Un corte perpendicular
Fernando de Ita
Lo primero que llama la atención en la pieza de la joven escritora es que comienza con un epígrafe inusual de Samuel Beckett en el que declara sentirse extraordinariamente bien. Que esto lo diga el autor de la angustia existencial del siglo XX es lo inusitado. La segunda sorpresa es que la acción de la obra está fechada en 1913, acaso porque son los años en los que el psicoanálisis cobra carta de identidad entre las clases pudientes del mundo occidental. Esta sospecha se confirma al ver que Cecilia, la protagonista de la historia, es una joven que sufre delirios, tiene conflictos con su madre y es atendida por un psiquiatra enamorado de su paciente.
La fecha del drama le permite a Gabriela distanciarse del lenguaje coloquial con el que una chava de hoy expondría sus ensueños, así como componer un personaje decimonónico atrapado en las convenciones sociales del pasado, cuando una mujer tenía por destino casarse y guardarse en casa. El problema formal al fechar una obra es que se debe crear la atmósfera de la época, y con la escenografía minimalista que propone la autora esta obligación debe cumplirla el idioma. Ciertamente los personajes de Escorzo tienen un lenguaje literario, es decir, no espontaneo sino elegido para crear un efecto en el otro, y por ende en el público. En otras palabras: hablan en imágenes. Sin embargo, son pocas las metáforas que logran su carga simbólica y son varias las veces en que esos habitantes del pasado hablan como hoy porque su autora no logra aún la poética de la acción, esa construcción verbal que resulta intemporal porque no está hecha sólo para decir cosas sino para tocar la esencia de las cosas.
Escorzo nos cuenta la historia de una mujer joven encerrada en su vestido, que es el símbolo de la tiranía que ejerce su madre sobre ella. Hay un parlamento en el que la madre nos informa que el sexo para tener a Celeste fue doloroso, que la niña pateaba sin misericordia la panza de su progenitora y que el parto fue horrible. Así que resulta natural que la madre la ponga en venta, esto es, que la ofrezca en matrimonio. Pero Celeste vive la realidad como sueño y el sueño como cierto, así que está loca y por eso es tratada por Amador, el psiquiatra que se enamora de ella sin ser correspondido, aunque Celeste le pide a su enfermera que sea ella quien ame a su enamorado para que no sufra. Hay pues un conflicto entre madre e hija que provoca las alucinaciones de Celeste que como toda loca dice sus verdades sobre el amor, la sexualidad, la libertad y hasta la democracia, en una trama hecha de palabras, no de actos, porque Gabriela está dando sus primeros pasos en la difícil tarea de deletrear la condición humana. Que lo haga evitando la inmediatez del presente, planteando ideas y no ocurrencias, con intenciones simbólicas, me animan a considerar que su segunda obra será verdaderamente un escorzo, esto es, un corte perpendicular sobre la chata realidad que la tiene tan aburrida.