Los herederos del imperio o cuando la farsa es uno
Si Ángel Norzagaray, Daniel Serrano y Felipe Tututi no fueran tres referentes primordiales del teatro de la Baja California, no estaría tan desconcertado luego de ver Los herederos del imperio, una obra grotesca de Serrano, dirigida por Norzagaray, actuada por Tututi. Referente histórico en el caso de Ángel, como fundador de Mexicali a Secas, un colectivo que cambió el rostro del teatro en ésta frontera peninsular. Referente dramático el de Serrano, como un autor que fue creciendo obra tras obra hasta lograr una dramática propia. Referente histriónico el de Tututi, como uno de los actores más dotados y versátiles de la entidad.
En el marco del III Festival Estatal de Teatro de Baja California y a telón abierto veo la escenografía de una Morgue, muy bien realizada, con cuatro cadáveres en sus respectivas planchas. Pensando en los antecedentes de los tres nombrados y en la espléndida escenografía me dispongo a ver un despliegue de buen teatro. Entra Tututi seguido de Raúl Ávila, Javier Guardado e Irving Gallegos. Comienzan los diálogos para ubicar la trama que nos van a contar los cuatro muertos a través de los cuatro vivos que se han dado cita en la Morgue: un cura que representa al cadáver del arzobispo; el secretario particular del dirigente nacional del PRD que está como fiambre; el vocero de la embajada cubana en México quien habla por su embajador, y un fotoperiodista que fatalmente será el reflejo de un emblemático periodista de la farándula, Pepillo Origel. La concurrencia es tan bizarra que de tal encuentro de vivos y muertos sólo podría salir una farsa tan grotesca como la del gobierno que nos desgobierna.
Ciertamente buena parte de nuestra realidad ha superado el absurdo, el surrealismo, el infrarealismo y cualquier otra interpretación de lo real, pero valerse de Pepillo para plasmarlo en el teatro es caer muy bajo en cuanto a recursos dramáticos se refiere. Con la amistad a toda prueba que se profesan el autor, el director y el actor, no comprendo cómo Ángel no le dijo a Daniel: “compadre, su texto es una mierda”, ni como Daniel no le dijo a Ángel: “compadre, su dirección la hizo más fétida”, ni porqué Felipe no les dijo a los dos: “¿saben qué?, esto apesta”.
Simplemente no entiendo cómo un autor dramático de la estatura de Serrano fue capaz de escribir una farsa tan incoherente, sin personajes reales, con diálogos tan insulsos, enredados, previsibles y tan primarios como la sátira que hace de la iglesia, de los partidos políticos, de Fidel Castro y del periodismo farandulero. Nada indica en su teatro esa falta de juicio, de gusto, de ingenio, de auténtica mala leche. Lo que vemos en escena es una trama confusa que ni viene ni va ninguna parte, con opiniones pedestres sobre personajes públicos, sin en el menor tratamiento dramático, sin la mínima composición de espacio, lugar y estilo, sin intento alguno de alegoría, ya no digamos de metáfora. Ni siquiera es la fotocopia de lo real, ni la distorsión grotesca de la vida pública, ni la sátira procaz de la simulación política; es algo tan deleznable como un Reality Show pero sin la intención de utilizar ese formato, sólo estando a su altura.
A un texto así hay que darle la espalda, si Norzagaray no lo hizo fue porque le pareció presentable. Sólo al inició del montaje eso parece posible, pero cuando llega la escena en la que los muertos encarnan en los vivos para mostrar la bajeza de la jerarquía eclesiástica, los dirigentes políticos, la nomenclatura cubana y los jotos periodista del espectáculos, la dirección se pone al nivel del texto, y así sigue, repitiendo escenas, dirigiendo no a los actores sino su tránsito, permitiéndoles excesos y debilidades de los intérpretes, jugando a que hay cuatro actores frente al público y algo tienen que hacer, lo que se les ocurra, aburrir al público, sobre todo ¿Cómo un director con tantas tablas no se dio cuenta de que la única farsa que logran con un texto tan malo y una actuación tan floja es la de sí mismos? ¿Cómo un director tan riguroso en otros montajes no se percata que dejar a Tututi gritando por varios minutos que el dirigente del PRD es puto sólo resulta ofensivo para el teatro? Misterio bufo.
Quien no haya visto a Felipe Tutiti en escena podrá decir que aquí derrocha energía, buena dicción, simpatía, proyección, conexión con sus colegas y con el público. Quienes lo hemos visto en actuaciones memorables podemos agregar: ¡y en el papel de Felipe Tututi…Felipe Tututti!
Todos nos hemos equivocado en el teatro. Que lo hagan tres referentes del teatro de la Baja California ante su público, formado en gran parte por los estudiantes de teatro de la UABC, no es saludable, porque no es una equivocación comprensible, explicable por motivos artísticos. Es otra cosa. Varios de los estudiantes ya habían visto la obra y al preguntarles su opinión se mostraban inseguros de la respuesta, sin duda por la admiración que les tienen a sus maestros, aunque algunos confesaron que se durmieron, se salieron o le rogaron a Tespis que ya terminara esa incoherencia. Los pares de este insigne trío de creadores estaban tan desconcertados como yo, pero no tenían la intención de externar su desconcierto por el peso artístico y académico que tienen entre la comunidad universitaria. En honor a la vieja amistad y la genuina admiración que tengo por su obra, me animé a publicar esta diatriba, a sabiendas, claro está, de que en su próxima obra, en su próximo montaje, en su próxima actuación me cerrarán la boca.
Marissa Vallejo
12 agosto, 2015 @ 9:28 pm
¡En donde quiera se cuecen habas!
Juanita Flores
20 agosto, 2015 @ 4:28 pm
Extraordinario análisis, gracias por darle voz a una servidora que fascina por el teatro y no podía exponer el malestar que esta obra me había causado. Gracias por la oportunidad de compartir tan sanadora catarsis Sr. de Ita.