La fotografía
Para desmentir mi aseveración de que no es posible tener una discusión seria en la red, mi nota sobre las trampas conceptuales ha recibido cuatro comentarios razonados y esclarecedores. Me ocupo por lo pronto del de Rodolfo Obregón porque es el que me corrige y alecciona.
Podría discutir punto por punto las correcciones y las enseñanzas que me endilga su texto, pero veo que Rodolfo no consideró ni la brevedad ni la intención del mío, y como además estoy de acuerdo en lo general con su postura, pasó a la frase final de su denostación en la que menciona la fotografía donde estoy de muy joven con el viejo Grotowski. Es tan cariñosa y elegante su forma de decirme pinche vejete gagá, que en lugar de ofenderme aprovecho la ironía para esclarecer la inquietud que me dictó el artículo.
Cuando murió Ryszard Cieslak, Grotowski dejó de montar textos dramáticos en el escenario y comenzó una investigación que llamó: Teatro de las fuentes. Por muchos años el maestro polaco llamó a sus acciones, “para-teatrales”, como una coartada para conseguir apoyos financieros, centros de trabajo, alumnos, audiencias y atención mediática. Hasta el final de sus días se cuidó de cubrirse públicamente bajo el paraguas del teatro, así fuera para explicar que lo suyo estaba más allá del teatro. Maniático del detalle rara vez daba una entrevista porque decía que siempre tergiversaban sus palabras, sobre todo si eran traducidas a otro idioma que no fuera el francés y el polaco. Incluso en sus cursos era muy intrincado comprender que había o no había de teatro en sus prácticas, y sólo una vez de las varias que pude conversar con él, a las cuatro de la mañana y luego de una botella de vodka por cabeza, entendí que partió del teatro para llegar a Dios y lo suyo era un ejercicio espiritual para lograrlo.
El problema es que tanto en Los Ángeles como en Pontedera, en Holstebro, en México, San Paulo y demás lugares en donde impartió su cátedra, dejó más confusión que certeza en los cientos, tal vez miles de personas que llegaron a él por la coartada del teatro, porque al no poder establecer abiertamente un Falansterio aquello se disfrazaba de disciplina artística y en consecuencia, son pocos los discípulos que sacaron de ahí una enseñanza para hacer teatro y pocos también los que hallaron la senda de la Revelación.
No puedo olvidar la vez que Grotowski presentó al mulato estadounidense Thomas Richards como su heredero en las hermosas instalaciones del Odín Theater. Como maestro de la expectación había creado un halo de misterio entre la crema y la nata de los investigadores y la crítica europea y estadounidense, salpicada por los frijolitos en el arroz de México y Colombia, que asistimos a los 30 años del grupo de Eugenio Barba. Llegado el momento, el ungido salió al escenario y todo lo que hizo fue ponerse en Estado de Gracia. Era evidente que se estaba concentrando hasta el límite para bañar a la concurrencia con su halo. Por lo menos la mitad de las celebridades respondieron al hechizo, la otra mitad guardó respetuosa cortesía mientras el colombiano Santiago García y el mexicano de Ita se cagaban de risa.
Eso me pasa cada vez que alguien no me puede explicar con claridad por qué usa el teatro para no hacer teatro. Entiendo perfectamente que el concepto teatro se modifique cuantas veces sea necesario para que esa práctica antiquísima se siga conectando con la vida. Estoy de acuerdo con Rodolfo en que los pinches griegos son unos arribistas del teatro, y que por geniales que sean los clásicos no debemos ponerlos por encima de nuestros dudosos contemporáneos. También sé que toda generalización deja fuera las excepciones y que esa postura nos identifica con el método Lésper. ¿Pero qué pasa cuando la excepción se hace pasar como regla y decir lo contrario es seguir en el siglo XIX? Ciertamente no todas las nuevas experiencias artísticas merecen el adjetivo de mercancías, más no por ello la mayoría de ellas dejan de serlo.
Admito que mi ignorancia sobre las teatralidades liminales, la escena expandida y repertorios disidentes, me dejan al ras del espectador común y corriente del teatro y de la vida. Y desde ahí, desde lo que yo llamo, la quinta mirada, la mirada del público, es que reclamo la confusión conceptual que se forja desde la academia, no desde del teatro, al privilegiar el concepto de la acción sobre la acción misma. Ya en los años 80, en una reunión de semiólogos en Roma, en la que participé por una mala broma de Giorgio Ursini, todo lo que pude decir, luego de tres días de escuchar discursos ininteligibles, fue que yo veía a esa torva de científicos del lenguaje como los matasanos del cuadro de Velázquez que se inclinan como cuervos ante al cadáver del teatro. Salí por piernas.
Sin duda, Teatro Ojo nos dejó con el ídem abierto con sus visitas guidas, y entiendo que su acción de emplacar los autos de Apizaco como recordatorio de los emigrantes caídos en su éxodo, fue impactante, al menos para ellos (yo, que soy vecino de Tlaxcala he preguntado a gente común y a gente de teatro por el hecho, y nadie lo recuerda), Y me pregunto. ¿Por qué trabajar con actores para este tipo de liminalidades, de expansiones, de disidencias teatrales, cuando hay tanto activista ciudadano que lo haría estupendo? ¿Qué aporta el actor a esta acción política ciudadana, y qué le aporta al actor tal compromiso? Pensé que Héctor Bourges me daría luz al respecto en la cátedra que compartimos en la Facultad de Teatro de la BUAP, a finales del 2015, pero en vez, su barroco discurso sumió materialmente en el sueño a las tres cuartas partes del auditorio (el resto andaba meando, o estaba en el presídium), porque al igual que el camarada de su grupo que participó en una de las mesas de la pasada MNT, su entramado lingüístico era estupendo pero semejante a las escaleras surrealistas de Xilitla, que no van a ninguna parte. Eso sí, el Bourges me cayó a toda madre.
En éste país en el que un porcentaje escandaloso de su población no ha visto una obra de teatro, estas discusiones deberían merecer una patada en el culo. ¿Pero donde quedaría entonces el concepto leninista de vanguardia revolucionaria, que con sus correcciones y discrepancias gramnscianas llega hasta nuestros días como disidencia del repertorio clásico?
Por cierto, querido Rodolfo, estoy viendo una fotografía de su merced, tan jovencito, que pareces el hijo de Margules.
12 enero, 2016 @ 5:45 pm
Chapeau, Maese!
Una sola aclaración. Así como Grotowski también dejó a un lado el término actor y prefirió el de performer, estas formas de la teatralidad que se realizan en contextos no necesariamente artísticos no trabajan con actores, o en todo caso con algunos de ellos que han dado un paso al lado y en su lugar se han convertido en investigadores de un contexto social específico, en diseñadores de experiencias o como bien dices «acciones» (la palabra «obra» también está marcada históricamente y cuestionada por el performance art, lo cual no implica que nadie deba hacer una más) o como yo los llamo dispositivos de visibilización (para tranquilidad de la conciencia etimológica de Ilya) o, efectivamente, en activistas (algunos incluso que poseen dobles pasaportes y cruzan las fronteras disciplinares con frecuencia, han sido llamados «artivistas»). Y en los casos de mayor seriedad y relevancia, por supuesto, las técnicas y saberes del teatro se mezclan con las de otras disciplinas sociales y se realizan en conjunto con organizaciones populares y activistas especializados. Así como tú lamentas las grandes elucubraciones teóricas que oíste en la Muestra, yo lamento que una experiencia como Safari en Tepito, presentada también en esas mesas, no tenga la mínima conciencia antropológica o una asesoría proveniente de la sociología, o al menos haya reflexionado un poco, apoyado en los estudios del poscolonialismo, en las implicaciones de su «acción», confiada como estaba en sus buenas intenciones, en el carisma de un actor y en la omnipotencia del sacrosanto Teatro (al que sabes que rindo culto permanente).
Ya no tengo más fotografías en frente, pero tengo un par de libros (Escenarios liminales y No hay más poesía que la acción) que podrían ayudar a comprender un poco estás prácticas cuyo interés efectivamente reside más en el terreno ético y político que en el estético (tal y como lo deseaba Brecht) y el pensamiento en que se fundan, antes de aceptarlas o de descalificarlas. Tal y como debe hacer la crítica.
Por desgracia ambos fueron publicados por nuestro bandido favorito.
12 enero, 2016 @ 5:54 pm
P. D. En cuanto a Grotowski, más allá de sus estrategias financieras y sus debilidades carnales, ¿no decía al final de su vida que lo único que él hizo fue llevar el gran postulado stanislavskiano: «el trabajo del actor sobre sí mismo», hasta sus últimas consecuencias?
12 enero, 2016 @ 6:17 pm
Aunque parezca asombrosamente simple formularla, la clave de la discusión la aporta el propio Sánchez (el expansionista) en el segundo libro editado por el bandido, al que se refiere Rodolfo,
Afirma Sánchez – y de tan categórico da miedo- que «ya no hay lugar para las utopías». Ésta es, a mi juicio, la premisa con disyuntiva implícita que da origen al debate.
Como yo estoy convencido de que sí hay lugar para las utopías (y, de paso, de que el día en que ya no lo haya, dejará de existir la cultura), creo en el teatro en el sentido en que LEGOM habla de escena, en el sentido en que los griegos le dieron nombre, en el sentido del espacio en el que nos planteamos las interrogantes sobre nuestra condición y existencia, en el sentido del Sí-teatro, por oposición a la categoría tan atinadamente propuesta por Fernando.
Habrá, por ejemplo, quienes puedan estar en contra de la pintura en su sentido tradicional, porque prefieran valorar todas las manchas, colores, trazos, formas y composiciones que existan fuera del lienzo (enmarcado o no), y para ello sientan la necesidad de negar lo contenido dentro en el cuadro.
Habremos quienes pensemos que los límites son indispensables y en ese sentido las convenciones necesarias para la estructuración de todo lenguaje, para que éste cobre sentido, y para que funcione como co-partícipe de las transformaciones de la realidad.
Visto así, el teatro seguirá siendo para unos -como yo- el lugar de las utopías, y para otros será prioritario cuestionar su pertinencia, más que proponer nuevas poéticas, confundiendo mañosamente la teatralidad con el teatro.
12 enero, 2016 @ 9:18 pm
Sigo pensando que la de Rodolfo Obregón es una de las inteligencias mejor estructuradas de nuestro teatro y que estas escaramuzas intelectuales no cambian un ápice el mutuo afecto.
Agradezco los atinados comentarios de Ilya, David y Martín L.B.