Nostalgia Cervantina
Fernando de Ita/ La digna metáfora
Si las horas fueran pasos, los míos ya le habrían dado varias veces la vuelta al mundo en los 37 años ininterrumpidos que tengo de acudir al Festival Internacional Cervantino. Pero el tiempo sólo camina hacia el futuro. Es la memoria la que retrocede para buscar los restos del naufragio que es la vida.
Esta era una de las muchas cosas que ignoraba la primera vez que llegué como reportero a la Ciudad de Guanajuato, en un país tan distinto a éste como la juventud de la vejez. En aquel tiempo mexicano el poder presidencial era tan grande que hizo de una simpática callejeada pueblerina el festival cultural más fastuoso del continente americano. Y lo hizo en mayo, para que la corte de la primera dama luciera el esplendor primaveral de sus escotes, en época estiaje, cuando la gente del pueblo se quedaba a secas para que en los hoteles no faltara el agua para los invitados al convivio.
En la era digital ya no se puede sentir en carne propia la importancia que tuvo el Cervantino como telón abierto a las maravillas de la creación artística del mundo y sus alrededores. Los libros, las películas y los discos de marca internacional ya circulaban con alguna fluidez en el mercado mexicano, pero por primera vez era posible tener en un mismo escenario a los grandes solistas y los mejores ensambles de las artes escénicas. Para los periodistas culturales, que sólo excepcionalmente eran enviados al extranjero, el mundo se abrió para ellos en los foros de Guanajuato, permitiéndoles vivir en un mes experiencias personales y de trabajo que les habían faltado por años. Por eso las batallas por la nota sobresaliente fueron épicas, en un tiempo en el que ese trofeo tenía una importancia mayúscula.
En 37 años he visto los esfuerzos y las inercias de los directores que ha tenido el Cervantino, de 1978 a la fecha. Como en toda tarea humana hubo años de fervor y años de apatía; grandes y pequeñas ideas; propuestas inolvidables y acciones para el olvido. Algún tiempo se discutió la obligación social de la cultura, sólo para encontrar que un Festival como el Cervantino tiene poco margen para cumplir esa tarea, como no sea tener a los mejores elencos posibles y llegar al mayor número de personas. Hoy se pueden ver las actividades cervantinas en cualquier parte del mundo en tiempo real, gracias al Internet, aunque la cantidad de auditorios no incida realmente en la calidad, y más aún, en el espíritu del Festival.
Por ello debo reconocer que, al poner a dialogar a la ciencia con la creación artística, Jorge Volpi ha logrado una importante vuelta de tuerca para el Cervantino 2015, en la medida en que el conocimiento especializado en áreas duras del saber humano estará en la calle, por así decirlo, compartiendo el interés del público con las áreas sensibles de esa otra forma de revelación del mundo que es el arte. Como puse en duda el programa “Proyecto Ruelas”, de acercamiento de las comunidades marginales de Guanajuato a la “fiesta del espíritu”, hoy encuentro que esta iniciativa ha funcionado exitosamente, como lo demuestra el montaje de Luis Martín, del Don Juan, con ciudadanos de la tercera edad.
En la imposible soledad del Parque Unión, sintiendo desde la cantina al aire libre el clamor de la multitud, pienso cuántas de las miles de personas que invaden las calles de Guanajuato tendrán en cuenta que el 10 de octubre veremos aquí la pieza que, por la edad de Peter Brook, acaso sea la última de uno de los grandes creadores escénicos del siglo XX. Hace 37 años los espectadores de entonces habríamos ido de rodillas a las butacas del Teatro Principal. Hoy todo dura un instante, salvo el dolor de estar vivo. Aunque esa punción, junto al orgasmo con la mujer amada (o una extraña bien dispuesta), sea parte de la dicha de haber nacido.