Y dale con la escena expandida
Habrá que ser pendejo para meterse en un agarrón entre Fernando de Ita y Rodolfo Obregón.
Barrio ambos dos.
Cabezazos y piquete de ojos incluidos.
Habrá que ser pendejo, pues, para meterse en esa bronca, tan pendejo como este humilde transcriptor de obscenidades.
Pero, ingasumadre, ai voy.
Supongo que la crítica correcta a “la escena expandida”, se refiere más a las ideas que pretenden determinar y analizar ciertas prácticas teatrales de experimentación que propiamente a una crítica en sí a dichas prácticas, lo que no excluye del todo estas últimas.
A riesgo de no seguir al dedillo lo que expone Fernando de Ita en su texto “Trampas conceptuales”, pongo en la mesa mis preguntas y críticas a los textos y discusiones que he podido encontrar sobre la escena expandida.
Cuando necesitas fundamentar una idea sobre la teatralidad fundándote en conceptos como “medios de producción” y “democracia”, por citar los más molestos, es muy probable que ya no estés hablando de teatro, con todo lo de política que el teatro implica, sino de panfleto político.
Leo en el texto “El teatro en el campo expandido”, de José Antonio Sánchez (MACBA: España, N.D.):
Coloquialmente, lo teatral se asocia a lo artificioso y lo impostado y ello deriva de la necesidad de mantener el engaño para hacer efectiva la acción o el discurso. En el ámbito social, el engaño debe funcionar como apariencia de verdad. En el ámbito artístico, la convención es necesaria para hacer posible el acto de fe que justifica la situación de subordinación discursiva. Si la convención se rompe, el espectador se puede sentir liberado del compromiso y tomar la iniciativa: responder, actuar o marcharse.
La convención que funciona en el ámbito artístico se basa en dos elementos:
a) la aceptación de la transformación momentánea del otro en personaje, incluso cuando el otro se está representando a sí mismo.
b) la aceptación del control del tiempo, y por tanto la aceptación de la acotación de una realidad temporalmente autónoma, por parte del otro sobre la que no puedo intervenir. (ib., p.5).
Eso dice José Antonio Sánchez del teatro y la convención.
Tomo este texto y este fragmento porque me parece que es el que detona y fundamenta mucho de la diatriba posterior. Supongo que habrá antecedentes, supongo reelaboraciones y progresiones, quien se dedique a ello que los busque, a fin de cuentas, lo que he leído hasta ahora tiende a estas dos ideas, ambas muy presentes en el texto de Sánchez: un sesgo malintencionado si no que estulto de las ideas “teatro” y “convención” y una tendencia marcada a un discurso violento y panfletario. De hecho, el texto de Sánchez no solo no me sirve para entender las búsquedas de “otras teatralidades”, sino que ni siquiera parece entender el teatro en su forma más elemental.
Ya el hecho de considerar a la convención teatral como una forma de engaño, sesga y disminuye todo lo que entendemos ya del teatro y ha sido capaz de maravillarnos por miles de años, sino que lo reduce a una forma de manipulación y olvida que la convención, desde su mismo nombre, es un convenio entre el que suspendemos la credibilidad por un instante para jugar. Y la palabra clave aquí es juego. Si el juego teatral es y ha sido usado, entre muchos otros usos, para imponer discursos hegemónicos, no solo con el mensaje, sino desde la misma estructura discursiva (en este caso, el juego), no me vengan a prohibir por ello los columpios y los bebeleches.
¿En serio cree Sánchez que el teatro solo puede ser subversivo desde la forma? ¿Qué un teatro que subvierte la forma reproduce y afinca los discursos hegemónicos? ¿En serio la escena necesita apoyarse en discursos panfletarios para buscar su camino y proponer sus propias revueltas?
Claro que hay un teatro, y es el dominante, que plantea desde el principio una incómoda verticalidad sobre el espectador. Es un teatro que le resulta muy cómodo a quienes lo ejecutan como a muchos espectadores. Es un teatro que, cuando lo pienso, me hace sentir incómodo y hasta humillado como espectador. Cuando lo pienso. Cuando estoy ahí, como espectador, no me molesta nada. De la misma manera que no me molesta jugar al voliboleto con las reglas del voliboleto. Y el que no me moleste entrar a ese juego no quiere decir que sea un borrego y que no esté abierto a otros juegos.
Aquellos a quienes estos textos de José Antonio Sánchez les parezcan piezas maestras de la reflexión, allá ellos. Para mí, son piezas baratas de propaganda, usan a modo y de manera vulgar las ideas sobre el teatro como si quisieran venderme por televisión una aspiradora a las tres de la mañana.
Ahora entiendo por qué quienes defienden “la escena expandida” acostumbran negar tajantemente en el discurso (que no en su hacer teatral), cualquier teatro que se funde en la representación, y lo califiquen con frases como “el teatro que se hacía antes”, por citar la más común y ridícula.
No por estos discursos vamos a negar el valor de las teatralidades que pretenden definir o normar. Primero, porque no las definen ni las norman. Segundo, los hechos: ciertas piezas de David Gaitán y Richard Viqueira, por citar a dos de mis gallos, escapan claramente del oportunismo panfletario de “la escena expandida”, y proponen claros derroteros de una escena que quiere caminar por sí misma y marcando claramente los tacos en el pasto. Pero Gaitán y Viqueira no vienen de la nada. En ellos podemos ver muchas de las búsquedas de autonomía de la escena que iniciaron hace más de cien años, vemos el control que tienen de ellas, y su aportación individual. Y vemos teatro. Como quiera que quieran llamarlo, vemos teatro.
Para mí, quedan pendientes los discursos que las puedan racionalizar las hermosas búsquedas del teatro, si es que es necesario racionalizarlas y, para el caso de nuestro país, queda todavía pendiente, y hasta padece ya de urgencias, una revisión de los modelos de producción de teatro independiente que, se haga teatro como se haga, resuelvan el gravísimo problema que nos aqueja: la marginación del actor de los procesos de producción y la sumisión que se da por hecho que debe guardar ante el dramaturgo, el director y el productor.
Para la horda feibuquera de ágrafos que llegó a este punto, antes que nada, mi felicitación. Y en premio por su paciencia les dejo estas perlas de sabiduría legomeana muy al caso.
- Si no entendiste este texto tampoco, no puedo hacer más por ti. El sistema educativo de este país es el culpable, no yo. Sigue haciendo tus putos berrinches a lo Zúñiga, a mí me parecen muy simpáticos.
- Si eres tarado, no te lo va a quitar escudarte en que eres expandido. Eres tarado y ya.
- Si no te están pagando por actuar, sea el teatro que sea, alguien te está chingando el varo. Punto.
- Si quieres cambiar la escena, deberías comenzar preguntándole a la escena. Los santones, voluntarios o involuntarios, tienen cilicios, no la verdad.
Nota:
Para quien le interese, el texto de Sánchez está en:
http://www.macba.cat/uploads/20081110/QP_16_Sanchez.pdf
11 enero, 2016 @ 11:38 pm
Sobre el tema, sugiero evitar en lo posible lo que llamas panfleto y yo llamo demagogia (que para el caso es lo mismo).
¿Por qué no centrar la discusión sobre el Manifiesto Expansionista?
Más allá de su inclinación por identificar al teatro con lo que no lo es -lo que se contradice con el punto OCHO del propio Manifiesto-, y de pasar por alto que theatron significa «sitio desde el que se ve», lo que por definición acaba de entrada con los puntos UNO, DOS y DIEZ, yo no sólo coincido, sino que aplaudo los puntos restantes.
¿Seré un reducido semiexpancionista?
Aquí el texto:
MANIFIESTO EXPANSIONISTA
UNO: El teatro es una zona de experiencia colectiva, no un mirador diferenciado.
DOS: El teatro no es un edificio, ni se limita a un espacio.
TRES: El teatro existe más allá de sus fronteras: siempre está en otro lado.
CUATRO: Hay muchas teatralidades, no un solo teatro distinguible y homogéneo.
CINCO: En el teatro, todo está por transformarse, todo está por hacerse.
SEIS: El espectador es más importante que la obra.
SIETE: Las personas son más importantes que el teatro.
OCHO: Diferencia mejor que semejanza. Diversión mejor que trascendencia.
NUEVE: No sólo la gente de teatro hace teatro.
DIEZ: El teatro es una zona de experiencia colectiva, no un mirador diferenciado. (repetimos).
ONCE: El problema del teatro es el teatro.
DOCE: Todo es copia, combinación y transformación: la originalidad no existe.
TRECE: Reunirnos no significa encerrarnos ni cerrarnos.
CATORCE: No queremos constituirnos como un grupo, preferimos expandirnos hacia otros territorios.
QUINCE: No más gurús, no más sectas, no más elegidos, no más iniciados, no más profetas, no más tiranos.
DIECISÉIS: Por una pedagogía ética, por una enseñanza responsable.
DIECISIETE: Ni lamento, ni resignación.
DIECIOCHO: El bien de uno es el bien de todos
Y sus firmantes: Edgar Álvarez, Arnaud Charpentier, Rocío Galicia, Martín López Brie, Luis Fernando López, Fernanda del Monte, Carlos Nóhpal, Rubén Ortiz, Camila Villegas y Antonio Zúñiga.
12 enero, 2016 @ 12:41 am
A eso puedo adherirme, con reservas como Ilyá, a lo de José Antonio Sánchez, solo con lobotomía de por medio
.
12 enero, 2016 @ 1:18 am
Bueno, Ilyá, siendo sinceros, hasta Ortiz de Pinedo podría estar de acuerdo con este manifiesto. Está hecho de generalidades y buenas intenciones. Es como donar a la puta cruz roja (a la que no le doy ni el saludo, por cierto).
12 enero, 2016 @ 7:52 pm
Yo agregaría, dejen ya pelearse solos a los ruquitos y denle su cocol al enfermito. Saludos Legom, tú también eres muy chistoso.