Memorias de un general
Isaac Sainz
Los relampagos de agosto es una de esas novelitas que te lees de una sentada. No pasa una página cuando rápidamente nos vemos interesados en los vericuetos del general José Guadalupe Arroyo aferrándose al poder, haciendo veinte mil acuerdos, reuniones, planes y otros tantos descubrimientos de traición y golpes bajos típicos de la politiquería mexicana. Sin darse cuenta el General poco a poco se acerca a su propia perdición, hundiéndose en un entramado de personajes ambiciosos, estúpidos y traicioneros.
Lo que más me gusta de Jorge Ibarguengoitia es su tono burlón, satírico, indiferente a su gran conocimiento, siempre filoso y divertido. Es tan sencilla y tan convincente su narración que en dos patadas comenzamos a modelar la historia de México para ir encajando los episodios y los personajes ficticios de este cuento. Yo llegué a recordar que hubo un presidente provisional llamado Vidal Sánchez en los años 20s -alguna una intermitencia entre Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles, seguramente- y casi juraba haber leído en algún cuento -a lo mejor de Nellie Campobello- que hubo una vez un general llamado Guadalupe que por un pelo de gato casi pasa directo del gabinete presidencial al fusilamiento. El autor me había engañado y yo me estaba inventando datos para no verme tan tonto ante las páginas que leía; y me vi más tonto todavía. Desde entonces recelo de las pocas versiones que conozco de algunos hechos o personajes históricos, y más si me salen con que se acaba de descubrir no sé qué hecho de no sé qué personaje que resulta que siempre sí o que siempre no hizo tal cosa, así sea de la revolución, la intervención, el imperio, el virreinato, la conquista, etc. Prefiero ahí nomás entretenerme pensando en cómo jugó la fortuna en la vida de todos estos héroes y antihéroes de la patria…
Y de eso es de lo que nos habla el general Arroyo. Por eso uno se va con la finta, porque a pesar de los absurdos y las comedias que le toca vivir, si uno se limitara a los hechos, sus memorias compaginan perfectamente con la de cualquier revolucionario. Ahí está el epílogo del libro que más bien parece una masacre. Esa es la magia de la novela, la perspectiva, la sátira desde la que se habla, su poder de convencimiento, y eso es lo que logra llevar al escenario Dettmar Franz Yáñez Rodríguez en su monólogo Memorias de un general, producido por Beatriz Salas.
Con ese personaje – ¡un carnicero! – que entra reflexivo, pero que pronto pasa de unas frases con aires de tragedia a una plática dicharachera. Hasta parece cuento de locos, pero ese carnicero desfachatado, ya entrado en años, que dice que fue brigadier general sabe tanto de la historia y de la política mexicana que no deja duda de que en otros tiempos fue partícipe de ella. Y, es más, lleva un par de cartas que avalan lo que dice. Y adereza sus historias con la caracterización burlona de esos políticos con quien se las tuvo que gastar antes de terminar exiliado.
El actor recoge la esencia satírica de la novela en este personaje franco, simpático y desenfadado. Habla con el público descaradamente, entra en confianza y lo pone a tono, deambulando entre momentos y personajes, convirtiendo a ratos su monólogo en un diálogo de tú a tú. Con apenas una mesa pequeña con un teléfono encima, tres o dos elementos de utilería y vestuario colgados en ganchos como si fueran reses de la carnicería y una escalera plegable. Y desde atrás, a lo largo y ancho del ciclorama, evocativas proyecciones bañando el escenario de imágenes, épocas, sensaciones, que refuerzan las memorias del general. Así lo escuchamos, como si fuéramos nosotros ese interlocutor que toma nota para aclarar y limpiar su reputación, o quizá para reivindicar sus esfuerzos revolucionarios.
La adaptación me parece interesante porque no se limita a ilustrar, sino que se apropia de la sátira y enriquece cada pasaje y cada personaje. Se alcanzan momentos memorables como la figura de Vidal Sánchez dando rimbombantes discursos, el propio general Arroyo paradójicamente vuelto un carnicero, o el momento de la explosión del vagón cargado de dinamita, que no podía resolverse de mejor manera.
Plantear este ambiente politiquero en un momento tan activo en cuestiones y discusiones políticas, tan importante en tiempos de cambios y de reconfiguración de un sistema podrido que busca una transformación, me parece importante en el sentido de que siempre es oportuno reflexionar el ejercicio del poder y el comportamiento de aquellos que lo disponen y lo buscan. El general José Guadalupe Arroyo, sobreviviente de la revolución mexicana, más allá de que se gana nuestras simpatías (igual que el actor), no deja de darnos una repasada del mierdero que es la alta política mexicana.
Esta obra fue presentada en Centro Cultural Tijuana, como parte del Festival de monólogos a una sola voz.
17 agosto, 2022 @ 4:19 pm
Muy interesante nota. El personaje principal de la obra, el general José Guadalupe Arroyo se basa en realidad en un general revolucionario el General Juan Gualberto Amaya.
«uan Gualberto Amaya fue un militar mexicano que participó en la revolución mexicana. Originario de Santa María del Oro, Durango. Desde 1913 se afilió a las fuerzas que se levantaron en aquellos contornos contra Victoriano Huerta, pero sus operaciones militares importantes las realizó bajo las órdenes del General Francisco Murguía en la campaña contra Francisco Villa en el norte del país, entre 1917 y 1919. Se unió al pronunciamiento del Plan de Agua Prieta contra el Presidente Venustiano Carranza; después fue leal al gobierno del General Álvaro Obregón, alcanzando el grado de General Brigadier. Triunfó en la lucha electoral para ser Gobernador de Durango en el periodo de 1928 a 1932, tomando posesión del cargo el 15 de septiembre de 1928; sin embargo, en marzo del año siguiente se adhirió al Plan de Hermosillo, obrando de acuerdo con el Jefe de las Operaciones en el estado, el General Francisco Urbalejo, para secundar al General José Gonzalo Escobar, que se había pronunciado en Torreón. Abandonó el gobierno al fracasar este movimiento además de que el gobierno federal le desconoció su grado militar, refugiándose en los Estados Unidos, donde permaneció varios años. Regresó después y se retiró a la vida privada. Murió en 1964. «