El actor idiota
Durante quince años, sin falla, me han dicho que lo que escribo no es teatro. No voy a entrar en detalles ni es el lugar para definir qué es y qué no es teatro o qué es y qué no es drama. Solo quiero dejar la sensación, esa vaga sensación de no saber si me están diciendo que soy imbécil o un genio renovador. Eso nunca lo sabré yo, aunque temo muy frecuentemente estar en la primera opción. Por si las dudas, evito aclamarme como genio renovador, porque de estar equivocado, además de imbécil parecería ingenuo.
Como mis búsquedas siempre han sido acerca del drama, que no de la escena (y lo que pueda haber más allá de ella), no me había interesado hasta ahora esta idea de la escena expandida que cuanto pendejo que te encuentras repite sin ton ni son, pues la suponía, desde el mismo nombre, relativamente ajena a mi hacer. Así como cualquiera, gratuitamente, se autodenomina “expandido”, así también encontré la misma gratuidad para descalificar la misma idea, y acabó delineándose un boceto que más se entiende desde el análisis de la mecánica del féisbuc que desde la de la generación de un discurso relativo a nuestro oficio.
Me parece, pues, interesante todo este cuento de la Escena expandida como un fenómeno de las redes sociales. Cuenta con elementos que les son comunes a otros de estos fenómenos: es fácil adherirse a él, no necesita un correlato con la realidad, da la oportunidad de reivindicación intelectual a quienes no tienen voz y, como consecuencia, con un solo click, de golpe permite a quienes se han sentido parte de una masa informe, que se sabe o siente excluida del discurso, subirse a la punta de la pirámide, en este caso específico, nada menos que a la última vanguardia del arte.
El Manifiesto, que hizo el favor de copipastear en este sitio Ilya Cazés, parece todo menos un manifiesto de vanguardias. Ni siquiera tiene la estrategia de evasión irónica con la que responden a cuestionamientos específicos los adherentes al mismo, la que, además, tenía hermosamente, y lo digo por citar el ejemplo que más conozco, nuestra mera mera vanguardia estridentista, y hasta evita las grandes y deliciosas provocaciones de los manifiestos de vanguardia. En sus diecisiete puntos (el diez es una repetición enfática del primero, pues no parece haberse resignificado el primero en los ocho que los intermedian, lo que habría sido interesante), transitamos por una serie de lugares comunes, frases vagas y buenas intenciones. No hay una sola idea que pueda clavarse claramente en el corazón de lo que conocemos bien de nuevas propuestas teatrales ni se acerca a dar una clave sobre las teatralidades. Hasta en la lista de firmantes fueron políticamente correctos, al incluir estratégicamente a tres mujeres y un retrasado mental.
Hablo de la lista, pues es la que me resulta más extraña. No lo es si se compara con los diecisiete/dieciocho puntos, pero sí resulta extraña en general al comparar el trabajo conocido de los firmantes (de quienes alcanzo a distinguir) y la idea del teatro y teatralidades con la que se justifica el movimiento. Édgar Álvarez, del Club de la mano amiga, ¿es un “expandido”? Martín López Brie, de “Órfico Blues” y “El Crimen del Hotel Palacio” (ambas las conozco bien, fui parte del jurado en los que estas obras ganaron, bien merecidamente, sendos premios nacionales), ¿es un “expandido”? Sin quitar méritos a su trabajo como dramaturgos, yo creo que me quedé totalmente dormido estos diez años, porque no me dan ni por mucho las sumas. De Carlos Nóhpal, no sé qué decir. Hace mucho que no sé de él pero lo podría dejar claramente de este lado de la vara.
Caso aparte merecen Rubén Ortiz, Toño Zúñiga y Arnaud Charpentier. Rubén Ortiz tiene un lugar reservado en la historia de nuestro teatro por su persistencia, inteligencia y oportunidad en las luchas por renovar y ampliar lo que entendemos del teatro en particular, la escena en lo general, y el sentido del hacer en este medio. Creo en su Dios, pero me parece que esta vez se equivocó de credo y de congregación. A Arnaud Charpentier me tocó oírlo hace unos quince años en Querétaro. Fue al primero que le escuché decir que la palabra teatro, en su origen, se refiere más a quien lo ve que a quien lo hace. Yo no sabía un carajo de teatro y, en su momento, esta idea me pareció luminosa. Quince años después sé un poquito más del asunto y me sigue sonando una idea guau. ¿A poco no lo es? De Toño Zúñiga ni qué decir, es un ejemplo en el hacer teatral, sobre la escena y fuera de ella. Si no todo su trabajo es de riesgo estético, no está ajeno a este.
Tal vez sea un error de mi parte querer comparar este manifiesto con los de las Vanguardias. No “tal vez”, seguramente es un error. Pero si lanzas un “Manifiesto” es difícil que no tome yo como referente a los grupos que lanzaron manifiestos, desde las mismas vanguardias (y tangencialmente antes de ellas todavía), hasta todos los manifiestos que hemos ido leyendo en el siglo pasado y lo que va de este y que se usan para anunciar claramente una ruptura. Es normal, pues, que quiera encontrar una postura de ruptura (perdón por la horrible cacofonía), así como un correlato con la obra de los firmantes y, por qué no, la hermosa violencia que solo los artistas saben ejercer en las pulcras conciencias.
En lo que sí se parecen los expandidos a las vanguardias, es en la mayor parte de las defensas rápidas que hacen a su trabajo, principalmente mediante las redes sociales, aun cuando parecen tiros de salva y lejos de la diana.
Revisando, revisando, la defensa que encuentro más común alude a una falta de entendimiento por falta de actualización de parámetros. Es decir, “nos critican los viejos, porque no entienden lo que estamos haciendo”. Esta idea era común en las vanguardias, pero las vanguardias no tuvieron que inventarla, era evidente: estaban partiéndole el hocico a más de dos mil años de mímesis. Acá es solo una evasión tangencial y parece mera retórica. Para cualquier gente del medio teatral, creo que es evidente colegir quiénes están buscando nuevos entendimientos de nuestra escena y encuentran maneras de ensanchar lo que entendemos de ella, como también resultan evidentes, para los espectadores y hacedores con algo de memoria, los creadores que en estos intentos solo repiten caminos de experimentación ya transitados y absolutamente rebasados de hace cuarenta años. Y esa es la triste paradoja: buena parte de las obras que podrían sustentar el discurso “expandido”, solo sirven para delatar la vejez de esta “nueva” mirada, y las más interesantes búsquedas de nuestros creadores no se acomodan ni por mucho en esta lectura expandida que Fernando de Ita llama sociológica (supongo que en referencia al arte sociológico de los tres cuartos del siglo pasado), pero yo prefiero dejarla en un panfleto que toma de aquí y de allá del corpus del pensamiento y lo acomoda en un dislate conceptual. Y así me quedo más tranquilo, razonando esta defensa, al final los viejos ya no somos tan viejos y a los nuevos les revienta este invierno las coyunturas.
Otras defensas confunden, claramente, la crítica al aparato de pensamiento con la crítica al trabajo de los creadores. De nuevo, evaden el problema central y se acorazan en “lo nuevo”. Aquí cuesta trabajo entrarle. Solo para que quede claro: la crítica no es al hacer sino a su pensamiento sobre el hacer. El hacer principalmente de otros.
Otra queja radica en confundir la escena expandida con el teatro posdramático y similares. Esta está fácil y revienta el concepto: si le quitas a la “escena expandida” todos los ejemplos valiosos de búsqueda de nuestros creadores escénicos, específicamente los que comulgan con el posdrama o partieron de él, si se los quitas a la escena expandida solo le quedan ejemplos que difícilmente podrían llamarse teatralidades (con la mañosa confusión de viene y va a conveniencia que claramente ha denunciado ya Ilya Cazés), ejemplos que ni siquiera se ubican en un cajón “trans”, sino que ya fueron encasillados en disciplinas específicas al reconocerse como tales, de nuevo hace cuarenta años.
La defensa juguetona que hacían las vanguardias de sus movimientos tenía sentido porque estaban rebatiendo el discurso de la razón y habría sido extraño defenderlo con sus mismos razonamientos, por lo que recurrían a ese sabroso golpeteo, infantil, prerracional, que caracteriza a algunos manifiestos de la vanguardia (que no todos ni por completo). El que ahora los expandidos se acoracen en respuestas rápidas e infantiloides, funciona naturalmente para sus babosos seguidores del féisbuc pero parece jalado de “ese almacén de donde se surte todo el mundo” (perdón por la cita del Segundo Manifiesto Estridentista, esos chamacos me siguen conmoviendo).
Señores expandidos: todavía les tengo algo de fe. Quiero creer que lo que proponen está mucho más allá de este torpe manifiesto, y del panfleto de José Antonio Sánchez que cité en mi anterior nota. Quiero creer que más allá de los firmantes nominales que cita Ilya Cazés entre los adherentes a la idea, que no al manifiesto, se puedan contar voces razonadas con un trabajo que sea consecuente. Quiero creer que Rubén Ortiz se entrampó en un laberinto, que algunas noches sueña la salida pero es imposible dar un paso en cualquier dirección con esas hordas feisbuqueras atiborrando las salidas. Porque, como decía al principio, ahora te encuentras con cualquier pendejo en la calle y resulta que es expandido, cosa que debe ser muy gratificante para quienes lanzaron la coqueta idea (ser popular siempre lo es, supongo), pero no aporta al discurso, solo al comentario. ¿En serio eso querías, Rubén?
Creo que hace falta que desarrollemos pensamiento y propuestas desde la mirada para lo que están proponiendo nuestros jóvenes. Yo, por lo menos, las agradecería. Supongo que muchos de estos creadores deben sentirse a veces sin un buen espejo, supongo inclusive que, hasta el momento, toman lo que hay y se conforman con eso. No tengo dudas, insisto que en Rubén Ortiz y otros más son de quienes esperamos esas propuestas. Esta no me gusta, está chafona.
¡¡¡¡Viva el mole de guajolote, putos!!!!
15 enero, 2016 @ 7:04 pm
Maese LEGOM, sólo quiero aclarar que el manifiesto expansionista, se desprende del libro «Terra ignota: conversaciones sobre la escena expandida» (Coedición de Anónimo Drama y Carretera 45, 2014), donde se reúnen varios ensayos en un esfuerzo por sistematizar ciertas características que, quienes colaboramos en tal publicación, logramos advertir en recientes teatralidades. Tienes toda la razón al señalar mi dramaturgia como algo lejano a lo expandido, aún no logro dar el paso hacia «lo otro» (lo que sea que esto signifique), no sea si algún día lo dé.
Me gustaría hacerte llegar un ejemplar de esta publicación, quizás amplíe la vaguedad del manifiesto y esto contribuya a elevar el nivel del debate. También se corre el riesgo de volverlo más chato. No lo sé.
Si Luis Mario Moncada lee esto, le recuerdo que en algún momento nos había hecho la invitación para presentar el libro en la Universidad Veracruzana, ojalá siga en pie su propuesta.
Mientras recibe un fuerte abrazo.
15 enero, 2016 @ 7:08 pm
Quise decir que aclare la vaguedad, ampliarlo está cabrón.
15 enero, 2016 @ 7:13 pm
Para ponernos a tono con lo nuevo, propongo a Edgar que presentemos el libro en la próxima edición xalapeña de la Semana de la Joven Dramaturgia.
15 enero, 2016 @ 7:15 pm
Y por cierto, a mí tampoco me ha llegado tan elusivo ejemplar.
15 enero, 2016 @ 8:08 pm
Con gusto yo puedo entregarles el par solicitado…
Pongámonos de acuerdo por inbox de la tan mentada red social ¿Cómo ven?
15 enero, 2016 @ 7:26 pm
La próxima semana que ande en la Roma, paso a dejar en par de ejemplares a tu casa, Luis Mario. Y ahora sí, que hable el texto.
15 enero, 2016 @ 7:33 pm
Déjale una copia a Luis Mario para mí, Édgar, te la agradecería mucho. Fuerte abrazo,
legom
15 enero, 2016 @ 8:09 pm
Si logramos ponernos de acuerdo te envío un ejemplar con mucho gusto LEGOM…
15 enero, 2016 @ 8:35 pm
Bueno, por alusión directa me gustaría aclarar un par de cosas. No hago escena expandida ni he pretendido hacerlo. Si acaso he incursionado, con algunos ejercicios, en actos escénicos no convencionales como intervenciones a espacios (públicos, abandonados, instalaciones y cosas similares) pero siempre desde una mirada de intervenirlos desde la ficción y casi siempre desde el drama. Ni siquiera le tiro a lo posdramático, pues. El libro «conversaciones sobre la escena expandida» es eso: conversaciones en torno al tema de un seminario impartido por Rubén Ortiz. No hay en los autores la intención de proclamar ninguna vanguardia. El manifiesto, aunque es provocador desde que se autonombra «manifiesto» tampoco pretende ser un manifiesto de vanguardia, ni siquiera un manifiesto sobre estética. Es un manifiesto principalmente político y ético, porque conforme elaborábamos le libro y discutíamos los temas propuestos por Rubén, lo que saltaba a la vista que nos incomodaba a todos, eran las carencias (indiferencias) ético-políticas del gremio, que sin duda entran en contradicción pero también dan forma a las poéticas de los teatreros mexicanos. Sería bueno, además de presentar el libro, que el evento incluya un debate al respecto. Yo me apunto con gusto. Saludos.
15 enero, 2016 @ 9:19 pm
Vaya, cuanta cortesía, Reunión de amigos. No está mal. Lo mejor será discutir con conocimiento de causa, así que si Carlos Nopal puede dejar otro ejemplar en casa de Luis Mario (con la venía de LM),
quedaré agradecido. Yo voy a Jalapa la próxima semana a ver la nueva obra del mejor autor «contraído»
del teatro mundial: Martín Zapata.
15 enero, 2016 @ 9:42 pm
¿Tienen una acé o a quién le hago el recibo?
15 enero, 2016 @ 11:35 pm
Listo, ya me puse de acuerdo con Nóhpal. El martes me da los libros y yo paso a dejarlos a casa de LMM el miércoles. Va uno para él, otro para LEGOM y otro para Fernando.
Si hay más lectores interesados pronto habrá ejemplares en Carretera 45, la librería del Foro Shakespeare y en Marabunta.
16 enero, 2016 @ 12:56 am
Como dije en la otra red social, el mejor momento para reflexionar sobre la escena expandida siesta dando ahora. El mejor atole se cocina lento. Creo que no debemos desaprovechar la oportunidad para hablar y mover esto que hacemos. Pienso que saldrían cosas muy urgentes de sacar. Ahora tal vez mejor que nunca se aprecian las palabras. Salud a todos!
16 enero, 2016 @ 1:06 am
Quise poner se está dando.. No siesta dando… Jaja
16 enero, 2016 @ 3:40 am
Estoy interesado en el libro en cuestión, creo que lo buscaré en el Foro Shakespeare, que es lo que mejor me viene. Pero sí me gustaría pedirles a Toño, a Martín a Édgar y a Nohpal, si pudieran recomendar una bibliografía más o menos amplia ya seria sobre el tema (al que he leído es a Sánchez que, dicho sea con todo respeto, me parece que no hace más que demagogia).
16 enero, 2016 @ 3:42 am
(Yo quise decir una bibliografía amplia y seria -no ya seria-, pero para erratas la de «siesta dando» no tiene madre.)
16 enero, 2016 @ 7:21 pm
Quisiera comenzar por otro lado: hay en filosofía un debate muy famoso. Se trata de uno que tuvieron Chomsky y Foucault en 1971 (se encuentra muy fácil pero recortado en Youtube y pdf). Lo que lo hace tan recurrido, a mi manera de ver, es que chocan allí dos puntos de vista o dos cortes epistemológicos. Mientras que Chomsky intenta hablar de naturaleza humana y justicia acerca de ciertas acciones políticas en contra del sistema de gobierno (Vietnam, en primer lugar), Foucault insiste en poner en cuestión las propias nociones de justicia y naturaleza humana, de una manera que resumo en esta cita:
“Por otro lado, cuando se planteó el problema de la naturaleza humana en relación con
los problemas políticos, surgieron nuestras diferencias. Y contra lo que usted cree, no
puede evitar que yo piense que estos conceptos de naturaleza humana, de justicia, de
realización de la esencia de los seres humanos, son todos conceptos formados dentro de
nuestra civilización, de nuestro tipo de conocimiento y de nuestra forma de la filosofía, y
que por lo tanto forman parte de nuestro sistema de clases; y no podemos, por
lamentable que sea, servirnos de estos conceptos para describir o justificar una lucha
que debería -y que por principio debe- echar abajo los fundamentos mismos de
nuestra sociedad.”
Es un debate, pues, primordial, porque están en juego una visión muy concentrada de la modernidad y otra que le hace una crítica. Pues bien, esa visión crítica de la modernidad no la inventó el francés. Es una visión que posibilita la propia modernidad y que, digamos, tiene una larga genealogía, de Spinoza, pasando por Nietszche o Marx y se prolonga, digamos, en muchos pensadores contemporáneos de todo el mundo.
Lo que quiero rescatar aquí, es que Foucault resalta que nociones como justicia o naturaleza humana, no son esencias dadas, sino construcciones históricas; es decir que su percepción es resultado de un complejo acomodo social en un momento determinado. De manera que incluso, lo que para los griegos o los monjes medievales o Maquiavelo pudiera haber significado justicia, no puede extrapolarse tan fácilmente a lo que nosotros podemos entender por ella. Y es más, ese entendimiento es parte de un entramado de juegos de poder (tanto verticales como horizontales) que, para el caso, Foucualt define como burgueses. Bueno, así el teatro. Nuestra idea de teatro es uno más de esos conceptos burgueses, que no se pueden extrapolar tan sencillamente a otros momentos, y que es susceptible de ser entendido tanto por lo que produce como por la red de fuerzas que lo conforman y lo afirman.
Digámoslo de otra manera: mi interés no tiene que ver con definir qué es teatro, sino con generar una red de conceptos que puedan acercarme a entender cómo funciona lo que hoy acontece y hoy llamamos (o podemos llamar) teatro: qué fuerzas utiliza, cuáles convoca, qué incluye, qué excluye, en qué tiene una continuidad con concepciones anteriores del teatro y en que hay, en efecto, rupturas, así como las razones y efectos de estas.
Así pues, desde hace unos años noté en otras prácticas y en la propia, mutaciones importantes con respecto a lo que había aprendido con Margules y que lo mismo me incomodaban tanto como me parecía que daban cuanta de una inquietud que yo mismo tenía con respecto a esa noción de teatro que me habían enseñado. Después de Cuarteto, el teatro me parecía redundante con respecto a sí mismo y a sus posibilidades con respecto al espectador.
Fueron varios años de mirar a Rimini Protokoll, a Teatro Ojo, a La Ribot, a Rodrigo García, a Mapa Teatro. Allí me di cuenta, para regresar a Foucault, de que lo que sucedía era que la propia noción de teatro conformada en la modernidad (ya no la llamaré burguesa, porque resulta un pleonasmo) estaba puesta en crisis. De lo cual resultaban dos asuntos: el primero que, obviamente, para poder estar de lleno en lo que sucedía, las herramientas conceptuales que tenía (las de la puesta en escena, como llamo a ese teatro de la modernidad) eran insuficientes por su propia historia y porque mucho de lo que pasaba en nuevas formas escénicas tenía que ver también con un rompimiento de las fronteras entre disciplinas o campos artísticos. Y segundo, que esas transformaciones escénicas no ocurrían aisladamente: en otros campos artísticos y en ámbitos políticos, sociales o tecnológicos, ocurrían cambios que estaban (y están) en una fase de articulación incipiente. Eso está a la vista: cuánto están transformando nuestros afectos y relaciones las redes sociales, los movimientos sociales de 2011, la financiarización de la economía, el declive de la democracia representativa…
Pues bien, como dije, mi interés consistía en ser capaz de articular algún acercamiento a esas formas emergentes, tomando en cuenta, primero, que ya están allí y que negarlas es tan banal como negar el 11S o Ayotzinapa y, segundo, que dado su carácter de poner en tela de juicio lo que entendimos modernamente por teatro y su grado de contaminación de otras disciplinas, había que recurrir justamente a otros puntos de vista, otras aproximaciones no sólo teatrales que arrojaran luz sobre el asunto.
Aquí hay que decir que, por supuesto, desde el teatro mismo ya había trabajo hecho: Ileana Diéguez, José Sánchez, Hans Thies-Lehemann u Óscar Cornago habían hecho la parte más compleja, pero por alguna razón, no eran leídos (incluso Teatro posdramático no había sido traducido al español).
En fin, que para mí había que articular algo, también, con dos objetivos: el primero, poder hacer una crítica más o menos decente, puesto que nuestros críticos se hallaban no sólo sorprendidos, sino en una disputa (que sigue hasta ahora, como podemos ver) mucho más ecuménica que crítica. Su tarea ha sido la de unos sacerdotes que se disputan la interpretación de las Sagradas Escrituras (“¡esto no es teatro!”), censores que hacen un trabajo muy alejado de lo que entiendo por la crítica: no un tribunal que revise el cumplimiento de las prescripcioens, sino una labor que se interroga sobre el presente, sobre las condiciones de posibilidad de lo que acontece, su efectividad en términos de conexiones y enlaces y su posibilidad de transformación.
El segundo objetivo, no lo niego, era también jugar el juego de las políticas de legitimación del campo. Insisto: estas prácticas, con las que mi propio quehacer cada vez resonaba más y más, ya están allí y para entrar en la mesa de apuestas del campo teatral, había que hacer lo mismo que todos habían hecho antes: mostrarlas, justificarlas, explicarlas.
Y hete aquí que para dar contención a los conceptos, tomé uno que ya estaba allí: lo expandido es un concepto que aplica desde los años setenta a la escultura (“La escultura en el campo expandido¨es canónico en las artes visuales), en los ochenta en el cine (“expanded cinema”) y desde entonces en otros ámbitos (“literatura expandida”, por ejemplo). Por supuesto, la deuda primera para mí era con José Sánchez y “Teatro en el campo expandido”. Pero no hay ningún truco, he querido mostrar que lo que se expande es justamente la escena, “la escena” que es un descubrimiento de la puesta en escena; que no hay, en principio, ruptura, sino continuidad con el teatro moderno, pues es este el que permite que la escena se expanda; pero que la ruptura llega en la contaminación y en los desplazamientos de modos de producción y de circulación que vienen con la expansión.
Y para seguir un poco, esta expansión tenía afección en dos niveles: el primero en cuanto al estatus de la representación. En palabras de José Sánchez en estos fenómenos escénicos, la acción precede a la representación, mientras que en la puesta en escena, la representación es más importante que la acción. Este, no es un problema únicamente estético: ¿más representación o más presencia?, es un problema político que se repite en otros niveles de la vida: ¿democracia representativa o democracia directa?, ¿red 1.0 o red 2.0?, etc…
Y el segundo nivel se sigue del primero: el estatuto del espectador. Si la modernidad permitió el nacimiento del público como la comparecencia de lo in/diferenciado, cómo volver a instalar la diferencia, cómo trazar líneas que se afecten a la singularidad del espectador o a su conjunto como comunidad o multitud. No tengo tiempo de explicarlo, pero se trata de algo más, mucho más que de darle pellizquitos o pedirle sus datos para mandarle un SMS durante la función.
Y algunas cosas más:
Espero que en estos meses salga por fin el libro que escribí como parte de mi trabajo en el CITRU, aunque la verdad sea dicha, prefiero con mucho el seminario conformado para mirar a mis colegas cara a cara, para hacer juntos lecturas de otros campos y para expresar juntos dudas y sospechas. Una vez más, prefiero la performance al papel.
Y sin embargo, como digo en el prólogo del libro, no puedo evitar que lo que escriba o diga sea interpretado de manera fuerte o imbécil (como, supongo, tampoco los dramaturgos pueden evitar: del papel al performance hay muchos malos entendidos). Para muestra, lo que sucede con el libro de Lehmann: en él, intenta dar concepto a cosas que pasaron hace treinta años y cuya estela sigue, pero jamás jamás se propuso hacer un recetario o fundar un movimiento. Quien así lo lee y, además, se adscribe a dicha corriente es o un fundador de algo -que más le valdría definir en sus propios términos- o es un imbécil redomado. Lo mismo con la “escena expandida”, el terminajo (si no les gusta, inventamos otro)no es más ni menos que un acercamiento a un fenómeno, una herramienta de descripción, de crítica y de diálogo. Quien crea que es la moda o la novedad y que eso elimina en automático “lo pasado”, no sólo vive en otro mundo, sino que está confundiendo como dice García Márquez, “el culo con las témporas” o justificando su infinita mediocridad.
Asimismo, lamento mucho si para explicarnos tomamos términos prestados de otro campos (ya dije por qué) y que a la gente de teatro le parecen galimáticos, extraterrestres o tramposos. Como dije arriba, estamos en un momento que exige nuevas articulaciones verbales y conceptuales. La mayoría de lo que “no se entiende” no es por responsabilidad de Deleuze, Rancière, Sánchez o Duchamp, es o bien porque no se quiere hacer el trabajo de pasar a otro “emplazamiento epistémico” o bien simplemente se está poniendo en marcha un mecanismo de defensa. Para tener una discusión sería sobre puntos de vista diferentes hay que hacer la chambita de mover el cuerpo otras perspectivas, de lo contrario, se da la impresión de estar acá hablando de los derechos de todos a legitimar su preferencia amorosa y resintiendo la irrupción de quienes defienden el “derecho natural” de la pareja heterosexual. En vez de asumir argumentos, se mete uno en bravatas que no llevan a ningún lado y que, por el contrario, refuerzan la hueva del gremio a pensar por su propia cuenta.
Hay mucho más, pero hasta aquí. Pues siento que con cada palabra que agrego, abro una puerta al equívoco y la idiocia. Y tengo poca salud como para gastarla en cohetitos.
Pero por aprecio, también, me dilato así para contestarte, querido (de verdad querido y admirado Legom), porque de la misma forma en que tú quieres mantener con vida a tu personaje que desafía y vocifera, yo quisiera mantener el mío que intenta dar argumentos; porque así entiendo el teatro y el mundo que quiero. Un teatro donde quepan muchos teatros
16 enero, 2016 @ 7:23 pm
ah!, y abrazos también para Fernando, mi maestro de crítica.
17 enero, 2016 @ 12:43 am
Querido Rubén: me encantó lo que escribes y me provoca para contestarte, pero justo ahorita, a Laura se le expandió y luego reventó algo y está entrando de urgencia al quirófano, espero contestarte a más tardar el lunes, solo quise dar acuse de recibo. Fuerte abrazo,
legom
18 enero, 2016 @ 2:16 am
Querido Rubén:
Contesto ya saliendo de la emergencia médica. Solo mi vieja puede tener la feliz ocurrencia de andarse muriendo justo cuando esto se ponía bueno.
Vamos, pues.
Como siempre, lúcido y preciso Rubén Ortiz. Pero creo que evades el centro del asunto.
Cuando un anónimo, voluntario o involuntario, califica mis textos como berrinche o mera provocación vacua, no le pongo mucha atención. Cuando tú lo haces, quiero creer que es una estrategia retórica, antes que un error evidente de lectura. Como estrategia retórica la acepto en la tribuna, donde se buscan ganar posiciones, adeptos. Entonces, estas solas calificaciones me llevan a pensar que no estamos discutiendo lo mismo, pues veo que, buscando una respuesta a mis dudas, me encuentro sin querer en un debate político, que ni es lo mío ni me interesa.
Entiendo, por el espacio, que no es un lugar para exponer y desarrollar ideas y presentas solo una ruta de ellas. Y todo lo que me dices en tu única respuesta, me suena. No es, en términos generales, nuevo para mí lo que propones y siempre me ha parecido interesante. Los que no me gustan son José Antonio Sánchez ni tus nuevos compañeros de viaje: te demeritan más que apoyarte.
Sé que no piensas seguir discutiendo, y entiendo perfectamente tu postura, la que de ninguna manera demerita tu trabajo, pero te dejo estas preguntas por si te interesa en algún momento pensarlas, aunque sea para ti.
¿Qué tiene que ver lo que dices con ese hueco manifiesto en el que aparece tu firma y del que no te deslindas? ¿Te sientes cómodo cuando ves tu nombre calzándolo? ¿Y acompañado de esos otros nombres? ¿No habría sido más coherente ver en un manifiesto sobre el tema nombres como Héctor Bourges, Ricardo Díaz, Alberto Villarreal, Ríchard Viqueira, David Gaitán, solo por citar algunos de los importantes? ¿Ellos habrían firmado un manifiesto como este?
El ejemplo que más me incomoda al respecto: la última vez que vi a Martín López Brie, salió exaltado de una discusión argumentando que si el teatro no es dialogado no es teatro. Y ahora, de repente, me lo encuentro todo expandido. ¿Es berrinche exigir una mínima coherencia en los creadores que firman contigo el manifiesto? Desde siempre, la mayor parte de las críticas que he recibido a mi trabajo (y no solo a las obras que pueden considerarse “teatro narrado”), tienen que ver con la poca capacidad de nuestros teatreros para entenderse fuera de la convención, pero siempre lo he entendido en el supuesto de que si entrado el siglo XXI siguen sin cuestionarse siquiera la mímesis y sus fundamentos, no se les puede exigir más. No atrevo el brinco de fe que necesito para entender a mi querido amigo López Brie entre la imposibilidad de cuestionar la mímesis y asumirse expandido. Así de fácil.
Otra pregunta. Por qué mientras defiendes una herramienta de análisis y de entendimiento de la pluralidad, resulta que a pie de calle lo que tanto promueves termina en discurso en el que una horda de pendejazos quiere separar un teatro nuevo y teatro del pasado (en el que está todo el teatro, incluyendo las búsquedas que no coincidan con su entendimiento). Sé que no puedes controlar cómo toma la chusma todo lo que dices, pero me parece que hay un error en tu modelo de comunicación grave porque ya no puedo salir a la calle sin un palo con clavos en la punta. En serio crees que te entendieron eso de “Un teatro donde quepan muchos teatros”.
Creo que el término escena expandida es fabuloso como herramienta de publicidad: explica en general clara, y hasta gráficamente la idea, sin necesidad de entrar en detalles conceptuales. Promete mucho a sus fieles (subir al podio del gran teatro sin necesidad de haber pasado por la escena) y a un costo realmente cómodo (por no decir “sin costo”). Y lo mejor: no necesitan ni siquiera leerte o tomar un curso, pues la idea la pueden comprar fácilmente después de una conversación por féisbuc con otro adepto. Por último, alude tan fácilmente a qué puede tomarse y qué no (cualquier experimento que parezca claramente experimento queda dentro, lo demás, sin importar su calidad, fuera). Me da la impresión que, después de mucho bregar, sin darte cuenta encontraste, pues, una herramienta de difusión en el título, pero terminó siendo a la vez una gran trampa para ti: echó tus perlas al fango.
Por último. Mi generación (de dramaturgos), logró regresar el público al teatro. Creo que esto comenzó desde antes con la generación de Luis Mario Moncada, pero en la mía veo que se cuajan las ideas. No regresamos al público siendo complacientes, por lo menos de mi parte no lo fui. Nos la jugamos en los textos, pusimos en duda prácticamente todas las convenciones e ideas convencionales que heredamos, pero, repito, en mi caso, no experimentamos a costillas del público. Para mí es credo la premisa de Borges sobre el experimento en Whitman y Joyce: el mejor experimento es el que no parece experimento, el peor, el que lo parece. Tal vez todo mi asunto pues, es que de plano no entiendo a los experimentadores. En lo personal, nunca, ni de locos, me propuse cambiar la dramaturgia de este país, pero lo hice. Y dos veces en una década. Sin entender los grandes experimentos. Sin entender a quienes ponen “experimentador” con letras doradas en su tarjeta de presentación. Lo hice y no se lo cobré al público. Quiero creer que quienes entienden su teatro en la emergencia, que se proponen la escena más allá del mismo concepto del teatro, actuarán con coherencia, por una parte, y por la otra, que no le cobrarán el experimento personal al público, ni a todo el teatro.
Fuerte abrazo, como siempre, tu amigo,
legom
18 enero, 2016 @ 5:51 am
Y yo que les quería cobrar honorarios. Ya me pagarán cuando acabalen para cubrir con Fer de Ita lo del himno que les compuso el muy canalla.
https://www.youtube.com/watch?v=eMUpJH5XuwY&feature=youtu.be
21 enero, 2016 @ 4:13 am
LEGOM, otra vez por alusión directa: Nunca dije algo semejante. Quienes me conocen y conocen el teatro que hago (no es tu caso) saben que esa postura no es la mía, ni nunca la fue. (creo que la última vez que nos vimos fue en 2011) En 2001 presenté una videoinstalación en el centro de la imagen cuyo argumento se presentaba a través de narración visual y textual y ese mismo año hice una intervención escénica sobre instalaciones de Helen Escobedo en el MUCA de la UNAM. Quiero ejemplificar con esto que el terreno del diálogo no es el único en el que me he manejado desde que empecé a hacer teatro. Me señalas con una «imposibilidad de cuestionar la mímesis» pero fuiste parte del jurado que premió una obra mía donde hay al menos tres niveles de cuestionamiento de la mímesis y donde la trayectoria del protagonista va de estar inmerso en una mímesis total a narrar su propia historia, cuestionando precisamente ese «papel» que estaba representando; tal vez no entendiste nada de eso y votaste por la obra porque dice verga varias veces, que eso es lo que te gusta. Concluyo entonces que tus comentarios tienen más bien mala leche que alguna intención de veracidad. Y como dije antes, aunque parece que no leíste o no te importa, yo no hago escena expandida, ni pretendo que sea mi principal linea de trabajo. El fenómeno me interesa y me gusta que exista el término para definir algo que me llama la atención, sobre todo por la mirada que permite poner sobre el público (o la relación colectiva, o convivial) como parte del acontecimiento escénico. Oscar Cornago plantea que el teatro como una fórmula donde A hace de B mientras C lo mira. Y dice que las poéticas y la estética casi siempre se ocupan de cómo A hace de B, pero que las prácticas a las que nos referimos se ocupan más de cómo C mira (y se relaciona, y participa) Y repito: el manifiesto es un manifiesto político, no artístico, pero da la casualidad que justamente estamos hablando de esa tensión que surge cuando las fronteras entre lo político, lo social y lo artístico se vuelven difusas. Pudimos haberlo llamado poema, ideario, pliego petitorio, o como gustes. el caso del manifiesto es tomar postura firme frente a ciertas prácticas y creencias dentro del gremio. ¿Ahora sí lo entendiste o hay que explicarte con ábaco? No es necesario pues, ningún brinco de fe. Basta con prestar atención. (espero que sea cierto lo de querido amigo, y no un recurso retórico para posicionarte en la tribuna) Saludos, con verdadero (y no retórico) cariño.
21 enero, 2016 @ 12:23 pm
Ay, Martín, ni por dónde comenzar, a fin de cuentas, lo que natura non te dio, la máquina de coser no te lo va a remendar.
¿En serio crees que con el Crimen del Hotel Palacio cuestionaste la mímesis más allá, qué digo más allá, por lo menos cerca de lo que ya la había cuestionado el siglo XX, y de lo que muchos otros autores habían cuestionado? Lindo de tu parte.
Efectivamente, mi sirvienta, como tú, piensa que escribo solo altisonancias. Trato de escribir para una serie de capas de referentes culturales y me llena de un morboso orgullo encontrar cuando el texto cae y toca diferentes estratos referenciales. Que mi sirvienta y tú disfruten las palabrotas, y solo eso, me sigue pareciendo muy tierno: escribo para ustedes.
El que haya tantos como tú que no tienen pantalones para sostener lo que dicen, no me va a hacer cargar con una grabadora para todas partes. Como solo lo dijiste, y no lo escribiste, puedes quedarte muy contento en tu dicho. Al final del día, por nuestras obras nos conocerán.
Y sostengo: su manifiesto es una lista de generalidades y buenas intenciones. No tiene sustancia ni política ni estética, y no veo la mínima coherencia entre varios de los firmantes y sus haceres. Más que asumir una estética heroica, en tu caso y algunos otros, parece un acto de oportunismo natural de alguien que, llegada cierta edad, sigue sin salir del barril por más que lo ha intentado. Creo que las búsquedas que hacemos los que las hacemos, merecen otro nivel de análisis, por mucho otro nivel de análisis, y no la ocurrente mirada de quienes no hacen o hacen pero no le atinan.
P.D.: No asumas que yo premié tus obras. Como dices, fui parte del jurado que las premió. Y hasta ahí.
P.D.2.: Sip, lo de “mi querido amigo”, es fórmula parlamentaria entre los ingleses. ¿No es linda?
21 enero, 2016 @ 6:16 pm
Bueno, querido amigo, supongo que tienes razón en todo. Hablemos con nuestras obras, mejor.