Érase una vez…
En el cuarto día del XIX FUT entro al teatro, un lugar sagrado para muchos, para encontrarme con los actores de Carretera 45 preparando y repartiendo tamales desde el escenario. A pesar de romper con la norma aprendida de que la comida está estrictamente prohibida en el teatro, no puedo sentir nada más que gusto al ver comida. Y al parecer no soy la única, puesto que varias personas se levantan y van a escena por uno, mientras que otros gritan desde sus asientos para que les considere.
Cuando todos los tamales han sido repartidos, se ha roto el hielo entre actores y espectadores y finalmente comienza la ficción siendo el público parte de ella.
El espacio está determinado por una tarima pintada, la música nos remite a un juego, lleno de energía, adrenalina y un poco de peligro, mientras el músico o DJ se mantiene en la parte de atrás. La iluminación transita entre los colores azul y amarillo, lo que nos ambienta de día o de noche, pero siempre en un espacio árido, un desierto.
Los actores con atuendos de soldados militares realizan una serie de acciones físicas extraordinariamente bien coreografiadas y coordinadas, mientras crean una infinidad de espacios e imágenes solamente utilizando unas tablas. El entrenamiento y control corporal de los actores es de reconocerse, pues en todo momento se mantuvo una vital energía a pesar de las exigentes acciones físicas.
La obra retrata la historia de millones de mexicanos que migran hacia Estados Unidos en la búsqueda de una vida mejor, estando dispuestos a arriesgar inclusive su vida para lograrlo. Cruzar la frontera no es la única amenaza, puesto que el ejército americano tiene una guerra y necesita extranjeros que mandar.
La anécdota no es lineal, está fragmentada en saltos temporales y espaciales. Se van alternando escenas de una historia a otra, además de rompimientos de los actores, jugando entre ellos y compartiendo experiencias personales con el público.
Así, logran que el espectador no olvide que lo que ve es ficción, sin sumergirse y perderse en ésta, puede analizar las situaciones y plantearse reflexiones.
El único elemento débil de la puesta en escena son las proyecciones que, en lugar de reforzar la escena, la entorpecen. Toda la obra se mostró y se aclamó la terrible realidad del país, por lo tanto la imagen literal de México ardiendo en el trasfondo, resulta un símbolo sobrado y redundante.
A pesar de tratar un tema recurrente, sigue siendo vigente, sobre todo para una ciudad fronteriza. Además de que claramente se relaciona con la actual guerra interna en nuestro país y el eterno silencio de su pueblo. Me parece que la propuesta de dirección es única e innovadora, por lo que no hay forma de resistirse al creativo y enérgico montaje para salir de éste distinto.