero la verdad cada autor que he leído me ha enseñado algo; sinceramente no admiro a nadie, pero presiento que a todos les he robado algo.
—Dos veces ganador del Concurso del Libro Sonorense, ¿qué te significan los premios?
—Los premios son un aliciente que debe ser tomado en cuenta, pero no es la panacea, ni el mejor regalo del dramaturgo; lo mejor es el escenario. Y luego si ganas premios y esos premios se convierten en un libro y ese libro se queda en una bodega lúgubre, pues eso no termina el ciclo teatral. Los premios deben de ser puestos en el escenario también.
—¿Cuál es la situación de la dramaturgia en Sonora?
—Pues mira este año (2016) vamos por la Segunda Jornada de Teatro Breve que organizo con Alejandro Cabral y toda la gente de teatro del estado, y en esta ocasión son quince dramaturgos sonorenses los que participan; en el 2015 fueron once, hoy son un poco más, como te digo. La cosa de la dramaturgia sonorense es que tiene que ser llevada al escenario; algunos tienen la fortuna de eso, pero la mayoría no. ¿Qué hace falta? ¿Somos o no tan buenos como se dice? A lo mejor sí escribimos bien, pero aún falta más rigor, más disciplina y contundencia, cosa que no es de los sonorenses nomás, sino de la dramaturgia nacional. Los dramaturgos, como todos los dramaturgos en general tienen historias que contar, lo que faltan son escenarios que las acojan. Pero contestando a tu pregunta, te diría que goza de buena salud pero está tirada en la cama, enferma de la espera