Sobre Puentes y desembarcos
Fernando de Ita
Hay que volver a la santa provincia mexicana para ver como el pudor triunfa sobre el deseo y de qué manera la vitalidad de tres historias de vida se pierde en la trascendencia. Puentes y desembarcos nace del proceso actoral de tres actrices (Jael Ruíz, Kali Cano y Cecilia Navarro), que trabajaron la confesión existencial con el director Jesús Noyola, para que el dramaturgo Pablo Lanuza le diera forma dramática. El resultado es un discurso solemne, hecho de frases de mármol en donde no cabe el humor, ni el desenfado, ni la sabrosa cachondería de tres jóvenes que tienen el cuerpo de las chavas de hoy pero el pudor y la mentalidad de sus abuelas. Ayer vimos en Tiburón a un cuarteto de actrices deliciosas por su naturalidad, su desparpajo, su sensualidad. Hoy a tres chamacas encerradas en el closet de la pomposidad intelectual, en donde no se habla como gente común sino como filósofo de pueblo, tratando de ocultar más que de mostrar que el cuerpo es una fuente legítima de placer. Cuando vi la fotografía de Lanuza en el programa general, desconfié de la corbata y el saco, porque sólo respondiendo a esa imagen formal se puede escribir el día de hoy un texto que nos remite a las tertulias culturales de los años 50. La juventud de Jael, Kali y Cecilia se merece la oportunidad de mostrarse como son: tres mujeres para el eros del deseo, no para el tanatos del aburrimiento.