Érase una vez
Alejandra Serrano
Escrita por Jaime Chabaud bajo la dirección de Marco Vieyra con el grupo Carretera 45, la obra Érase una vez se presentó en el segundo día del Encuentro de Teatro Tijuana 2014. Al igual que la obra de ayer, Música de balas, esta obra también habla de la guerra, aunque de otra: la invasión de Estados Unidos a Irak en donde también mueren mexicanos y al hablar de esa otra guerra es inevitable pensar en la propia, especialmente en Michoacán que tienen tanta presencia en la obra y que en últimas fechas nos duele tanto a todos los mexicanos.
Marco Vieyra interviene el texto de Chabaud con experiencias de los propios actores, hablando de sus batallas personales, es un juego extraño de deducción e inducción continua: temas universales, problemáticas sociales para caer en el espacio más íntimo de una persona que no conozco y no sé si sea cierto lo que dice, pero que al final rebota en los mismos problemas sociales de los que habla la obra.
Hacía el final, las reflexiones de los actores son de las cosas más honestas y menos pretenciosas que he visto en teatro que aborda problemáticas sociales, ellos dicen “no sé por qué no hago nada”, “yo no sé qué hacer” hablando sobre la corrupción y las mentiras del gobierno actual incapaz de solucionar el secuestro en el que estamos.
Me asomé al texto de Chabaud para ver qué tanto había recortado o modificado Vieyra con la sorpresa de que el texto está completo en el montaje (o casi, pues no hice una lectura tan detallada). Quizá esto no sea del todo positivo en el sentido de que hay muchas rupturas, juegos escénicos que producen imágenes muy bellas, pero que son muy extendidos y al final se vuelve una obra muy larga y que no mantiene la misma tensión durante toda la obra. No me parece que sea un asunto de interpretación (dicho sea de paso todo el equipo actoral está muy bien), sino de edición. Apretar más ciertos momentos y quitar partes del texto que son redundantes en relación a la propuesta.
Lo mejor de estar alojada en el mismo hotel que los repartos es que una se entera de los pormenores de la escena, que debo decir es de las cosas que más me fascinan del teatro y la capacidad de resolución (“la función debe continuar”). La noche anterior a la función Vieyra sufría y se revolcaba porque su obra era para un espacio más íntimo y no para el teatro de 500 personas del Cecut y salió de la función como si hubiera perdido la batalla aun cuando hubo público aplaudiendo de pie. Sí, también se salieron un par de personas, pero eso también está bien, peor cuando a todos complace.
El teatro se mueve y vive de diferente manera. Hubieron muchas cosas del montaje de Vieyra que no se pudieron realizar, la iluminación de Philippe Amand no estuvo completa, pero eso el público no lo sabe y gozamos el espectáculo tal cual vivió en ese momento. Lo que perdió en energía lo ganó en plasticidad visto en la distancia, la sensación de soledad también se incrementó… simplemente es diferente (no sufras Vieyra).