La balada de Jackson Parker
Fernando de Ita
Country, de Juan Carlos Franco, también podría llamarse La balada de Jackson Parker, no sólo por el epígrafe de Leonard Cohen que abre la obra sino por todos los elementos liricos que componen esta pieza dramática, si así le podemos llamar a este conglomerado de géneros que lo mismo recurre al cine que al documento y la literatura; al diario personal y al periódico, al texto teatral y al teatro dentro del teatro. Aunque el recurso y el eje formal de esta fábula es la lengua, el ritmo, la melodía de la palabra en dos idiomas antípodas como son el inglés y el español.
La invención dramática de Franco nos permite observar algunos de los aciertos y algunos de los excesos del teatro narrativo. A su favor está el tema y el personaje de su historia, un joven estudiante de un pueblito de Arizona, modelo del modo de vida gringo, que asesina a una veintena de personas en el teatro en el que está representando el papel de Jefe de Foro. La violencia inverosímil que ha sacudido a las escuelas del vecino del norte desde los años 60, le permiten al dramaturgo crear una ficción soportada en la realidad, que es presentada desde diferentes ángulos y diversos recursos narrativos.
Los famosos guioncitos con los que Legom suplantó la milenaria costumbre de poner el nombre de los personajes para distinguir el orden de los parlamentos, son utilizados por Franco para comentar lo que sucede mientras el joven asesino dice su parlamento como Stage Manager, y para distinguir la voz narrativa de la acción dramática. Hay pues, dentro del texto, un narrador que describe, comenta, interpreta, valora la situación, varios personajes alrededor del protagonista, Jackson Parker, y un dramaturgo que da indicaciones actorales y escénicas. Como ya no hay reglas de construcción dramáticas, mejor dicho; como respetar esas reglas es una güeva, o requiere de maestría, el autor narra, dialoga y dirige la acción que en algunas escenas centrales están escritas en inglés y español.
Ya nadie se asombra por la promiscuidad con la que se mezclan los géneros, los recursos expresivos, las estructuras dramáticas, los formatos narrativos. Como en las historietas, todo puede suceder en el tiempo y el espacio de la ficción porque la realidad es tan disparatada que sólo se puede recrear como caricatura. Sin embargo, el tema de Country es el crimen, el asesinato inexplicable de un puñado de espectadores de teatro a manos de un joven tan normal como lo puede ser un chamaco que crece sin el menor obstáculo social, cultural, político, económico, familiar, sexual, religioso. Esa normalidad es la que pone en tela de juicio el autor de esta página roja, y es ahí en donde su obra tiene aliento porque no da su punto de vista sino ofrece diversas tomas del mismo hecho. Sólo que su montaje es desigual, a veces directo, a veces alusivo, con algunas acciones concretas y otras retóricas, con parlamentos breves y amplios soliloquios. El autor de esta ficción quiere decir tantas cosas sobre el tema que termina por dejar fuera lo que realmente importa: la sinrazón de la locura.
Hay que leer el texto para apreciar algunas sutilezas, como el acento y la cadencia del inglés sureño de los Estados Unidos y la referencia a John Wayne, el héroe gringo de los años 50 del siglo XX, porque su figura y su discurso son emblemáticos del modo de pensar de los hombres blancos, racistas y a favor de las armas de la Unión Americana. Los parlamentos en español, por cierto, no tienen el mismo efecto verbal que en inglés, porque suenan a traducción. Country es, a mi juicio, un texto ambicioso y en esa medida fallido, que refleja las diversas influencias formales e ideológicas de los autores de nuestros días, con sus pros y sus contras, porque así como la contaminación de las artes en la era virtual es inevitable, aquello que nos conmueve, aquello que nos toca las fibras invisibles del ser, aquello que nos transforma, sigue siendo la obra humana que nos dice aquello que ignoramos de nuestra humanidad. En suma, como todo indica que el pastiche será una de las modalidades del teatro del siglo XXI, hay que pedirle a este collage de expresiones dramáticas, literarias y plásticas, que dentro de su fragmentación alcance la unidad que hace posible la vida, no solo la del drama sino la del aliento vital que nos permite estar juntos este mediodía del mundo.