Víctor Hernández
Víctor Hernández escribe, dirige y actúa Fermín Horacio como una forma de expiar sus demonios respecto a su padre. La obra lleva dos líneas narrativas, la vida del personaje Fermín Horacio y la vida del actor que lo interpreta.
A Víctor Hernández lo conocí como actor en las lecturas dramatizadas de las ediciones de la Semana Internacional de la Dramaturgia Contemporánea que se realizaron en Monterrey, era un actor solvente y multifacético, por lo que me interesó mucho cuando supe que estaba dirigiendo y escribiendo sus propias creaciones. Tuve la oportunidad de ver Pequeño fin del mundo en la Muestra Nacional en Durango, una función difícil pues se presentaba alrededor de las dos de la mañana, después de haber visto varias obras ese día y con todo en contra logró atrapar la atención de la audiencia. Era una obra ingeniosa, esquizofrénica y empática, no tan contundente pero que mostraba a un creador interesante cuya pista valía la pena seguir.
Ayer, su trabajo Fermín Horacio se presentó en el Festival de Unipersonales de Área51 con una función muy desafortunada, el inició era prometedor, potente, gran energía actoral, una historia que atrapaba y que se cruzaba con la biografía del intérprete quien confesaba —en un espacio fuera de la ficción, construido principalmente por el uso del micrófono en proscenio— los desatinos con su padre. Estas confesiones de manera paralela al relato de Fermín Horacio potenciaban la ficción, pero en algún momento que no identifiqué con claridad, Hernández comenzó a divagar en sus intervenciones, a ser cada vez menos preciso, a trabarse, a alargar las anécdotas, de modo que la obra resultó cansada y larga.
La función que duró más de hora cuarenta, era exigente con el espectador, está pensada en una saturación de sentidos que produce una tensión constante. En este Festival hemos tenido un público muy dispuesto, pero no se puede exigir tanto al público y ofrecerles un trabajo falto de rigor y disciplina
En la pasada Muestra Nacional en Aguascalientes, surgieron discusiones en los que algunos teatristas denostaban los trabajos que contenían autoficción argumentando que escogían hacer eso porque eran malos actores. En este trabajo la parte actoral en el sentido tradicional es la más fuerte, donde falta rigor, madurez y capacidad de resolución es en la autoficción, porque no es cierto que ese trabajo no requiere preparación.
Sigo pensando que vale la pena seguir el trabajo de Víctor Hernández, incluso creo que esta misma obra con más contención sería un buen trabajo, sin duda mejor que la función en este Festival.