Cómo vacunar al público o La Muestra Estatal de SLP
La crítica, escribe Evodio Escalante en La Jornada Semanal (8/02/2004 número 466), es la sobriedad exquisita. Ante esta necesidad y acaso necedad por puntualizar algunas aristas sobre la escena contemporánea en San Luis Potosí, aprovechando mi estancia en la Muestra Estatal de Teatro 2015 emprendo una serie de comentarios, esperando de los lectores y en especial de los teatristas de la entidad la sobriedad exquisita del diálogo.
Convengamos en un primer dato, la Muestra Estatal de Teatro de San Luis Potosí de estatal tuvo poco. En realidad, se trató de un esfuerzo casi municipal, porque los grupos pertenecían en su mayoría a la capital del estado y zona conurbana. ¿No existe teatro en Ciudad Valles, Matehuala o Río Verde? Seguro que sí, pero imagino que las condiciones no estaban dadas para que los grupos del interior del estado pudieran presentarse. ¿Por qué? Las compañías no recibían pago alguno; el único ingreso posible era la taquilla. Desde ahí, algo hay por resolver.
Aún así la cartelera lucía amplia; una semana para ver lo mejor del teatro potosino en diversos espacios, ya públicos o independientes. A la par, se llevó cabo un ciclo de videos presentado por el CITRU donde se analizaba a algunos de los grandes creadores de la escena occidental. La concurrencia no fue la esperada. Como sucede en otras partes del país, los artistas de la escena procuran poco buscar referentes, indagar en las huellas históricas y peor aún sienten que ese conocimiento es inútil. “Que los artistas de la escena se forjan en la escena”, se ha dicho y seguramente es cierto, pero hay que llenar la escena con ideas, imágenes, argumentos. Conocer la tradición, el canon, para poder romperlo.
Y justamente el panorama general de la Muestra Estatal de Teatro de SLP es la suma de ocurrencias. Tendencias escénicas que parecen rebasar a los creadores que las perpetran, de imaginería puesta al servicio de temas triviales, de peripecias nimias, espectáculos – en su mayoría – olvidables.
No es San Luis Potosí el único territorio que padece la invasión de la ocurrencia por encima de la armonía estructurada de una investigación sobre cierto tema, un espacio de ficción o realidad, un reducto sensible, una práctica cotidiana, un acontecimiento histórico. Y aunque se percibe un acercamiento a lo que denominamos la escena expandida y las necesidades expresivas por sacar el drama del teatro, encontramos aproximaciones de escasa puntualidad artística. Al respecto, es sugerente pensar que se culpe a Rubén Ortiz de ser quien ha llevado – como a otros territorios – el vilipendio del drama, de la ficción y del teatro tradicional a San Luis y otras latitudes. Una anécdota resume la equivocación: Ortiz como profesor obliga, con cronómetro en mano, a sus alumnos de dirección a presentar redondas escenas naturalistas o trozos chejovianos.
Los saltos cuánticos de la expansión escénica vendrán después y serán indagaciones personales de los creadores en formación. Inevitablemente la lucidez de Rubén Ortiz (quién también se encontraba en la Muestra Estatal), su pasión poco ditirámbica y la experiencia vital que lleva a cuestas enamora a los ingenuos, que muchas veces articulan experimentos no formales para agradar al maestro (la historia de la lisonja en el teatro mexicano, tema de estudio posterior), sin conocer a fondo no solo las necesidades artísticas de su masa crítica, sino el objeto sensible de sus avatares: el público potosino. Me sorprendió ver funciones a mitad de sala o con espacios vacíos, cuando en otros lugares hay filas de personas que quieren conocer el teatro de su entidad. El drama del público, aquí también.
Entonces, el repaso de las puestas en escena que pude observar – no todas, por desgracia – nos ofrece una realidad paradigmática: hay un esfuerzo temático por la renovación de público, llegar a los jóvenes, pero pocos medios para conseguirlo (intelectuales, administrativos, de difusión). Poquísima producción escénica (teatro pobre no, a veces miserable) y con ello la queja de siempre: “no teníamos para pagar los derechos de autor de cierta obra y mejor escribimos el texto”.
Sarah fue sin duda el trabajo más complejo y brillante. Su éxito reside en la capacidad creativa de Sayuri Navarro, en cómo se arroja a la escena sin piedad, degustando los aspectos de Psicosis de Sarah Kane (que adaptó de una manera extraordinaria), a quien al final de la puesta en escena le rinde un innecesario homenaje con velas. Antes, hay riesgo, lectura atenta de la obra biográfica de la dramaturga inglesa, preocupación por los detalles actorales, producción audiovisual e intervención de un espacio (el Museo del Ferrocarril) para llevar a cabo la acción donde era necesario, fuera de los espacios hegemónicos. Éste montaje, en un foro escénico a la italiana habría resultado en un monumento a la incongruencia. Por suerte, Navarro partió de un texto para oponer una ficción personal atravesada por imágenes delirantes y sentido de la espectacularidad en un monólogo conmovedor, dispuesto en una sala alternativa, anexa al Museo.
Proceso 4.99 y #Comoyoteamo de Juan José Campos Loredo resultaron puestas en escena estimulantes, aunque incompletas, sesgadas por el protagonismo del director – en especial en la segunda, dirigida a jóvenes – quien insiste en intervenir falsamente el espacio ficcional, rompiendo inútilmente el dispositivo escénico, entorpeciendo el ritmo de los relatos, que tampoco son sugerentes pues devienen de ocurrencias, largas situaciones corporales o musicales, salidas fáciles como hacer preguntas al público o pedirles intervención (esto sucedió en prácticamente todas las obras, una tendencia producto de la falta de imaginación de los teatristas potosinos). Ambas puestas en escena se llevaron a cabo en el espacio teatral La Carrilla, que merece una puntualización aparte. Se trata de uno de los foros más combativos, resistentes y añejos del teatro nacional. Verdadero teatro de barrio, – lejos del centro – su constancia es un auténtico homenaje a la vitalidad y entusiasmo de sus promotores, quienes además resultan excelentes anfitriones.
El trabajo de Diego Eduardo Zapata, actor de Proceso 4.99 es encomiable, pues refleja a cabalidad la honda sensación de hostilidad judicial del que fue preso (nunca mejor dicho). Trabajo biodrámatico intenso aunque insondable en el tramo inicial. Sobre #Comoyoteamo sucedió lo mismo que con otras dos obras para adolescentes, ¿por qué no se llevaron a cabo en su espacio afín? ¿Por qué incrustar un espectáculo pensado para escuelas o similares a un foro que además está desperdiciado?
Generación X de Darío Álvarez generó expectativas desde el inicio trepidante. Supo articular progresión dramática con sorpresa y experimento social. Lo que pretende ser una metáfora de la realidad y ahondar en un necesario repaso generacional (a partir de la idea de un asesinato masivo), se convierte en un juego sobresaltado de cambios de tono. Actores que quieren hacer como que no actúan, que entran y salen de la ficción, pero no lo logran, a ratos incluso cuesta entender lo que dicen. Momentos muy logrados de narratividad (escenificando la rutina laboral, por ejemplo) que se pierden en variedad de chocarrerías. Hay una sensación compartida, el autor y director quiso hacer una obra total. Decirlo todo. Y brotó de aquello un espectáculo de cuidado, que más allá de la cursilería de ciertas frases y de un final falsamente catártico, está impregnado de alegato moral, culpígeno y redencionista ante el público. Hay escenas desafortunadas, mi favorita es un falso combate de box. Propiciamente el elenco reparte previamente bolsas con palomitas de maíz para poder arrojarlas a los actores aturdidos. Esa acción lúdica es quizá lo más interesante de la pieza, que aunque se atreve a jugar con los límites de la espectacularidad y propone una línea de acción genuina, se queda a la mitad de sus propias premisas.
90s Nacimos para ser estrellas sobre el texto de Pablo Fidalgo y Celso Jiménez es un encargo del avezado director de escena Marco Vieyra, quien lleva varios años trabajando de forma elocuente con actores y creativos en San Luis Potosí. Monumento a la cultura pop, superficial repaso también a una década y generación, juego multifónico desigual y abuso de las pistas musicales, es quizá el trabajo menos logrado que le haya visto a este creador de atmósferas puntuales que suele dirigir con habilidad a sus actores, en esta pieza desprovistos de asideros para lograr algo más que fraseología baladí, sin ahondar no solo en el vacío sino en las particularidades de una década abrumadora. No hay riesgo, acaso leve entretenimiento. ¿No sería más agradable atraer a los jóvenes al teatro con textos más logrados y temáticas menos fútiles? Comprendo la intención, pero no se justifica la nadería ante los sucesos de un país que necesita algo más que televisión-escénica. Como proceso creativo, con un grupo actoral en crecimiento, interesante, como resultado final a público, cuestionable.
Por el contrario, Miniaturas de Pablo Fresneda, dirección de Marco Vieyra (del Centro de Investigación Escénica del IPBA) es un trabajo preciso, contundente y con actores modulados, que se escuchan, que manejan la voz con rigor, especialmente Gala Gutiérrez, gran hallazgo. Excelente diseño de vestuario, surrealista comienzo con un montón de zapatos que son arrojados al fondo del escenario, imágenes sencillas pero completas, redondas, justificadas. Aunque se enfrascan en tribulaciones poco estimulantes (el texto redunda), los personajes logran poner en pie una puesta en escena sobre la soledad, la amistad y la fragilidad. Puede gustar más o menos la pieza, pero evidentemente hay trabajo, vitalidad creativa y disciplina.
Egoísmo de Jacobo Núñez, actor, director y autor es la cima del terrorismo escénico al cual, a veces, somos subyugados los espectadores por directores tiránicos, que usan el efímero poder de la representación para expeler incoherencias. Más allá del abuso de ciertas figuras retóricas, el abandono de la actriz Edith Gil en escena y de una serie de preguntas falsamente existenciales, el experimento escénico, por llamarlo de alguna manera, sucumbe ante la informalidad y la chabacanería. El peligro es el siguiente, reza el programa de mano: Egoísmo se introduce en las nuevas plataformas del teatro contemporáneo para provocar una vivencia real a los espectadores. ¿De dónde parten los referentes del autor y director para acometer tal aseveración? ¿El teatro no es en sí mismo una vivencia real? ¿Qué significara ser contemporáneo en San Luis Potosí? Cualquiera, en México, puede decirse director de escena y dramaturgo, Egoísmo es una muestra de ello.
Finalmente Órfico Blues, del dramaturgo Martín López Brie, dirección de Juan Antonio Orta nos dejó la sensación de que la Escuela Estatal de Teatro (en este montaje alumnos de sexto semestre) necesita revisar sus procedimientos creativos y pedagógicos, la elección de los montajes de fin de semestre y el acercamiento con la escena contemporánea. Desde la mala pronunciación del personaje principal, hasta el tono declamado de los actores, la falta de pericia del director para hacer entender la comedia y convertir un texto que echa mano de un mito griego en algo que signifique un poco más que pretexto para convertir el teatro en bar (sí, hay música en vivo y bebidas), hasta el naturalista diseño espacial y escenográfico, la puesta en escena destaca por la belleza erotizada de Laura Carolina Rivera como Medea y el conjunto musical. Deseo que los egresados de la Escuela Estatal de Teatro de San Luis Potosí vean mucho más teatro, se contagien de otras expresiones y desarrollen capacidad crítica, en especial frente a los procesos creativos de otros estudiantes de teatro, en otras zonas del país, que al llegar al penúltimo año escolar no se permitirían un montaje con estas características.
También se presentaron las obras Avestruz no vuela, mexicano, de Saed Pezeshki, dirección de Miriam Castañeda, Criaturas, dirección de Ene Mata, La tristeza de los cítricos de Verónica Bujeiro, dirección de Alberto Quintero, El regreso de los cuentos vivientes II: De reyes brujas y demonios, el único montaje para infantes, dirección de Tadzio Neumann a partir de cuentos populares, Poeta Ballena, dirección de Iliana A. García, para público joven y el cabaret (del que cuentan, es espectacular) Nos reservamos el derecho de admisión, de Colonche Cabaret.
¿Y el Rinoceronte Enamorado? ¿Dónde está el grupo más destacado de la entidad? Vale la pena mencionar que esta compañía escénica representativa, uno de los grupos más importantes del país, no formó parte de la programación de la MET-SLP. ¿Por qué? No se sabe, lo cierto es que se trata un grupo paradigmático del teatro mexicano (con su propio teatro, sublime), del cual me ocuparé en una entrega posterior, especialmente del montaje Huracán de Edén Coronado.
¿Lo mejor de la MET-SLP 205? La hospitalidad potosina, sus céntricas cantinas y ver un teatro que avanza, que va en crecimiento. El espacio del CIE es un acierto y la voluntad de las autoridades culturales por engrandecer la escena local encomiable. ¿Lo peor? Las tendencias generales ya puntualizadas. Ante la ausencia de ideas, romper la ficción o la acción con preguntas al público (tu color favorito, qué es amor, el vacío de la vida). Pocas lecturas (ya dramatúrgicas, ya teóricas), actores que cantan o recitan canciones enteras (otra vez, cuando faltan ideas, ocurrencias) y la sensación de estar frente a la televisión, viendo un capítulo de Friends, en más de un montaje. Banalidad, lenguajes y posturas frente a la realidad, salvo las excepciones consignadas, de poca profundidad temática.
Propongo incorporar la (auto)crítica ante la indecisión creativa. Aunque la critica no puede ser una arenga dogmática, es evidente que la escena potosina tiene talento, espacios y posibilidades de crecimiento. Parafraseando a Bataille, diríamos que el teatro es lo esencial o no es nada. El teatro potosino debe buscar la esencialidad de sus transformaciones creativas para llegar al público, no enfrascarse en las disputas simbólicas y las cuerdas flojas de la superioridad. El canon de la multiplicidad, concepto de Jorge Dubatti que podrían poner en práctica. Larga vida al intenso teatro potosino.