La rapsodia de Oscar Liera
El pasado 16 de diciembre se presentó en la ciudad de Culiacán la trilogía épica de Oscar Liera, editada por el Instituto Municipal de Cultura de la capital culiche. Releer la trilogía épica de Oscar Liera me ha permitido reconfirmar el don que tuvo este fabulador culiche para narrar dramáticamente la historia de su tribu. La verdad, no encuentro en nuestro teatro a otro autor con la capacidad de Oscar para metaforizar el habla y el imaginario de su tierra natal y, en esa medida, del México mestizo. Ahora me atrevo a decir que Liera está a la altura de Rulfo, a la altura de Arreola, con otra lírica y una poética menos concisa, pero igual como un rapsoda, como un cantor singular, irrepetible, de esa potestad inasible que llamamos la identidad nacional.
El oro de la Revolución Mexicana, El jinete de la divina providencia y Los caminos solos conforman la balada, el cancionero, la epopeya fundacional del estado de Sinaloa y la ciudad de Culiacán. Son tres episodios de la misma historia en el doble sentido de la palabra. La historia real (si algo así es posible), y la fábula de aquellos tiempos heróicos. Sobre todo en la primera parte de la zaga hay un afán didáctico para enseñarle al pueblo lo que no le dicen en la escuela: que su lucha es histórica y aunque siempre pierde, nunca deja de luchar. Lucha cuando sus condiciones de vida y de trabajo son tan miserables que perder la vida es la única ganancia que puede lograr. Pierde porque el poder es perverso y los hombres que lo ostentan son capaces de cualquier vileza para conservarlo. Pierde porque entre los miserables nunca falta un traidor, un lame culos, un nihilista con un hueco en el lugar que otros llevan el corazón. En boca de Liera la didáctica se convierte en la suma de la sabiduría popular. Digo en boca y no en manos de Liera porque lo extraordinario de su dialógica está en la capacidad de asimilar y reproducir el habla, los giros de lenguaje y los regionalismos de los muertos, quiero decir; los campesinos, los artesanos, los trabajadores del siglo XIX y principios del XX. Como en Rulfo, no se trata de una fonografía de los enunciados rupestres sino de la reinvención de su locución y de su léxico, esto es: de una poética.
El oro de la Revolución Mexicana es la historia del general Rafael Buelna, quien fue el general más joven de los ejércitos revolucionarios, reconocido por su valor temerario que lo enfrentó a Obregón y a Carranza. Es pues un héroe trágico, la figura ideal para los propósitos del dramaturgo, que son los de mostrar cómo esa ambición de poder ha dado al traste con las luchas populares, a las que no le faltan mártires. Esta pieza didáctica fue escrita para ser representada al aire libre, de manera que su estructura narrativa está al servicio de la dirección escénica. No hay que olvidar que Liera fue un hombre de teatro en el sentido redondo de la palabra. Actor, autor, director, organizador, generador de proyectos escénicos para formar públicos, meta que logró con ésta obra después de muerto, gracias al montaje de Fito Arriaga y sus compinches del TATUAS.
Los recursos dramáticos y narrativos esbozados en El oro…, alcanzan su dimensión épica en El jinete de la divina providencia, una auténtica rapsodia del imaginario colectivo que hace del buen bandido el santo y la seña de su esperanza. Jesús Malverde fue, en efecto, un salteador de caminos que nació en Sinaloa el 24 de diciembre de 1870 y murió el 3 de mayo de 1909. Como en toda mitología, los hechos del personaje se convierten en epopeya gracias a la narración oral que al trasmitirse de boca en boca va trastocando, aumentando, embelleciendo la historia. La obra de Liera no es un canto al bandido-Santo sino un himno al pueblo a través de sus figuras emblemáticas, como las mujeres de las que nacen los hombres y las pasiones, como el loco de la localidad, como el mago, la bruja, la bella, el valiente, el cobarde, el fuerte, el débil, el maloso, el inocente, el ser minúsculo y al héroe anónimo de toda comunidad.
En El jinete, el juego de los tiempos es el mecanismo que mueve la epopeya para mostrarnos que el pasado está en el presente y que lo real es tan fantástico como los alichanes que bajan como flechas de los montes a comerse los ojos de los que no duermen. No basta tener memoria fotográfica y oído absoluto para darle verosimilitud a lo increíble. Hay que tener el don de dialogar como si fuera cierto que tuvo Oscar para que no se note la tremenda elaboración de sus frases y la factura literaria en el habla común de los personajes. Lo impresionante de sus diálogos es que siendo tan largos no resultan discursivos sino narrativos, y que no son únicamente descriptivos sino reveladores.
Los caminos solos es la rapsodia de Heraclio Bernal, otro sinaloense incriminado, procesado y encarcelado injustamente por un delito que no cometió. El último canto de la trilogía épica de Liera, escrito en 1987, es también el más hundido en el pasado y el más presente por aquello de los bandidos que huyen de la cárcel para internarse en la sierra a continuar con sus fechorías. En el año 1855, fecha de nacimiento de Heraclio Faustino Petronilo Bernal Zazueta, la riqueza en México estaba tan mal repartida como ahora, cuando el uno por ciento de la población tiene más caudal que el resto de ella. Aunque hay una enorme diferencia entre aquel sinaloense encarcelado injustamente en la prisión de Mazatlán, con los capos de ahora. Gracias a un anarquista con quien compartió celda, Heraclio conoció las ideas de Bakunin, Marx y Proudhon sobre la propiedad privada y la explotación del trabajo ajeno, que inspiraron su misión de bandolero.
El autor de esta zaga no se mete en vericuetos ideológicos, aunque deja bien claro que Bernal era un ladrón que hacía valer la única justicia que se le permitía a los mineros que dejaban materialmente la vida en los agujeros de la tierra: la justicia de las balas. Lo que Liera subraya en su obra es el apoyo que recibía de la gente. Y lo hace, como en el corrido de Malverde, para darle voz a los silenciados por el poder, y qué voz. Con decir que este coro supera al orfeón popular que hayamos en El jinete, ya decimos mucho.
Tres años antes de su muerte, Oscar estaba en la cima de su poder literario y en pleno dominio de su expresión dramática. Como vivió de cerca el caos académico y cultural que sufrió la UAS con los Enfermos en los años 70, optó por subvertir el orden reviviendo la epopeya de los bandidos y generales de la Revolución que encarnaron los ideales de los desposeídos. Él mismo tuvo una conducta cívica muy valerosa en tiempos en que los gobernadores, presidentes municipales y jefes de policía no daban cuenta ni se sus robos ni de sus muertos. Aunque su batalla mayor en contra del abuso del poder, la corrupción política y social y la traición de la jerarquía eclesiástica a los postulados de Cristo, la libró en el teatro, como podemos constatar en esta rapsodia culiche que hace del pasado el canto del porvenir.