El oficio de escribir para la escena
Primera parte
Escribo para la escena.
Que no es lo mismo que decir “escribo teatro”.
El teatro no se escribe. El teatro se hace.
Quien escribe para la escena no hace teatro.
No necesariamente hace teatro.
Un actor hace teatro.
El director de escena hace teatro.
Los tramoyas hacen teatro. Vaya que hacen teatro. Ellos hacen el teatro.
El cabrón que barre el foro, sale a la luz del día, le da un trago a su pachita y piensa, todo ufano:
Me gusta hacer teatro.
El escritor no hace teatro.
El escritor escribe.
El escritor puede dedicar su vida a la escena sin poner un pie en toda su vida en un teatro.
El escritor va al teatro, principalmente, a ver a las actrices medio encueradas en los camerinos.
Escribo, pues, para la escena.
Ser dramaturgo es otra cosa.
También soy dramaturgo, pero principalmente escribo para la escena.
El dramaturgo escribía para la escena.
El dramaturgo era quien escribía para la escena hasta hace un siglo.
Después, el dramaturgo se fue de putas.
Porque el dramaturgo es un relator.
Un relator del mundo.
Nadie enseñó al hombre a relatar.
Eso es algo que nos viene desde antes del lenguaje.
Desde que éramos ese mico de un metro veinte en la mente retorcida de un dios medio canalla.
Desde entonces ya relatábamos.
Hasta los perros relatan.
Las hormigas, a su modo, relatan.
Nadie nos enseñó a relatar.
Pero la escena nos enseñó a relatar de otra forma.
Nos enseñó a relatar frente a un espejo.
Y más: nos enseñó a relatar rodeados de múltiples espejos.
El drama es un relato en la Casa de la Risa.
El drama es un relato que se cocina entre espejos.
Quien no entienda esto no puede llamarse dramaturgo.
Quien no entienda esto mejor haría pidiendo trabajo de tiempo completo en un col-cénter.
El drama es un relato que aprendió a sintetizarse en legión.
Mi nombre es LEGIÓN.
Bueno, algo parecido.
El hombre en Occidente aprendió a relatar más y mejor sobre la escena.
Durante dos mil años la mejor manera de contar historias fue en el escenario.
La escena le enseñó al relato todo lo que sabe de los espejos.
El drama se hizo hombre en el escenario.
Pero después, lingo lingo, el drama se fue a acostar con otras putas.
El drama fornicó con los libros y, mientras se limpiaba las babas en el pubis pensó:
Habrá que ser pendejo para quedarse toda la vida con la misma hija de puta.
Y luego vino el cine, y la radio y los telescopios y el drama terminó con la reata hecha bisteces.
Y la escena, que es paciente, aguantó.
Pero no tanto.
Por eso es normal.
Por eso es normal que la escena lleve cien años queriendo divorciarse del relato.
El despecho es el despecho.
La escena llora.
Cuál llora.
La escena se corta las venas cada noche despechada por el drama.
Es normal que quiera divorciarse.
Porque el macho proveedor llevaba las palabras a la casa.
El macho proveedor del drama llevaba las palabras pero nunca los espejos.
Los espejos son de la escena.
Los espejos son la escena.
La escena es un espejo que se rompe.
La escena quiere divorciarse del drama.
La escena, loca como está, ahora quiere divorciarse hasta de la misma escena.
Y tiene toda la razón.
Yo digo que la tiene.
Lo entiendo.
Y si yo que no hago teatro lo entiendo, más deberían los que sí hacen teatro.
La escena solo se divorciará hasta que el actor y el público la entiendan.
El actor no es la peor parte de la escena, es la única.
El público no es la peor parte de la escena, es la única.
Entiendo que la escena quiera divorciarse del relato.
Entiendo que la escena reclame su privilegio como espejo.
Cuando el teatro quiere divorciarse de la escena, eso ya no lo entiendo.
Pero es porque no hago teatro.
Supongo que algún día lo entenderé.
Pero hoy, no lo entiendo.
En mi cerebro chiquitito el día que el teatro deje a la escena dejará de llamarse teatro.
El teatro se llamará Juan de los camotes.
O algún nombre ridículo y muy nada para el caso.
Entonces, escribo para la escena.
También soy dramaturgo, pero me gusta escribir para la escena.
Pero a la escena cada vez menos le gusta que escriban para ella.
Con eso de que anda muy cabrona queriendo divorciarse…
Mi madre nunca quiso divorciarse de papá.
Todos dicen que debió hacerlo.
A mí, en lo particular, ni me va ni me viene.
No habrían sido mejores, ni peores.
Pero la escena dice que ella sí.
Que cómo no.
Que claro que lo manda a chingar a su madre.
Que ella puede solita criar a sus pequeños publiquitos.
Eso dice ella.
No es la primera vez.
Lleva cien años respondiendo lo mismo a todos los que ni siquiera preguntaron.
Pero el drama siempre encuentra maneras de volver a conquistarla.
La memoria de la escena, es muy corta para ciertas cosas.
Si me preguntan, se ve muy babosa repitiendo lo mismo y lo mismo.
Porque el drama siempre encuentra la manera de reconquistarla.
El drama le compra unas flores en el semáforo a la escena, y la escena ai va de pendeja.
Así pasa.
El drama siempre reconquista a la escena.
Por eso el teatro quiere divorciarse hasta de la misma escena.
Eso no ese puede.
Eso digo yo.
Pero no me hagan caso.
A la escena, con todo y todo, más o menos la entiendo.
Al teatro no le entiendo nada.
Y cuando se sale a la calle muy vestido de civil, menos lo entiendo.
A la escena sí.
A la escena hay que entenderla para reconquistarla.
A la escena hay que entenderla si eres dramaturgo.
Más aun: hay que entenderla si escribes para la escena.
El dramaturgo puede andar de putas por el mundo, pero nunca debe olvidar que con la escena se hizo adulto.
El dramaturgo puede andar de putas por el mundo pero debe siempre de intentar comprarle flores a la escena.
El dramaturgo tiene la obligación de reconquistar a la escena en cada texto.
Aunque esté cogiendo con televisor de bulbos.
Aunque se ande revolcando con cualquier puta por el féisbuc.
El dramaturgo está obligado.
Está bien que al dramaturgo le reviente las pelotas que la escena quiera divorciarse.
Pero el dramaturgo está obligado a conquistarla si quiere seguir siendo dramaturgo.
Mi oficio es escribir para la escena.
Me siguen llamando dramaturgo para no entrar en detalles.
Escribir para la escena es mucho más de lo que he dicho.
Pero por hoy es suficiente.
Ya seguiremos.
8 enero, 2016 @ 3:10 am
LEGOM escribe para la escena.
LEGOM es un buen chico.
LEGOM también es dramaturgo.
LEGOM miente cuando dice que no hace teatro.
Sólo eso hace.
LEGOM se quiere «enfant terrible» de la escena mexicana, y se regodea hasta el orgasmo en su fantasía.
LEGOM se olvidó de agradecer a quienes apoyamos su candidatura al premio JRA por motivos de salud, pero no entremos en detalles.
Usa como paradigma a la irreverencia y su sintagma es la provocación.
¿No es eso hacer teatro?
LEGOM podrá delatar cuanto quiera (muy en su espejo) a los que dice que cogen, chupan, babean, fornican, encueran, fornican, siempre con putas, y luego fornican, chupan, babean, encueran y vuelven a coger, pubis y reatas, etc.
Pero que no nos venga ahora con el cuento de que no hace teatro, cuando dudo que sepa hacer otra cosa.
Lo peor de todo, es que LEGOM dice la verdad, aun mintiendo.
Yo lo entiendo.
Y le creo.
Seamos todos como LEGOM.
Seamos como » l’ égo-homme «.
O mejor no.
8 enero, 2016 @ 5:47 am
Ilya:
En cuanto a todo lo que refieres del texto y mi persona, en general no creo muy correcto responderte pues creo que quien te lea podrá contrastarlo con una lectura correcta de mi texto y con el conocimiento de mi persona y podrá complementar su lectura personal.
Me apura, sin embargo, que me llames ingrato porque apoyaste que me dieran el JRA y me olvidé de ti (o de ustedes en un plural que te incluye). Hasta donde recuerdo, y tengo documentado mi recuerdo, escribí por este medio una carta de agradecímiento a quienes me apoyaron en la primera solicitud, y en la segunda, agradecí personalmente a los grupos e instituciones (en esa segunda ocasión solo aceptaron que la candidatura fuera hecha por estos y aquellos), el apoyo. Creo que puedes constatar con cualquier persona que me conozca, y lanzo esto en público, que puedo ser cualquier cosa menos corto de memoria con mis acreedores.
En cuanto a que apoyaste mi candidatura por motivos de salud, repito lo que dije desde la primera ocasión: el premio JRA no te lo dan por jodido, te lo dan por ser buen dramaturgo, y quienes me apoyaran o promovieran por un estado de salud tal o cual, estaban cometiendo un grave error y una apreciación injusta de mi persona y mi trabajo, que más que apoyar, me denostaba.
Ahora, esta idea de la ingratitud, ya la había leído hace días cuando comencé esta serie de textos, lo que, tal vez de forma equivocada, buscan generar discusión sobre el teatro y cómo lo hacemos, más que sobre mi persona, que siempre será menos interesante. Ya la había visto esbozada en algún anónimo, o en alguien que se esconde en el anonimato de su propio nombre y apellido, no lo sé. En este caso particular, te respondo porque el respeto que te tengo me obliga, y me apena entreleer cierto encono de tu parte hacia mi persona que no siento justificado y no quisiera que nos distanciara así nada más. Por ello espero estar equivocado con esta última lectura y prefiero creer que es solo asunto de retórica.
Te mando un fuerte abrazo, te agradezco la atención que has puesto a estos textitos, me quedo, claramente con lo que me conviene, y me reitero tu amigo,
LEGOM
8 enero, 2016 @ 2:35 pm
Luis Enrique:
Ningún encono. Quise jugar, repitiendo la forma en que «me llegan» tus textos», a poner en práctica la provocación que en ellos percibo, por cierto, como una estrategia de finísima inteligencia.
Quería hablar de teatro usando las mismas armas que tú, -pero desenmascarándolas-. Porque creo que convendremos en que ser irreverentes y provocar, mentir diciendo la verdad, es precisamente hacer teatro.
Y en este diálogo lúdico y perverso que intenté, era inevitable poner en el centro a quien escribe desde su primera persona, como metáfora del propio teatro, y se ubica a sí mismo en relación con el actor, el director, la escena y el público.
Deseaba poner en evidencia, ejerciendo tu lenguaje y desnudándolo, mis profundas coincidencias con las reflexiones brillantes que leo en «En defensa de la escena expandida» y en «El oficio de escribir para la escena», y que me parecen de una pertinencia insuperable.
Pretendía ironizar, justamente con la frase que resentiste, sobre el modo en que los anónimos personalizan al sentirse interpelados, huyendo por la tangente, una discusión tan inteligente como oportuna, urgente diría yo. (Y al respecto agrego que firmé la carta de apoyo manifestando mi desacuerdo con la redacción con la que se argumentaba el apoyo solicitado.)
Pero al teatro, como a los chistes, cuando tienes que explicarlos, pierden su magia.
Me interesa mucho el diálogo que planteas y el modo en que lo haces. La discusión seria y a fondo, mordiendo las raíces y sin miramiento me parece indispensable.
-Aquí podría o quizás debería pedir una disculpa, pero lo hecho hecho está, los sentimientos son genuinos y legítimos, y hacerlo sería tanto como negar o renunciar al ejercicio en el que quiero participar. Lo que sí, es que decir es hacer. Cuando le decimos algo a otro(s), le estamos haciendo algo. Tanto lo que tú (me) (nos) dices en los que llamas tus «textitos» como lo que yo respondí (me) (nos) (te) hace algo. Y espero que, sin heridas, ese algo se traduzca en empatía.-
Nada personal, pues.
Mi respeto y admiración para ti, mi impaciencia para la anunciada segunda parte.
Recibe un abrazo afectuoso.
8 enero, 2016 @ 5:00 pm
Chulada de diálogo entre dramaturgos.
11 enero, 2016 @ 5:43 am
Este texto de El Oficio de escribir para la escena, me identifica en muchos aspectos como dramaturgo. Me parece además escrito con belleza y con sabiduría. Te mando un abrazo, querido LEGOM. (Los anteriores, ya escribí mis apreciaciones en Facebook.)
12 enero, 2016 @ 2:10 am
Un abrazo para ti, Toño. Viniendo de tu parte me honra profundamente.
14 enero, 2016 @ 5:59 pm
Señor LEGOM. Soy su fansss. Es muy grato leer estos sus «textitos». Lo leo aquí y allá donde lo vea publicado. Saludos desde Puebla.
15 enero, 2016 @ 5:11 pm
Gracias, Karla, me sonrojas.